Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

26 ene 2011

Y se hizo la luz en Givenchy

El ambiente en los salones del hotel d'Evreux en los que se muestra la alta costura de Givenchy era mucho más relajado ayer que en julio.
En verano, muchos nos acercamos a Place Vendôme con cautela y reticencias.
La casa que comanda Riccardo Tisci había decidio cambiar el desfile por una presentación estática. ¿Era el primer paso para la deserción de una de las pocas casas de alta costura que quedan?

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Pero la colección de invierno de Tisci, inspirada por Frida Kahlo, sirvió para espantar fantasmas.
 Evidenciaba, además, que el formato de presentación estática no implicaba una renuncia y permitía apreciar mejor sus detalles.
 La firma propiedad de LVMH ha debido pensar que si algo no está roto, mejor no arreglarlo. Porque para la primavera/verano de 2011 ha mantenido idéntico el planteamiento y la puesta en escena.







Las mismas cuatro salas (esta vez, aromatizadas con perfume de almendras), la misma disposición de los diez trajes y hasta la misma foto de un grupo, tomada por delante y detrás por Willy Vanderperre.
La responsabilidad de la novedad recaía, por lo tanto, en las piezas. El trabajo es una evolución de la temporada anterior y culmina la apertura a la luz iniciada por el habitualmente oscurantista Tisci.



La inspiración es Japón, pero su visión se aleja de lo manido. De Kazuo Ohno, bailarín de Butoh que falleció el año pasado con 103 años, toma el conflicto entre lo femenino y lo masculino.
Un tema recurrente para Tisci que condiciona la dualidad de los atuendos. Casi todos, largos y lánguidos vestidos que (otra vez) se combinan con prendas exteriores más estructuradas.







El segundo juego de opuestos parte del enfrentamiento de grullas y Gundam, robots de anime. Todas piezas presentan dos caras. Naturaleza y tecnología. La frontal es orgánica y suave. La trasera, robótica y ácida.
El conjunto más mencionado será seguramente el vestido de las 4.000 horas de trabajo. Enteramente cubierto de lentejuelas mate en dos tonos de blanco dibuja cabezas de ave en el frontal.
 El bordado trasero, en naranja, salta de la pieza gracias a su construcción en tres dimensiones.
Se lleva con un chaleco que deja la espalda abierta y zapatos hechos de pequeñas maquinarias de reloj en cobre.



La pieza comparte la primera sala con otras obras que revisan las formas del vestuario tradicional japonés. De ahí, el nombre para la estancia: Obi. Además, establecen un vínculo cromático, ya que todos sus bordados traseros se elaboran en naranjas y fucsias. Uno de los trajes (arriba) lleva una lazada cubierta de finas tiras de piel formando tubos y se abre en una falda de tul y plumas de avestruz.









En la sala Mimosa se agrupan tres trajes que comparten un estudio de los amarillos y verdes.
El frontal del primero, de cuerpo transparente y rematado por cremalleras, muestra un pájaro en relieve creado con encaje, tul y chiffon que desciende hasta una cascada de plumas color amarillo pálido.
Al rodear la pieza, los pájaros de vuelven ácidos. Los otros dos conjuntos de la habitación se complementan con chaquetas largas, casi transparentes en su mitad inferior.
El segundo resulta fascinante.
 Sobre el pecho se abren alas que baten gracias a un hojaldre formado por 20 capas de chiffon.
Su delicadeza contrasta con la frialdad de los adornos verde flúor de la espalda.



La tercera sala, llamada Wisteria, contiene dos trajes de suaves plisados en color lila.
 Los bordados aquí simulan bolas en el momento de estallar.
 Cada perla se ha recubierto a mano por varias capas de chiffon que, al moverse, se abren creando un efecto vagamente perturbador. Como de vida que pugna por nacer. En uno de ellos, el contraste cromático (un amarillo verdoso) aparece a orillas del escote de la espalda. En el otro, viene de la mano de un chaleco-arnés, que decora en lila en frontal y en amarillo el resto.



La última sala expone a gran tamaño la foto de grupo, protagonizada esta vez por diez modelos asiáticas.
Se ve primero de espaldas. Agrupadas por los colores de sus bordados traseros, las modelos llevan gigantescos sombreros de Philip Treacy.
 La puesta en escena y la cercanía con la virtuosa ejecución potencia que esta colección se contemple con la distancia de lo que nace y vive en una vitrina.
Tiene mérito que aún así resulte contemporánea.



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