Hay una luz ahora, azul de nácar, que no pertenece ni a la noche ni al crepúsculo. Nítida y fervorosa enfrente de las hojas que vuelven a las ramas.
Azul árabe la llamaba yo, antes, las paredes enjalbegadas, las olas oscuras, el mar sin rostro.
El mar, que es primero en venir con el día; primero en recibir la noche.
Pero esa luz, azul de nácar, instante de nada, también desgajado como yo del calendario.
Publicado por José Carlos Cataño
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