A veces, despiertan necesidades vitales extrañas y entonces te entregas a ellas. Hace muchos años me entregué a Bob Marley.
Durante una época de mi vida, llegué a estar literalmente anonadado con Marley, un músico extraordinario, un personaje irrepetible, una de las grandes joyas de la corona de la música popular mundial.
Hoy se cumplen 30 años de su muerte. Y esta ruta norteamericana no puede por menos que recordar su figura y recomendar la lectura de su vida, dentro de la ingente literatura existente al respecto.
El músico jamaicano moría víctima del cáncer en Miami el 11 de mayo de 1981. Fallecía la persona, nacía la leyenda. Pocos nombres han alcanzado la relevancia que Marley ha dejado en el mundo de la música. Hijo olvidado de un militar blanco británico y una jamaicana sirvienta muy religiosa, Bob Marley era un mulato en la Jamaica pobre, que vivió y creció en los guettos, como el de Kingston, para convertirse en músico, pasar a ser una estrella local y lograr el estatus de icono mundial. Porque Marley dio audiencia global a los desheredados y, a diferencia de los Dylan, Beatles o Presley, llegó a los cinco continentes.
Con su poderoso mensaje y su ritmo novedoso, Marley fue líder y profeta en el tercer mundo. Y eso, en el contexto de la música popular, en Estados Unidos y Reino Unido, otorgaba un estatus especial. Como asegura Eric Hobsbawm en su Historia del siglo XX, el tercer mundo sirvió de inspiración a los disidentes culturales del primer mundo. La figura de Bob Marley quedó emparentada con esa disidencia, ese poder contracultural y popular, al tiempo que se elevaba a la categoría de símbolo en su país y tantos países de América Latina, África y Asia que transformaban sus sociedades y regímenes políticos. Porque, en la segunda mitad del siglo XX, el tercer mundo se convirtió en una especie de esperanza para todos aquéllos que todavía aspiraban a la revolución social, y el músico jamaicano representaba esa esperanza.
Hoy, Bob Marley es pasto de Kiss FM pero su mensaje fue revolucionario. Un día casi me caigo de la silla cuando escuché a una chica pedir algo de música romántica y a continuación decir: “Sí, Bob Marley, es un gran cantante romántico”. Cantante romántico como lo podía ser cualquiera. No diré que Marley no compuso buenas canciones que hablaban del amor y las relaciones de pareja, pero ubicar a este hombre en ese apartado es absurdo. Compararle con un prototipo sentimental, un producto discográfico es, sencillamente, demencial. Todavía hay quien lo cree cuando escucha <
Quedé prendado de Marley por su mensaje bello y contestario. Pasó de unas letras inocentes, donde se hablaba de la supervivencia juvenil y las pequeñas tretas en una Jamaica repleta de descosidos, a componer algunos de los mejores poemas musicales de rebelión. La lista es extensa pero si uno escucha <
La figura de Bob Marley es tan gigante como el día de su muerte. Su influencia ya no sé si la misma, aunque es indudable que marcó a decenas de músicos. También es innegable que su mensaje, para quien quiera acercarse a él, guarda la misma fuerza innata. Hoy, hace 30 años, moría de cáncer.
Por un segundo, lo pienso, siento lo que es pasar por ahí, combatiendo con fe pero sin armas contra una enfermedad más fuerte que la vida, aunque escondas en tu interior el poder de la fe. Ese poder que hace a unas personas más especiales que otras. El mundo sigue sin ellas, como sin Bob Marley, pero, si me preguntan con que me quedó de este mundo loco y precipitado, lo tengo claro, como que el sol sale todas las mañanas: me quedo con lo que permanece para siempre.
Me quedo con Bob Marley. Me quedo con <
Tiene otro color. Porque es todo lo que tenemos, canciones redentoras, que nadie nos puede quitar.
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