Cada uno es hijo de su padre y de su madre, pero quizás el príncipe Guillermo lo sea un poco más que la mayoría de los ciudadanos.
La tormentosa relación que vivieron Carlos y Diana de Gales desde que se casaron en 1981 marcó su infancia.
La trágica muerte de lady Di en 1997 marcó su adolescencia.
Y las presiones para que sea él, y no su padre, quien suceda en el trono a Isabel II amenazan con marcar su vida adulta.
Aunque, digan lo que digan las encuestas, muy poca gente cree que eso pueda realmente ocurrir.
La sombra de sus padres amenaza con marcar no solo su vida, sino la de su futura mujer, Catalina Middleton.
Las comparaciones entre Kate y Diana por un lado y entre Carlos y Guillermo por el otro, van a ser el pan suyo de cada día.
Son parejas muy distintas por muchas razones.
Entre otras, porque les separan 30 años y una crisis que llegó a hacer temblar los cimientos de la monarquía británica pero que ha acabado por acercarla un poco a la tierra, aunque el carácter estirado de los Windsor ayuda poco.
Carlos y Diana se casaron por conveniencia y formaban una pareja desequilibrada: por edad, por formación, por carácter, por objetivos en la vida. Guillermo y Catalina parece que tienen una relación mucho más equilibrada.
Diana llegó virgen al altar de la catedral de San Pablo, como mandaban los cánones de la corte.
Kate ha convivido durante ocho años con su pareja, pero a nadie le importa ya la virginidad de la futura princesa.
Guillermo afronta, sin embargo, otra comparación más complicada. No porque salga malparado, sino por lo contrario. Su espejo no es un mito muerto una noche de verano junto al Sena.
Su espejo es un hombre vivo, despreciado por la prensa y del que la mayoría de los británicos desconfía.
El reto de Guillermo no es superar a su padre: el reto de Guillermo es no hacerle sombra. Porque una vez casado, y sobre todo en cuanto tenga descendencia, se multiplicarán las voces pidiendo que Carlos renuncie a heredar el trono de Isabel II y sea Guillermo el próximo rey.
Algo que, si hace unos años parecía un imposible, hoy parece una quimera.
Todo hace pensar que Guillermo se lleva bien con su padre y con su madrastra, Camila. Los agoreros pronósticos de que la muerte de Diana alejarían al padre y al hijo no se han visto confirmados por la realidad.
No hay ni un solo indicio de que el joven príncipe tenga ambición de desbancar al padre, que esta semana se ha convertido en el heredero de la corona que lleva más tiempo esperando para alcanzar el trono: casi 60 años.
No es que Guillermo genere un enorme entusiasmo popular, pero tampoco despierta el rechazo que Carlos suscita entre muchos ciudadanos.
El príncipe de Gales, sin embargo, ha tenido las cosas más difíciles que su hijo. Las relaciones con su padre, el duque de Edimburgo, han sido siempre tormentosas.
Con su madre, la reina, siempre frías.
El contraste queda en evidencia viendo las añejas imágenes del niño Carlos saludando a Isabel II con un gélido apretón de manos al volver la reina de un largo viaje.
Qué diferencia con los cariñosos abrazos con los que Diana premiaba a Guillermo y a su hermano Enrique en las mismas circunstancias.
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