Nadie puede negar que la danesa Susanne Bier tiene querencia por eso que solemos llamar historias fuertes: bien de pérdida y segundas oportunidades (Cosas que perdimos en el fuego), bien de supervivencia y amores difíciles (Brodre. Hermanos).
Aquí, y a partir de una historia entre un Norte bienestante y un Sur arrasado por la guerra, Dinamarca y un campo de refugiados africano, también se habla de valores en el sentido axiológicamente más fuerte; y se hace sin ninguna coartada irónica.
Más bien con la confianza en que lo que se está contando se sitúa más cerca de Matar un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962) que de cualquier guiño posmoderno.
Historia de dos niños que aprenderán los riesgos que entraña utilizar la violencia, a partir del comportamiento del padre de uno de ellos, capaz de poner la otra mejilla ante la fuerza bruta, el film se despliega con emotividad contenida, a partir de sólidos anclajes en una narración clásica y un guión perfectamente engrasado (de Anders Thomas Jensen, tal vez el guionista más influyente del cine danés contemporáneo).
No apta para desengañados de la vida e irónicos descreídos en las virtudes pedagógicas del cine, gustará a cualquier espectador que no huya de las historias con moraleja y final aleccionador y pedagógico.
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