El periodista cultural de EL PAÍS Javier Rodríguez-Marcos cuenta en el libro 'Un torpe en un terremoto' su experiencia como enviado especial cubriendo el seísmo de Chile del año pasado .
Dos minutos tardó la naturaleza en hundir a Chile en una pesadilla.
El terremoto del 27 de febrero de 2010 (el enésimo en un país que en 1960 sufrió uno de los seismos más potentes de la historia) destrozó las regiones meridionales, se cobró 525 vidas y derribó las ya de por sí tambaleantes certezas de un periodista cultural español que iba a contar el Congreso de la Lengua de Valparaíso y de repente se vio catapultado en medio del caos.
"Normalmente trato más con las moquetas que con el barro", cuenta Javier Rodríguez-Marcos, redactor de EL PAÍS que fue enviado a cubrir la catástrofe de Chile y que ha narrado su experiencia en el libro Un torpe en un terremoto (Debate).
"Soy inseguro", dice de sí Rodríguez-Marcos, sentado a una mesa del café madrileño La buena vida, donde presenta su obra.
Tan inseguro que cuando la sección de Internacional del periódico le pidió que fuera el enviado especial para escribir de la tragedia chilena, instintivamente hubiese contestado con dos letras y un monosílabo: "No". "Me veía inadapto: si ni siquiera en mi ciudad sería capaz de cubrir una catástrofe, ¿cómo iba a hacerlo en Chile?", asegura con una sonrisa el periodista, licenciado en filología y que siempre se ha ocupado de temas culturales.
Sin embargo, "ese absurdo sentido de la responsabilidad" que conlleva su profesión cambió las cartas encima de la mesa. El "no" se quedó en sus pensamientos. De su boca salió un "sí".
Así, el soldado Rodríguez-Marcos cogió su avión, cumplió su misión y, además, de todas las notas y el material que no había cabido en sus crónicas para el diario sacó un libro que a la narración periodística añade sus peripecias personales, mucho humor y algunas pinceladas históricas. "No soy experto en geología o en Chile. Le dije al editor [Miguel Aguilar] que ese era el único libro que podía escribir, justamente el de un torpe en un terremoto", afirma el autor.
Aunque, según Aguilar, el resultado final es "la respuesta a qué es una crónica".
Fue sin embargo una respuesta que obligó Rodríguez-Marcos a prescindir de algunos de los principios de su oficio. "El libro de estilo de EL PAÍS deja claro que las dificultades que tiene un periodista para conseguir una noticia no son a su vez noticias", explica. Pero una cosa son las 700 palabras de una crónica y otra las 158 páginas de su libro: "Caben los alrededores de la noticia, lo que no sale en la fotografía".
Y caben las reflexiones del autor sobre su profesión y la a veces sutil línea que la separa de la narrativa.
Rodríguez-Marcos recorre a la dicotomía del erizo (el escritor) y el zorro (el periodista): "El primero sabe una sola cosa importante, mientras que el otro sabe muchas cosas. Lo importante es tener siempre claro en que madriguera estás trabajando".
Cuatro terremotos
Agobiado por tener que cubrir un seísmo, a su llegada Rodríguez-Marcos descubrió que, como afirmaban los chilenos, le tocaría contar cuatro terremotos a la vez: el temblor de la tierra, el tsunami, el derrumbe social debido a saqueos y pillajes y la intervención del Ejército, que estableció un toque de queda que Chile no veía desde los tiempos del dictador Augusto Pinochet.
Pese a ello el autor fue testigo de la gran dignidad con la que el país reaccionó ante el drama: "Se organizaron espontáneamente, distribuían comida y había mucha solidaridad".
Y mucha hospitalidad, como pudo comprobar el mismo periodista, que transcurrió su estancia en Chile acampado en una tienda en el jardín de una familia de la ciudad de Concepción.
El viaje le sirvió a Rodríguez-Marcos también para hacer amigos, ya que sigue en contacto con muchos de los chilenos que conoció: "Al principio eran como animales narrativos.
Todos querían explicarte cómo les había afectado el terremoto y qué estaban haciendo en ese momento". Además de los cuentos, el periodista añadió a su bagaje de experiencias una serie de imágenes atroces. Entre ellas, recuerda la de "un edificio recién construido que se cayó entero, como un árbol. Durante días los bomberos buscaron entre los escombros una víctima que decían que seguía sepultada. Hubo un instante en el que todos callaron para que se pudiese oírle. Pero en un momento dado decidieron que ya no podían encontrarle y suspendieron las búsquedas". También recuerda el miedo, aunque no por su seguridad: "Soy bastante inconsciente y eso no me preocupaba. Lo que sí me espantaba era no mandar la crónica a tiempo".
Hacia el final del libro, Rodríguez-Marcos explica que a veces tiene la impresión de encontrarse todavía en Chile.
Entre tanto sin embargo esa tragedia ha desaparecido de los medios de comunicación. "Las catástrofes pasan de grandes titulares a casi nada, pero pensar que un periódico pueda contarlo todo es irreal.
Cuando el tsunami en Japón, las revueltas árabes cayeron en el olvido durante unos días", afirma el periodista. La actualidad manda, la fecha del diario condena lo que ya ha pasado y "la muerte lenta importa poco porque no es fotogénica".
Tal vez su libro pueda contribuir al recuerdo de la catástrofe y, para el autor, de cuando se convirtió en cronista de internacional.
Fue la primera y última vez, ya que si se lo volviesen a pedir tiene clarísima la respuesta: "Diría que no. Sigo pensando que no soy la persona adecuada".
O igual pensaría que no, pero acabaría subiéndose al avión. Ya saben, ese absurdo sentido de la responsabilidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario