Hacía tiempo que no subía a mi casa en la Colina. Ya todo está como en sueños, los verdes y las flores en la maleza, el almez y su sombra amarillenta con pequeños pétalos.
Ya todo tiene la frente tendida y abandonada, como el horizonte del mar apenas vislumbrado en la calina. Las casas, con las ventanas boquiabiertas; las nubes, de vacaciones.
Qué grande es la noche que viene. Qué lejos de donde viene, altamar lejana, remotos arrecifes.
La silueta de las sierras reverberan. Los pinos tienen los pelos de punta. El calor.
Todavía no he pasado a limpio lo apuntado en El Pedroso, luego en Sevilla. El calor. Es tan hondo ese calor -es tan puro fuego definitivo- que uno se atrevía a sortear la sombra y asomarse al sol.
Publicado por José Carlos Cataño
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