El rescate de los mineros
Vi a través de los canales colombianos los primeros momentos del rescate en la mina chilena.
Desde que ese suceso desencadenó un increíble despliegue mediático en el desierto de Atacama, la noticia sobrecoge a todo el mundo; me sorprendieron en algún momento comentarios chilenos sobre la capacidad que esos mineros tenían de soportar ese largo encierro, que se presumía aún mayor.
Tenían razón esos chilenos que conocían la fortaleza de sus compatriotas atrapados en la mina. Pero desde la perspectiva del que jamás ha estado en esas circunstancias, y no sólo, es natural el sobrecogimiento, que anoche se convertía, cuando bajaron las primeras cápsulas de rescate, en un suspense total, en el deseo de que cada final de los 33 finales que tiene esta historia libere a estos hombres de un enclaustramiento que pudo haber sido fatal si la solidaridad internacional no hubiera puesto su talento (como ha dicho mi compañero Francisco Peregil, que tan buen trabajo está haciendo) al servicio de un rescate que ahora da un inmenso alivio chileno y mundial.
Muchos hemos vivido estupefactos todo este tiempo, algunos desde la ignorancia de lo que sucede en el alma y en el físico de los mineros, y muchos, también, por la claustrofobia que anida en seres humanos que no soportarían ni esa lejanía ni ese horrible silencio obligatorio de la tierra.
Ojalá salgan los 33 bien, y que todos tengan, ahora o después, el humor de ese minero que se ha convertido en el showman de la mina. Tiene derecho a reír, y a reír siempre.
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