Íbamos de excursión, desde Tenerife; me trajo un correíllo de los de antes, y durante toda la travesía creí ver las luces de Las Canteras.
Entonces me sentí un emigrante tinerfeño que llegaba a Las Palmas.
Ahora soy un habitante de la alegría de Las Palmas.
La ciudad vive en mí, adonde voy siempre hay una luz de Las Palmas surgiendo de cualquier noche. Las Palmas es la alegría de la noche.
Para nosotros, los chicos de entonces, Las Palmas era la luz de Las Canteras, una playa abierta toda la noche.
Y era también la Unión Deportiva, los colores azules y amarillos, los futbolistas que iban a jugar a Tenerife, la tele, Pascual Calabuig, Tonono, Guedes, Germán. Molowny, que fue nuestro vecino en Tenerife. Antonio Lemus.
Era el fútbol y pronto fue la poesía. Lezcano, Millares, Padorno. Chirino. Las librerías. Los periódicos. Las Palmas era Los Gofiones; mucho después fue Cuasquías, el inolvidable Tenderete de Nanino Díaz Cutillas.
Veo a Nanino con sus ojos de sueño, riendo como un chico grande, con un vaso de vino en la mano. La alegría y la melancolía.
Nanino cantando, alegre y triste a la vez, como los canarios jóvenes y como los viejos canarios.
Alegre y triste a la vez, como Canarias, y como las fiestas.
Folías sí, quieres tú que cante yo, las folías de mi tierra son alegres y muy tristes de cantar.
Eso dice la copla de Los Sabandeños, los compadres de Los Gofiones; pues así somos, tristes y alegres.
Sin la experiencia de la tristeza nadie se sabe las notas de la alegría.
Las Palmas es la alegría. Pero no siempre. Por eso es tan alegre.
Como los tenderetes de Nanino.
Así que aquí llegué, a la ciudad de Tafira y de Las Canteras, cuando aún era un adolescente. Inolvidable llegada, amada ciudad inolvidable.
El Puerto de La Luz era como un embarcadero de ilusiones felices, gente de todas partes cumpliendo el rito de convertir la ciudad en una capital del mundo.
Así llegué, soñoliento y maravillado cuando se hizo la luz del sol en el Puerto de La Luz.
Tafira fue el descubrimiento del aire; nos quedamos en una residencia sindical y por las noches jugábamos a correr por aquellos caminos de piedra.
Algunas muchachas cantaban bien; aún las escucho, en el aire de Tafira, alegres como la ciudad que veíamos desde allá arriba.
Un tenderete perpetuo.
Un día bajamos a Las Palmas y aquí nos encontramos con una ciudad adulta que hablaba en la calle. Todo el mundo hablaba en la calle. Fuimos por Tamaraceite, por el Parque de Santa Catalina, el Catalina Park del admirable Orlando Hernández, la calle Ripoche, el peligro y a la vez la alegría de las calles que descubríamos entonces.
Las Palmas era como La Habana de las postales, o como algunas zonas de Bogotá; la sensación que siempre tuve en Las Palmas es que aquí el tiempo va más despacio, como que lo puedes controlar tú mismo.
El tiempo de Las Palmas era el de una mujer caminando mientras juega con la arena por la playa de Las Canteras, o por las Alcaravaneras.
Pero entonces éramos muy chicos, no podíamos saber qué era Las Palmas por la noche. Ese iba a ser un descubrimiento.
Ahora lo sé. Las Palmas por la noche era un carnaval perpetuo, a veces secreto, y a veces ese secreto era un secreto compartido por medio mundo.
Cuando ya trabajaba, aquí me pagaron el primer sueldo, y un amigo me llevó a gastarlo en un cabaret; él conocía unas putas, que me presentó, pero yo era demasiado tímido como para iniciar ahí mi perdición nocturna, así que me perdí en las luces pero entonces no me perdí en las mujeres.
Lo que sentía en Las Palmas, y siento ahora siempre que vuelvo, era que una aventura podía iniciarse en cuanto se acababa la luz natural, y esa aventura podía ser en cualquier momento del año, en cualquier día de la semana, en cualquier sitio.
