Nunca supe cruzar la frontera
de la mar océana
que nos sirvió de espejo
y ahogó lo más turbio de nosotros.
Al otro lado,
siempre estuvo tu mirada
descomponiendo su gesto
y devolviéndome, ¡qué ironía!,
el poderoso latido
de mi otro yo.
Nunca fue nuestra,
pero en ella, nunca,
naufragó la memoria.
Sólo fué cristal,
que encerraba sueños,
sobre el que escribiendo
espero mi fin,
y desde el que estás
haciéndome señas.
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