Estaba la curva de arriba somnolienta a punto de caer la tarde, a la sombra las diversas intensidades de los árboles que suben por la colina, la cresta del bosque iluminada, verdiblancos los brotes nuevos de los pinos y las espigas que se reúnen junto a la carretera, serena la claridad de los azules por la parte de la costa y el mar albergando los petroleros y mercantes en estiba, encendiendo éstos las primeras luces.
Quedaban todavía autocares en el aparcamiento del parque Güell, cuando cargado de libros que echar en correos, tomé el autobús de bajada.
No pasa nada con esta serenidad, la primavera y su floración en un día de aire tibio, las golondrinas desatendiendo los remontes y caídas habituales.
Las cosas se van transformando.
El que quede este poso de tranquilidad, de belleza casi imperceptible, hace bien al espíritu, que se llena, también callado y calmo, de sedimentos, como los animales fluviales que hacen acopio de leña para el invierno.
Vendrán, con los primeros calores, los vencejos a jugar al raso sobre el asfalto en esta misma curva a la caída de la tarde. Se blanquearán las flores. Se elevará recto el sol sobre la conciencia, aplanada, toda cegada, toda ella ciega luz.
Publicado por José Carlos Cataño
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