Cuando ya era un joven maduro descubrí hasta el fondo la noche de Las Palmas, y por tanto descubrí la alegría.
Gracias a algunos amigos. Diego, Carlos, Yovanka, de pronto la ciudad para mi fue una multitud.
Les debo a ellos, y a Las Palmas, mis años más alegres.
En Vegueta, en el Hotel Madrid, en la playa, en el mercado, en El Herreño, en las cumbres de Aríñez, después de San Mateo, adonde me llevó Diego para que conociera el agua y la alegría de esos cerros.
Uno de esos amigos que me descubrió Las Palmas por la noche fue Manuel Padorno, el poeta.
Lo había conocido en Madrid, cuando él cenaba por la mañana y merendaba de madrugada, y dormía como si siempre estuviera despierto.
Cuando Manuel volvió a Las Palmas y situó su barco, pues su casa es un barco, en la playa de Las Canteras, se hizo vigía de esa alegría nocturna de la ciudad. Él nos llevaba a Utopía y al Gas, y a la plaza de Farray.
Bebíamos, pero entonces beber era abrazar.
Utopía es, en mi memoria, el sitio por donde entró a la vez Europa y América en la ciudad de Las Palmas al borde de su modernidad. Estuvo el CAAM de Chirino, pero también estaba Utopía. Las Palmas era la ciudad completa.
Era como un hangar inmenso en el que nosotros éramos los aviones pequeños, dispuestos a despegar gracias al alcohol y a las sustancias de las que están hechos los mejores sueños.
Padorno se cansaba del estruendo, y entonces se ponía a jugar al billar.
Como las horas de la noche no pasan jamás, sobre todo si es carnaval, Manolo seguía hasta el otro día, jugando al billar, mirando, hasta que cenaba cuando el mundo entero estaba preparando el almuerzo.
Así es la ciudad, como Manuel Padorno, despreocupada del tiempo, consciente de que por dentro ruge siempre una atmósfera feliz de carnaval posible.
Pero él era el juerguista mayor, la noche se había aposentado en su cabeza blanca y él hacía lo que le daba la gana con la noche.
La noche era la inspiración de su poesía, como la playa, y su alegría era pisar la arena mojada, descalzo, caminando, nómada urbano en la playa más alegre del mundo.
Cuando Jerónimo Saavedra me pidió que hiciera este pregón yo sentí que me estaba haciendo el regalo de recordar a Padorno haciendo fiesta con un grano de arena de Las Canteras.
Ahora me siento en un banco de la playa y miro hacia su casa azul y blanca y siento que el poeta está ahí aún, gritando su amistad melancólica y su amor por una ciudad que no se oscurece nunca.
Un pregón es el anuncio de una fiesta, y en este caso es el anuncio de la fiesta más grande de Las Palmas, la que la representa mejor, pues el carnaval junta la pasión, el deseo y los restantes afectos que nacen con la noche.
La noche es el carnaval de Las Palmas (...)
(...) Y el carnaval, además, es un vaivén, como el mar. Como el mar y como la poesía. Y como la música.
El mar que miraba Padorno desde su atalaya en Las Canteras tiene la música que le da la presencia metafórica del Auditorio Alfredo Kraus (...)
(...) El mar de Las Palmas es una mano abierta.
Ahora el mar se siente como un símbolo de Las Palmas que aspira a ser capital cultural de Europa. Las Palmas es todo: la antigüedad, la historia, el progreso, la utopía sin límites.
El carnaval nos junta para reír, para cantar, en un tenderete incesante; nadamos, gracias al carnaval, hacia metáforas que todavía no se nos han ocurrido; como el mar, el carnaval es la gran improvisación de las olas.
Ahora he venido a dar un pregón cuando en realidad lo que tendría es que dar un abrazo de amor y de amistad a esta ciudad a la que el mar baña con la sal que cura todas las resacas. Esa sal es la alegría, y la alegría es Las Palmas.
¡¡Ojalá se cumplan todas las utopías!!!
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