. .Entre todas las noticias que parecen destinadas a desalentar a los que, insensatamente, han escogido el periodismo como carrera para ganarse la vida, ha surgido una que, de pronto, alumbra un camino lleno de incertidumbre.
Ha sido el buen periodismo el que ha sacado a la luz el asunto de las escuchas ilegales en Reino Unido.
Ha sido un equipo de periodistas concienzudos del diario The Guardian los que han dedicado tiempo y desvelos a destapar las actividades delictivas de sus colegas de The News of the World.
Este es el ejemplo claro de por qué en esta sociedad tan conectada como proclive a la intoxicación, el buen periodismo, el que persigue contar lo que hay y no se dedica a la fabricación de historias morbosas, es clave para la salud social.
En estos tiempos en los que se intenta minimizar la labor del periodista a favor del periodismo espontáneo, y los propios medios celebran la opinión inmediata o la extensión de una sospecha antes que el comentario experto, que una investigación haya puesto contra las cuerdas al poderoso Murdoch, que tan responsable es de que se obtengan de manera ilegal ciertas informaciones como de una manipulación ideológica que polariza a la sociedad, es una buena noticia para el futuro de este oficio: una razón poderosa para creer que el buen periodismo es necesario.
Mientras las escuchas servían para denigrar a famosos o famosetes, los ciudadanos consumían divertidos esta basura, adoptando la misma distancia con que el espectador asiste a la bazofia televisiva.
Ha hecho falta que en ese atropello informativo se viera reflejada gente "normal" (la familia de una desaparecida o familiares de soldados) para que el lector cayera en la cuenta del daño moral que provoca airear y manipular la vida privada de las personas.
Se ha puesto de relieve la complicidad del consumidor de chismes.
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