El MNAC de Barcelona remodela su valiosísima colección de arte de los siglos XI, XII y XIII, arrancada hace un siglo de las iglesias del Pirineo catalán .
.El pantocrator del ábside de la iglesia de Sant Climent de Tahull, en el Pirineo catalán, es uno de los iconos de la cultura visual contemporánea.
Lo pintó en el siglo XII el llamado maestro de Tahull, un artista exquisito, pero podría considerarse una pieza moderna, descubierta a principios del siglo XX, porque hasta entonces estuvo oculta tras un retablo gótico.
Es, también, la pieza central de la colección de arte románico del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), que hoy vuelve a abrirse al público tras un proceso de remodelación con el que ha recuperado el "misticismo y la espiritualidad que había perdido en anteriores presentaciones", según la directora del MNAC Maite Ocaña.
Renace el misticismo que se había perdido en anteriores presentaciones
La historia del descubrimiento del románico catalán es peculiar, y explica el origen de la extraordinaria colección del MNAC.
En 1904, el arquitecto modernista Lluís Domenech i Montaner visitó la iglesia de Tahull e hizo una serie de fotografías de la cabecera y de otras piezas del templo.
En 1908, Joan Vallhonrat pintó una acuarela del pantocrator y también de los frescos de muchas otras iglesias del Pirineo que fueron reproducidas en unos fascículos de la Junta de Museos.
La colección tuvo un gran éxito y un efecto imprevisto: en poco tiempo los traficantes de arte pretendían exportar todo lo que encontraban.
La Junta de Museos hizo algo insólito: entre 1919 y 1923 compró todos los conjuntos de pinturas, contrató a unos técnicos italianos que habían elaborado un sistema para arrancar las pinturas de su lugar original, básicamente pasando los pigmentos a tela, y los trasladó a Barcelona.
Hoy sería algo inimaginable, pero gracias aquella decisión siguen en el país y forman parte de esta increíble colección de obras de los siglos XI, XII y XIII.
Más es menos, vino a decir ayer la directora de las colecciones del museo, Cristina Mendoza, cuando explicó que como parte de la reordenación -patrocinada por la Fundación Mapfre, que a cambio exhibió en su sede madrileña una exquisita selección- se ha reducido el número de piezas expuestas. Por ejemplo: en la sala dedicada a las esculturas en piedra, básicamente capiteles, ha habido una reducción del 30%.
El trabajo de remodelación tenía, además, una dificultad extra: suponía entrar en las tripas de la muy valorada instalación llevada a cabo en 1995 por la arquitecta italiana Gae Aulenti, sin que las modificaciones fueran demasiado evidentes. "El cambio es radical aunque pueda parecer poco perceptible, y esta es su gran virtud", explicó Mendoza. La iluminación, por ejemplo, cambia la sensación plana que tenía antes el conjunto y confiere a los ábsides un volumen muy peculiar.
Lo que muchos expertos consideran el conjunto de pintura mural románica más valioso del mundo ha pasado también por un proceso de restauración un tanto peculiar, en razón de sus características.
La solución que se había aplicado a las lagunas -los espacios en los que la pintura se ha perdido- era poner una capa de pintura blanca o gris pálido.
El problema es que, como en realidad son telas, la nueva pintura generaba tensiones con los viejos pigmentos, amén de desviar la mirada del espectador.
La técnica utilizada ahora consiste en aplicar argamasa hecha con la tierra del mismo lugar donde está la iglesia de la que proceden.
Funciona no sólo técnicamente, sino que consigue crear un sorprendente efecto de realidad.
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