La flor blanca de la acacia sobre la hierba, y los picos ansiosos de los mirlos. Enfrente, florece discreto el cinamomo: pequeños celajes lilas sobre la marea verdeoscura de su copa.
Flores blancas -la del magnolio a punto, la de las yucas en fila-, como gotas de pausa entre el verdor en las espesuras, verde pálido de las hojas recientes, desvaído verde tocando la calina por el cielo.
O también los botones amarillos de las plantas de erial, dientes de león, que pronto se convertirá en un vilano cristalino, polvo de nada, residuo de los giros del tiempo.
Faltan las amapolas, en la meseta de junio -la jacaranda y el prodigio de su malva- para que en ese ventanillo la mirada se repose, mire en derredor, todo tan amplio, blanco y ya desnudo, casi.
Publicado por José Carlos Cataño
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