DE MI MADRE MUY JOVEN
De mi madre muy joven, recuerdo que volaba
disfrazada de ropa, y aprovechando el viento,
meciéndose en las liñas de cualquier azotea,
entonando con fuerza canciones melancólicas,
que hablaban casi siempre de amores separados.
Experta era en el arte de tallar la madera
sobre la que volcaba sus manos poderosas
hasta sacarle el brillo a sus partes más nobles
con un cepillo mágico que guardaba en secreto
y que solo sacaba si invocaba al asombro.
Como una combatiente luchando en la trinchera
ella se reclinaba armada hasta las cejas
con una cera negra y una bayeta antigua
hasta encontrarle el nervio a aquellos escalones
que luego, agradecidos, mostraban su tersura.
No guardo en mi cerebro su imagen recostada
ni rodeada de flores tumbada en la pradera
la suya era una estirpe de soldados civiles
batallando en el frente de las cosas que importan:
poner aditamentos como quien pone vendas
a viejos calcetines que estaban casi extintos,
hacer que plantas mustias recobraran su brío,
y aprovechar la lluvia para ocultar el llanto.
Me viene a la memoria en noches desvaídas
sus brazos extendiendo por todas partes mantas
para calmar al ogro cruel que se acercaba
y ahuyentar los espíritus del miedo y la tristeza.
Ella sabía el secreto de las aves que migran,
el lenguaje preciso que usaban las hormigas
el porque de las formas que las piedras tenían.
Su rostro se mostraba seguro entre las lilas,
y pájaros heridos a su puerta tocaban.
Los grillos esmeraban su canto en la alborada
cambiando la estridencia por un parto de estrellas,
la humedad de la tierra de su ardor recogía
la sustancia precisa para darle a los frutos
el vigor necesario y una altura imposible.
Fértil como los surcos que albergaban sus pasos
de pronto le nacía en la frente un almendro
y en su vientre de plata se abría paso el aroma
por todos los rincones de aquel campo esmaltado.
De mi madre muy joven mis neuronas cansadas
conservan los matices que portaba en los ojos.
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