A CÉSAR VALLEJO
Usted estaba muy lejos, muy cariacontecido,
quién sabe de qué jueves midiendo tanta lluvia,
con cuántos compatriotas tornándose cadáver,
haciendo el imposible regreso de la muerte.
Usted se delataba con el dolor trepando
por el costado izquierdo hacia los hueso húmeros,
hacia las verticales del puro amor sediento,
hasta las ingles mismas de una tristeza rota.
Usted se devanaba los sesos en las celdas
como un trilce que brama detrás de los barrotes,
para que no cayera más sangre en tierra firme
y los niños tuvieran-es un decir- sus nubes.
Usted compadeciendo de noche a las arañas,
escarbando en silencio los sótanos del odio,
abrazando con sorna a los pasos perdidos,
enseñando los límites del hambre y sus miserias.
Usted peruanamente cantando sus pasiones,
clavándose en los ojos dolores de otros cuerpos,
buscando al mismo tiempo el fósforo y la prisa,
haciendo de trapecios la flor del laberinto.
Peruanamente usted, peruanamente,
rezando una oración desde muy lejos,
mirando al hombre que nació muy poco,
con agua de revólveres lavados.
Peruanamente usted rompiendo moldes
como quien rompe la quietud del día.
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