Sería tan necio pensar que estas elecciones de medio mandato han terminado con Barack Obama como concluir que la derrota californiana sobre la legalización de la marihuana significa que ya nadie la quiere fumar.
Obama, a su manera, es un paliativo. Y como tal, solo funciona cuando la presión es extrema.
Las elecciones al Senado y al Congreso representan para los americanos una forma de castigo al Gobierno, de compensación política.
Lo saborearon desde Reagan a Clinton.
Si usted pone la televisión y ve a una familia blanca contra el suelo y una zapatilla que les pisa la espalda aplastándoles, no se asuste. No es un masaje masoquista, es la campaña electoral norteamericana. En eso consistía uno de los anuncios, en este caso contra la senadora demócrata Pat Murray.
La gente aplastada y la voz en off: "Dile a tu senadora que deje de pisotearte". La profundidad del mensaje es la de un charco seco. En ataques de este calado se han gastado más de 3.000 millones de dólares.
Solo en California, Meg Whitman dedicó más de 160 millones para perder. A nadie le importa el rastro perverso de tanto dinero. Iniciativas como American Crossroads, que lidera Karl Rove, fontanero mediático de Bush, han recaudado millones de dólares para las candidaturas afines.
Es la campaña electoral agria, inflada de dinero, que deja a la democracia más significativa del planeta con el rostro tiznado de suciedad. Ahora viene el lavado de cara, los grupos de presión bajo el guante blanco senatorial.
Si las presidenciales fueron la eclosión de Facebook, estas elecciones han consagrado a Twitter como la plataforma mediática más eficaz tras la televisión, con sus tertulias inflamadas y sus anuncios como puñetazos. Twitter significa gorgojeo, porque los mensajes llegan con un piar febril. Por más que a Vargas Llosa le parezcan simpáticos agitadores liberales, los mensajes del Tea Party triunfan en su brevedad y concisión, despertando la corriente más palurda del patriotismo norteamericano.
Los literatos del reaganismo sintetizaron la doctrina: "El Gobierno no es la solución, es el problema". No se oyó esta frase cuando Bush inyectó millones de dinero público al poder financiero. Se rescató para sacudir a Obama, que se va al vestuario en la media parte con las espinillas molidas a patadas.
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