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Según explica el diario Abc, el nuevo diputado recibirá un kit dotado de un teléfono móvil ?que puede escoger que sea BlackBerry o iPhone?, una tarjeta de taxi con 3.000 euros para gastar durante un año y un iPad.
Cuando éramos ricos, nos fascinaba ver a Victoria Beckham sosteniendo bolsos Hermès casi vacíos
Un miembro de la Mesa califica el kit del diputado como "todo lo necesario para sobrevivir". No sabemos cómo lo hacen sus homólogos griegos, italianos o franceses, pero la altísima tecnología que envolverá a nuestros políticos obliga a algunas consideraciones.
Los acérrimos de la BlackBerry defienden el secreto de su mensajería; los del iPhone, su velocidad y aplicaciones para todo. A lo mejor crean una para que los diputados voten desde sus casas o coches.
En cuanto al iPad, entendemos que el Congreso, y los contribuyentes, tengan a bien regalarles uno, a fin de cuentas es casi lo más económico de su existencia. Porque luego vienen los gastos reales, el día a día, que a lo mejor les obligan a canjear euros del bonotaxi para costearlos. ¿Qué ocurre en caso de robo o pérdida? Un iPad para todos y todas, sí, pero un iPad sin funda a juego es un horror. Puede crear desasosiego estético en el hemiciclo y ciclos de comentarios hirientes. Luego está la conexión, la de 3G garantiza mayor rapidez a un coste elevadísimo, pero justificadísimo. Aquel diputado con la tarifa inferior, la 2G, puede ser objeto de chanzas adolescentes en los pasillos. Pero lo que en realidad debería preocuparles levemente es que, cada vez que abran el iPad y se conecten, un día de estos la pantalla les devuelva la imagen de la mano de un indignado avanzando hacia sus escaños para arrancarles la tableta. O el kit entero.
Sin duda, un diputado moderno necesita un iPad para soportar las largas horas de deliberaciones. Cuando necesiten un respiro, deslizarán sus yemas sobre la pantalla y pincharán en imágenes del pasado. Por ejemplo, cuando Victoria Beckham vivió entre nosotros y el Real Madrid era galáctico y se permitía prescindir de todo un marqués de Del Bosque porque no era guapo.
En esa época, cuando éramos ricos, nos fascinaban las imágenes de Victoria Beckham sosteniendo bolsos de Hermès extra large y casi vacíos avanzando sobre arrogantes tacones. Ahora ella aparece con una lesión discal, sin tacones y las manos vacías (o con su niñita de meses) promocionando su línea de ropa más barata, que será un éxito seguro.
Y si se aburren de nostalgia, los nuevos diputados pueden colocarse los auriculares y escuchar la radio en sus smartphones. En muchas emisoras se habla de una posible operación estética en el futuro duque de Alba, Alfonso Díez. El comentario es que podría haberse rebajado la punta de la nariz. En primer lugar, deseamos que tal intervención no le haga perder su fino olfato para las antigüedades exquisitas. Quizá para darnos en las narices con tal decisión, Díez acudió a ver la perla La Peregrina en Christie's.
La famosa perla forma parte de la colección de joyas propiedad de Elizabeth Taylor, aunque su primer propietario fue Felipe II, y antes de ser subastada se expone en la capital. El precio de salida, dos millones de dólares. Otro lujo. En la visita le preguntaron si pensaba adquirirla para la duquesa, su futura esposa. A Díez se le hincharon las narices. La pregunta irrespetaba su pericia. La de un hombre sensible a lo bello, cualquiera que sea su edad.
Díez está molesto porque cuestionen sus arreglos. Estas pequeñas intervenciones suelen acompañarse de un poquito de bótox, que no pone ni quita hombría a un duque, solo lo alisa. Llama la atención que los nuevos aristócratas, los que como Díez o Letizia adquieren rango por matrimonio, se cambien la nariz en el proceso. Antes creíamos que los nobles se distinguían de nosotros precisamente por sus perfiles pronunciados y a veces narizotas. Ahora pareciera que los que empiezan a serlo quieren echarle narices pero con naricilla. Díez es un caballero dispuesto a compartir con nosotros su fascinación por lo antiguo.
Strauss-Khan y Mourinho, los machos alfa de la semana, en cambio ocupan la escena donde ni piden perdón ni ofrecen explicaciones claras sobre el comportamiento cuartelario de sus jugadores. ¿Qué esta pasando? Todo está en crisis. ¿Y el lujo? El lujo no. No es que esté en crisis, sino que apetece menos. Pesa más y es indiscreto.
No solo bajan los precios, sino que de los rótulos de las tiendas van borrándose las palabras gourmet, vip o delicatessen, porque ahora ya solo suenan a caro.
De esta manera, el delicatessen vuelve a ser colmado, y el gourmet, cocinero.
Con o sin nariz nueva, tanto el futuro duque como los nuevos diputados deberán aprender una pequeña lección: gustamos más con menos look.
Tanto en el caso de los que todavía creen que una nariz operada es mejor que la original como para los que ansíen estrenar iPad en el hemiciclo, es necesario asumir que lo que para unos es una necesidad, para otros es un lujo.
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