La banda norteamericana Bon Jovi pasea sus éxitos por el estadio olímpico de Barcelona en un concierto marcado por una grandiosidad que parece perdida .
.Nubes en el cielo, oscuras, preñadas de lluvia. Colas en los accesos, caras de emoción y nervios entre el público que el estadio olímpico Lluís Companys, en la montaña de Montjuïc, iba engullendo poco a poco por sus bocas, sin prisa, como augurando una digestión pausada. En las tripas del recinto, los miembros de Bon Jovi pasaban el rato antes de su actuación en Barcelona, primera de las dos que ofrecen en España en el tramo de su gira mundial que mañana pasa por Donosti y se despide después en Lisboa. Su concierto estaba previsto para las 21.45 horas, pero pasados apenas cinco minutos el respetable ya se quejaba y mataba el tiempo con la ola. Llegado el momento todo pasó a segundo plano. Ellos, los incombustibles Bon Jovi anunciaban su presencia al apagarse las luces. Comenzaba el espectáculo.
Pasaban pocos minutos de las diez de la noche cuando la enorme pérgola que acogía el escenario se iluminó.
Una descomunal pantalla que cubría toda la boca de la semicircunferencia comenzó a vomitar imágenes coloristas mientras una miríada de destellos atestiguaba la captación del instante por medio de cientos de cámaras.
El griterío aumentó mientras unas hormiguitas que se intuían eran los músicos tomaban posiciones en el descomunal escenario.
Más gritos.
Los apagaron los primeros compases de Raise your hands, primera canción de la noche y cuyos acordes convirtieron la pista del estadio en una inmensa fideuá de brazos en pos del cielo. Jon Bon Jovi sonreía al cantar, vestido con una casaca roja de doble botonadura y con dorados en la bocamanga que no se sabía muy bien si tenía aire militar o de domador de circo.
Cabellos recortados, eso de las melenas ya no se veía ni entre el público, y un grado de entusiasmo comedido por mor de no desbocarse a las primeras de cambio.
Tras él el más machote del grupo, un Tico Torres que también es el mayor, golpeaba la batería como castigándola, mientras Richie Sambora, discreto en su atuendo oscuro, ocupaba la primera línea junto a Jon. El resto de la banda, incluido el teclista David Bryan, se asentaba en una zona bajo techado que, será por lo reciente de la imagen, evocaba la fragilidad de las tiendas de campaña del 15-M.
Pero allí lo único frágil era el plástico de los vasos de cerveza que acarreaban los aguadores de cada grupo de espectadores, unos 45.000, según la organización. You give love a bad name dio paso a Born to be my baby y antes de que el público pudiese aterrizar ya sonaba It's mi life y el vuelo se prolongaba aún unos minutos más. La enorme pantalla acercaba la imagen de los músicos hasta los puntos más alejados del estadio, evocando una grandiosidad rockera que hoy en día, tiempo de artistas más pequeños porque son popularizados por medios mucho más fragmentados, casi es un anacronismo. De hecho, el de Bon Jovi ha sido esta temporada el único concierto de estadio en Barcelona -el de Shakira no lo fue en puridad-, y no hace tanto era habitual tener al menos tres citas de este estilo por temporada.
Es por ello que la actuación de Bon Jovi pareció el viaje a un pasado irrecuperable, nostalgia por un tamaño perdido.
Y, aunque ya hace unos cuantos años que hace muchos años de casi todo, unos Bon Jovi a punto de cumplir treinta de carrera, se mostraron efectivos y eludieron con su convicción la sensación de hastío.
Es cierto que su espectáculo, poco cuidado, sólo apeló a la grandiosidad, y que su música, cada vez más cercana al pop-rock de uñas limadas, pero aún con brío rockero, edulcorado, pero rockero, parece propia de aquellos tiempos en los que se vendían discos, las guitarras llevaban doble mástil y Jon Bon Jovi desataba tormentas de suspiros con el movimiento de su químicamente perfecta melena rubia.
No por ello la media de edad de la asistencia se ajustaba al historial de un grupo que, coquetería total, no indica en su web año de nacimiento de sus componentes. Muchas personas que no eran ni proyecto cuando la banda publicó Slippery when wet, se agitaban incluso en el tramo central del concierto, cuando la presión descendió y bajo las nubes aparecieron signos de tedio.
Pero para ahuyentarlos siempre quedarán los viejos éxitos, y Bon Jovi tiene unos cuantos.
Casi tantos como años. Uno de ellos, un Bad medicine mezclado con guiños a U2 y Robert Palmer, entre otros, volvió a desatar el braceo y de nuevo estuvimos como al inicio del concierto.
Se llevaba una hora de canciones.
De aquí al final los hechos se precipitaron como en un guión sin recovecos.ç Hubo un tramo de baladas con Jon en el centro de la pista, "estoy hecho un pincel" parecía pensar; el típico momento acústico que pedía una hoguera campestre; cayeron otro ramillete de éxitos entre algunos temas sin sustancia y, con la sensación de haber estado a la altura, el grupo se despidió tras más de dos horas de show.
A la salida esperaba de nuevo el 2011.
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