¿Qué vida llevaban Picasso, Camus, Sartre, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras y los centenares de artistas e intelectuales que se quedaron en el París ocupado por los nazis? ¿Qué tipo de relación mantenían los marchantes de arte, los editores, los productores, los directores de orquesta o los empresarios teatrales con los censores alemanes y el Propaganda Staffel que Goebbels había creado para subyugar a la cultura francesa? Esto y otras cosas cuenta Alan Riding, uno de los grandes maestros del oficio de periodista, en Y siguió la fiesta. La vida cultural en el París ocupado por los nazis (Galaxia Gutemberg).
El periodista no juzga a quienes se rozaron con el enemigo para vivir
Nacido en Brasil, de padres británicos y educado en Inglaterra, Riding ya es en sí mismo historia. Empezó trabajando para la agencia Reuters y en los setenta y ochenta cubrió América Latina con base en Ciudad de México para The Financial Times, The Economist y The New York Times. En 1989 dirigió la oficina de este periódico en París y luego se centró en temas culturales.
En la conversación se mezclan el pasado que retrata en su libro con el pasado y presente de su vida profesional.
"Sí, la vida cultural de París se reanudó muy pronto.
Por muchas razones, incluida la francofilia confesa de muchos alemanes. Sartre, Camus, Picasso y muchos otros pasaron toda la guerra y las fiestas que hacían acababan en inmensas borracheras.
Lo cuenta muy bien Simone de Beauvoir: como había toque de queda se quedaban toda la noche bebiendo", explica el autor, "pero tengo que decir que yo he vivido en situaciones como las de Argentina bajo la junta militar y había mucho menos alegría que en el París ocupado".
Como buen conocedor de Francia y parisiense de adopción, Riding sabe de la ambigüedad con la que la sociedad francesa ha manejado la cuestión del colaboracionismo durante la ocupación alemana.
"Es a causa de la reinvención de Francia por parte del general De Gaulle, que entendió la necesidad de restituir el orgullo al país, que finalmente volvía a ocupar un rango de gran potencia.
Cierto, en los primeros momentos se pidieron cuentas y hubo ejecuciones, pero pronto se vio que no se podía sacar toda la mugre".
"La figura de Mitterrand es emblemática en este sentido", añade. "Tiene un pie a cada lado, estuvo con Vichy durante los primeros momentos y luego en la Resistencia" y nunca reconoció que el Estado francés era culpable. Tuvo que hacerlo Chirac. "Pero con el fin de la guerra fría se descongela la historia de Europa", asegura Riding, "y surge el tema que ha sido silenciado durante casi 30 años, el de los judíos y el expolio al que fueron sometidos, especialmente en obras de arte".
El libro da cuenta también del periodo anterior a la ocupación, de cuando las autoridades francesas crearon los campos de concentración para meter a los llamados extranjeros indeseables, que a menudo se juntaban con los refugiados españoles, y de la brutalidad de los guardianes franceses. Es un periodo de mucha incertidumbre. Picasso, por ejemplo, pide la nacionalidad francesa para protegerse por haberse significado en favor de la República Española, pero los franceses se la deniegan por unos informes de España donde se le calificaba de anarquista.
Riding no quiere juzgar a quienes se quedaron en París y reanudaron discretamente sus vidas e incluso se rozaron con el enemigo. Los tiempos eran duros. "Todos nos podemos preguntar qué habríamos hecho en una situación así o en la España de la Guerra Civil; es algo que comprobé en América Latina, donde yo viajaba con la protección de ser el corresponsal de The New York Times, en la época en la que la gente desaparecía o era asesinada en Guatemala o en Argentina. Eran era gente como yo: periodistas, profesores de universidad, artistas. Unos se iban del país; otros tomaban las armas...".
"Los bailarines, los músicos, los actores, tenían que trabajar, y casi todos volvieron a París después del éxodo de los primeros días de la ocupación. ¿Hasta qué punto se asociaron con el ocupante? Cierto, una cosa es aceptar un viaje a Alemania y otra tomarse una copa con un oficial alemán".
El mundo del arte es central en el libro de Riding.
A Picasso le redime por boca de su amante de aquellos años, Françoise Gilot. "Sí, se pasa toda la guerra en su estudio de París", admite.
"Tal vez hubiera podido escaparse a Nueva York, como hicieron otros, pero el hecho es que escoge vivir en París. Era una presencia.
Todo el mundo conocía dónde estaba su estudio, aunque él intentaba mostrarse poco. Se decía que algún oficial alemán le daba madera para quemar en su estufa, o que el sonderführer del Propaganda Staffel le proporcionaba telas para pintar.
Pero debían ser pocas, porque su producción en aquella época es muy limitada".
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