Guárdate, mariposa, de los lagos de mi memoria
que, para ti, crueles encantos y riesgos entrañan.
Cuídate de no mirarte en ellos como en mis ojos
y no te ofrezcas desnuda a sus oscuras aguas
por ver en ellas el milagro de mirarte reflejada
en tu propia pasión sin recato ni pudor arrebatada.
Vuela sobre mi y tráeme, aunque sea por los pelos,
al lugar donde los nombres se entrelazan sin reparo
en el que, la locura, nos posee de igual a igual.
Déjame allí a la vista tu prodigioso torso amado,
levantada a los cielos tu dorada cabeza altiva,
desvelado sobre tibios lienzos de lino blanco,
sonrojándose tu espléndida belleza anacarada
al mostrarme el recorrido de las salvajes laderas
que culmina donde tu cuerpo se abre como floresta
y el rizado vello se enreda y rebela en contra mía
con el olor del lirio desvestido y el ámbar silente.
Guárdate que, como ves, te amo desde el miedo
escapándome -como sabes- por la tangente dorada
de tu talle donde crecen mis estériles palabras.
Procura amarme, mariposa, otra vez arriesgadamente
como una fiera que me abre la boca con su boca,
provocando el hermoso dolor sin laúdano del deseo,
y arráncandome de mis labios, con tus uñas,
los puentes de plata que nos une de mis versos.
Sería hermoso tenerte, así, apresada y sofocada,
hambriento de ti y sediento de tu sangre y saliva
hasta que se ilumine el alba más allá de la noche
y sin dejar amanecer del todo bajo las sábanas
deshojando la rosa roja y tibia -ofrenda- que perfuma
los temblores de la carne y el resplandor de tu cara.
Mariposa, guárdate de mi, o acéptame un trueque:
Un abrasador beso por cada humilde verso
que entiendas que contiene la savia del deseo,
o el fulgor de tu mirada por cada una de sus palabras,
y por un poema...¿qué te puedo pedir por un poema?
¿Que te transformes en rumor de hojas secas
que me persiga con el viento allá a donde yo vaya,
o en libélula que bate sus frágiles alas en el aire?
Ya lo sé! Por un poema... ¡Por un poema te pido tu cuerpo!
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