SEPTIEMBRE.
Cadenciosos, adormilados instantes vagamente
enlazados al nervio vital que marca el instante
se abren, se difunden, forman un estoicismo aparente
y melancólico; crecen en mil formas y colores
entre atenuadas luces, entre farragosas brumas
o sombras, entre el silencio que se despierta sutil
entre el pensamiento que se agudiza. La multitud
en torno se hace un nudo en el asfalto, progresa
impasible con paso anónimo rodando tropezando
acallando o consumiendo existencia. Encerrado
entre ella recorro calles, plazas, patios, avenidas,
edificios grises de una ciudad sin límites ni fondo
buscándote incesante hasta tropezar con el mutismo
denso de la inoperancia, que me devuelve apenado
y con desmaña al inicio de todo lo que fue nuestro,
vencido un día más, vacío e inhábil en la pálida
mañana. Del techo del salón parecen pender mágicos
pájaros volanderos; de las paredes oscilar verdes
sargazos de un mar que antes nos mecía amantes
soñadores y serenos, en el diván del eficaz acomodo,
donde tantas veces con pasión, en escarceo erótico
sublime e incesante, nos amamos.
Tu presencia en este septiembre que se extravía
necesariamente, es axiomática, como un deslumbre
portentoso de figurado amanecer al que no se puede
renunciar aunque del tiempo despiadado surja un caño
en destilo indeleble de sangre y dolor ni la fase lunar
sea favorable al consuelo. Entonces me enredo
en este silencio generoso, para sentir la luz de tus ojos
disolverse aquietada como mieles en mágica dulzura
del destierro, ahí donde surrealista busco el centro
de toda poesía sin hallarlo. Instante sin esperanza,
efímero, coagulado momento; tiempo frustrado inútil
e irreversible al que maniático impenitente me aferro.
Poder de los conjuros:
Perpetúo la alegría de verte
danzar entre esferas enredada como una torre etérea
de fuego y viento; de hender y acometer con éxito
el céfiro displicente que corretea por estos umbrosos
salones –en otrora centro de quietud y dicha-
que nos tutelaron y complacieron; de verte crear,
con el impulso próvido de tus pies y de todo tu cuerpo,
caracteres armónicos de lirismo ensalzado y dulzura
mistérica en plástica belleza rítmica. Recuerdo,
y hago presente, momentos en danza estelar única,
envolviéndome en sutil música de íntimos letargos.
Me resiento de la vida real que no me libera
de nuestra historia personal ni me ofrece el señuelo
de caer en tu muerte profunda y habitarla.
Septiembre, con toda su carga de belleza azulina triste
y dormida, se va alejando –viento pasional
que nos arrebata y nos huye-, entre seducciones
tibias y colores que parecen perfeccionar -chispas
de electricidad estática- estos atardeceres grises
donde aparecen y reaparecen tus ojos –amapolas
sublimes suavemente bañadas en el baile de luz-,
mellando lo más profundo de mi ser, ahí donde el amor
-¡ay, dolor!- un día más -dejada la maravillosa quimera
que a veces me retiene feliz-, punza, se retuerce,
se encoge, se desalienta, muere un poco más…
Teo Revilla Bravo. 2001.
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