Se lleva seis premios de los siete a los que aspiraba, entre ellos al mejor guión, a la mejor dirección y a la mejor película
Sobre un escenario glacial que parecía más una resbaladiza pista de hielo que unas tablas para expresar emociones, el Nokia Concert Hall de Tallín (Estonia) acogió anoche los 23º Premios del Cine Europeo, es decir los (eso dicen) Oscar del viejo continente. Unos premios organizados por la Academia del Cine Europeo (sufragada principalmente por la Loteria Nacional de Alemania) que pretenden cada año hacer autobombo del cine que se produce con dinero europeo. Una ambición, como se pudo comprobar anoche, nada sencilla.
En una gala que rozó lo insoportable, presentada por una pareja de humoristas sin gracia, con un coro casi diabólico de pequeñas cantoras acompañadas por una banda musical de magazine matinal, El escritor, de Roman Polanski, se impuso con seis premios de los siete a los que aspiraba.
Fue la película más celebrada en una noche marcada más por las ausencias que por las presencias. La primera, la del propio Polanski, que se conectó tres veces a Skype para los agradecimientos, al mejor guión, a la mejor dirección y a la mejor película.
El cineasta polaco no viajó a Tallín por el acuerdo de extradición que mantiene Estonia con Estados Unidos, donde sigue pendiente un juicio contra él por la violación a finales de los años setenta de una menor. "Muchas gracias a todos mis compañeros y gracias a mi equipo, que era genuinamente europeo", señaló en la videoconferencia, sentado frente a un ordenador, desde lo que parecía un despacho, en camiseta y con esa infantil sonrisa que aún mantiene a los 77 años.
Su película sobre un escritor contratado como negro por un presidente de Gobierno encierra muchas de las obsesiones de este hombre sobre el que pesa un pasado de verdugo por un suceso terrible pero que también es víctima de las peores atrocidades de nuestro tiempo: sobrevivió al gueto de Varsovia y, años después, a una de las matanzas más atroces de la, hasta entonces, feliz era de Acuario. El escritor es una película sobre la doble moral, la corrupción política, la conspiración y la condición de títere de muchos de nuestros dirigentes. Y el pulso de Polanski para contarlo fue reconocido ayer en su vieja Europa.
También por vídeo, aunque no en directo, el protagonista de la película, el escocés Ewan McGregor, celebró su premio al mejor actor. McGregor se comunicó desde Tailandia, donde está rodando The impossible, la película española sobre el tsunami de 2004. Y esa fue, por desgracia, la única nota española de la noche. Ni el guión de Celda 211, de Daniel Monzón y Jorge Gerricaechevarría, ni la interpretación de Luis Tosar en este mismo drama carcelario, ni los decorados de Paola Bizarri y Luis Ramírez para Don Giovanni, de Carlos Saura, se llevaron nada. Sí lo hizo el chileno Patricio Guzman, mejor documental por Nostalgia de la luz. Se lo dedicó a las mujeres chilenas, "que todavía son víctimas de la dictadura de Pinochet", dijo. Sin embargo, la ausencia española más grave fue la de Luis García Berlanga. En la gala se recordaron las recientes pérdidas del italiano Mario Monicelli y el francés Claude Chabrol, pero se omitió de forma inexplicable y vergonzante al director de Plácido. Lo mismo pasó con Eric Rohmer.
El temporal de nieve que ha sobrevolado el norte de Europa convirtió las primeras horas de los premios en un ajetreado listado de nombres que pendía de las comunicaciones aéreas.
Algunos anunciados -como Ken Loach, que viajaba desde Londres- no llegaron y otros sin anunciar, como Juliette Binoche, fueron una agradable sorpresa.
Pese a todo, el ambiente festivo, prenavideño y opulento, se mantuvo caliente durante esta curiosa cita turístico-cultural que el padre de la criatura -y presidente-, el cineasta Wim Wenders, organiza desde los despachos de la EFA, en Berlín. Pese a las inclemencias, los premios lograron reunir a todo tipo de "trabajadores" del cine, creyentes de una industria que, a pesar de las dificultades (y las a veces insalvables diferencias nacionales), aún respira y mantiene la fe en este arte del siglo XX obligado a renacer en el XXI.
Un tránsito hacia un futuro incierto por el que Bruno Ganz, que recibió ayer el homenaje a toda su carrera, no expresó demasiado interés. En una charla que el actor alemán mantuvo en el cine Solaris (no, no se trata de una sala de arte y ensayo sino de un centro comercial con los últimos estrenos de Hollywood), Ganz confesó su falta de interés por el cine como industria económica y, por otro lado, su drástica despedida del teatro ("después de 20 años he decido que no me interesa lo más mínimo el rumbo ligero que el teatro ha tomado en Alemania", dijo). El protagonista de El hundimiento explicó que vive su pasado en la pantalla con desapego: "Yo no soy de esos que ven sus películas, muchas ni las tengo en DVD. Cuando las veo me pongo nervioso porque el tiempo destruye muchas de ellas. He hecho películas por dinero, otras porque me gustaban las personas que trabajan en ellas o los lugares donde se rodaban. Dos tercios de lo que he hecho no me avergüenza como actor. Suficiente". De ese lote de buen cine, Ganz citó El cielo sobre Berlín, filme que calificó de documento de un lugar ya inexistente. "Sencillamente el Berlín de esa ciudad ha desaparecido, así que yo hoy la veo como un documental más que como una película". Una afirmación a la que Wim Wenders, director de la película, apostilló: "Sí, el único documental con ángeles de la historia".
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