Veneno bienhumorado
Y sin dejar de aportarnos, indómito, su particular dosis de veneno bienhumorado, rubricado con un huevo de oro
JERÓNIMO SAAVEDRA ACEVEDO (ALCALDE DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA) Sabía de su salud quebrantada pero no imaginaba el fatal desenlace. Al conocerlo, me ha embargado la tristeza propia de la desaparición de una persona popular, de un periodista al que todos leíamos con regularidad, entre otras cosas por un peculiar estilo que, en cierta medida, reflejaba su modo de ser, su personalidad.
Salvador Sagaseta era ocurrente y original. Agudo y punzante en su escritura. Era difícil por no decir imposible encasillarlo. Él se encargaba de rebatir las coordenadas convencionales: les encontraba aristas diferentes, hurgaba en ese otro lado de la noticia con una escritura mordaz y sarcástica, a veces incomprensible, pero muy personal.
Y encima, entregaba huevos en medio de ése su archipiélago envenenado. ¡Qué gracia! De verdad. En una sociedad tan controvertida, en medio de un tráfago periodístico difícilmente esquivable, Salvador mostraba su singular sentido de la generosidad. El recuadro, o el despiece, revelaba su crítica acerba y áspera de personajes públicos de todo tipo y condición. Difícilmente escaparon de esa sección quienes por algún motivo o por alguna declaración ocuparon algún espacio de la actualidad.
Una noche, en la discoteca Wilson, me dio uno en marco y ambiente distendidos. Salvador era la personificación del desenfado: la vida le había hecho batirse en varios frentes de la adversidad y en aquellos "huevos" y en aquellas entregas encontraba una gratificante vía de desahogo.
Quienes le conocieron bien, quienes le trataron prácticamente a diario, han escrito de su bonhomía y de su compromiso. Resistió tempestades: siempre estaba ahí, siempre reaparecía. Ese espíritu casi ácrata le impulsaba a seguir contemplando el mundo y la sociedad como él quiso hacerlo. Entiendo la emoción de quienes han sido compañeros de tantos años, protagonizando desde dentro la evolución de un periódico. Años y vivencias que se han sucedido sin que perdiera su talante, su personalísimo modo de ser.
Y sin dejar de aportarnos, indómito, su particular dosis de veneno bienhumorado, rubricado con un huevo de oro. Descanse en paz.
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