. .Carmen Maura vive entre España y Francia, entre Madrid y París, sabe cuáles son los pros y los contras de cada ciudad y de cada temperamento y al final resume que la residencia perfecta e imposible sería su casa de siempre "pero con París en la acera de enfrente".
La actriz recibió ayer, por el conjunto de su obra, en el Ayuntamiento de esta ciudad, de manos de la vicealcaldesa, Anne Hidalgo, la "grande Medaille de Vermeil de la Ville de París" el mayor reconocimiento de esta institución, en un homenaje solemne al que asistieron un centenar de personas.
Hidalgo, de padres españoles, muy ligada a la cultura española, elogió encendidamente a Maura, a la que aseguró conocer y admirar.
La actriz escuchó el discurso con una sonrisa de oreja a oreja.
Después, en el excelente francés fluido y con acento indisimulado del que ha hecho gala en sus últimas películas, Maura agradeció el premio, rememoró con dulzura e ironía sus primeros tiempos en París, a la que describió como una ciudad hermosa "pero muy difícil de conquistar" en la que "el sol no calienta mucho".
Después de las fotos con varios de los asistentes, Maura, locuaz como nunca, habló delante de los periodistas de esa ciudad que le encanta y le choca y de ese pueblo, el francés "tan cuadrado, tan encantador y, a veces, tan ingenuo, tan fácil de engañar". Respondió a las inevitables preguntas sobre Almodovar ("ya no somos amigos, ya no le veo, no me obsesiona rodar con él, pero si me ofrece un buen papel bien pagado, lo haré"), sobre su propia carrera ("me gusta descubrir gente, trabajar con directores en su primera película, porque ponen toda el alma") y, sobre todo, París ("una ciudad preciosa, pero dura, en la que he llorado, en la que, a veces, cuando el taxista te responde mal una mañana, te entran ganas de venirte abajo").
El viernes asistirá, en el instituto Cervantes de París, al estreno de su última película, Les femmes au sixième étage (las mujeres del sexto piso), dirigida por Philippe Le Guay, con Fabrice Luchini y Sandrine Kibelain en la que Maura, junto a Lola Dueñas y Natalia Verbeke, entre otras, interpretan a las mujeres que, en los años sesenta, venían a trabajar a París como sirvientas. "No es una película folklórica. Y hay un poquito de crítica hacia la sociedad francesa, pero es una crítica respetuosa y cariñosa, claro.
Además, es un poco un cuento de hadas porque acaba bien".
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