La vida de Brenda Gourley es tan variada y particular como su forma de desayunar. Estudió para contable, cuando en su país natal, Sudáfrica, esa era una carrera de hombres. "En clase éramos 500. 499 hombres y yo", recuerda.
Tras su paso por la empresa privada, se decantó por impartir clases, más propio entonces de su sexo, pero acabó siendo la primera mujer en el rectorado de una Universidad de su país.
A sus 67 años, jubilada tras su paso por la británica Open University, el centro a distancia más importante del mundo, no ha parado de trabajar.
En el restaurante le han puesto bollería, zumo de naranja natural, café y fruta. No toca nada.
Se levanta y cambia todo el menú.
Esta sudafricana fue la primera mujer que ocupó un rectorado en su país
Gourley está en Barcelona porque la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) la inviste doctora honoris causa.
"¿Por qué en el mundo hay tan pocas mujeres honoris causa? Quizá porque los que nominan son en su mayoría hombres.
Pero también las mujeres tienen parte de responsabilidad. Normalmente, cuando la Universidad pide nominaciones y votos a hombres y mujeres, ellas se quedan más en segundo plano. Expectantes, a ver qué hacen otros. Y esos otros nominan y votan a hombres", defiende Gourley, que comenzó a trabajar con 18 años y tuvo que compatibilizar estudios y su jornada laboral, se convirtió en rectora de la Universidad Kwazulu-Natal el mismo año que el fin del apartheid llegó a Sudáfrica, en 1994.
"Fue un periodo de enorme cambio.
Grandes expectativas.
Hacía falta alguien que pudiera tratar con las ONG, estudiantes, profesores, sindicatos... todos al tiempo.
Y fue un honor que todos me eligieran", cuenta mientras pelea con un paquetito de muesli, que se resiste a ser abierto.
Finalmente, lo vierte en un tazón de leche y hunde los granos con la cuchara. "La Universidad estaba envuelta en todo lo que ocurría a su alrededor. Las ONG llevaban tiempo haciendo el trabajo que el Gobierno no hacía.
Y la Universidad les proporcionó asilo, donde encontraron apoyo. Esto enriqueció el campus", recuerda.
La influencia llevó a la Universidad a reenfocar incluso algunos estudios. "Pusimos en marcha una especialidad de vivienda low cost.
Porque el chabolismo es un problema grave. ¡Hubo proyectos para fabricar ladrillos con cajas de leche!", ríe. Esta especialidad, dice, atrajo a más extranjeros que ninguna otra.
Tras su etapa en Sudáfrica, en 2002 pasó a la Open University, que solo ofrece cursos a distancia. "Pero allí también se actúa en la comunidad.
Gracias a Internet, se desarrollan proyectos entre decenas de nacionalidades para muchas comunidades distintas", explica mientras vierte un zumo de melocotón en agua hirviendo.
A solo unos metros, en otra mesa, su marido desayuna solo.
La ha acompañado y de vez en cuando la mira de reojo. "Me he cruzado con muchas mujeres que me han dicho que soy afortunada por mi trayectoria profesional. Yo nunca he pretendido ser un símbolo, ni la primera en nada. Simplemente he trabajado por lo que quería.
Pero lo cierto es que he tenido la suerte que otras no tienen: mi marido me ha apoyado siempre.
Mis ascensos han sido alegrías, sin recelos.
Y mis cuatro hijos, a los que hemos criado a medias, han tenido buena salud".
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