Si en la vida real el amor eterno es el que nunca fue, en las artes lo hacen realidad la literatura y el cine.
El romance entre estas dos manifestaciones creativas es tan centenario como la misma historia de las películas. Es más, de las diez películas con más premios Oscar, ocho están basadas en libros, y me temo que la proporción general es igual.
A pesar de este vínculo tan fuerte, son dos artes y dos lenguajes distintos que no admiten comparaciones entre sí.No soy partidario de comparar los libros con sus adaptaciones cinematográficas.
De pensar si es mejor o peor la película que el libro, o viceversa. Cada manifestación artística debe ser valorada, juzgada o comparada, exclusivamente, con las de su mismo género o especie: Literatura con literatura, arte con arte o cine con cine porque las reglas de cada soporte o manifestación son diferentes. Es como si intentara establecer si es mejor la novela El padrino, de Mario Puzo, que la película de Francis Ford Coppola (en la imagen), o esa película que su banda sonora o su cartel. Aunque, sin duda, el cine ha logrado que muchas personas nos hayamos acercado a unos cuantos libros.
A veces ha sido una estupenda celestina para reafirmar el romance con la lectura (artículo sobre la química entre el papel y el celuloide).
Esto viene a cuento porque justo en un año donde el cine no ha recurrido mucho a la literatura, a diferencia de los últimos años donde su dependencia ha sido preocupante, creo que es un buen momento para repasar este largo romance.
Esta relación se puede clasificar en cuatro categorías: los libros buenos que han dado buenas películas, los libros buenos que han dado regulares o malas películas, los libros regulares o malos que han dado buenas películas y los libros poco conocidos que han dado buenas películas, porque de los libros malos que han dado malas películas mejor ni hablar, ¿no?
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