12 sept 2010
Parejas particulares
Juntos se añaden y complementan. Suman mucho más que uno más uno. Hermanos, colegas, matrimonios... unidos por el trabajo, el azar o la familia. Del cine a la literatura, 11 relaciones singulares bajo el prisma de un fotógrafo único
Si te dedicas al cine, al arte, a la literatura, a la política, a la bohemia; si has sacado la cresta en algún oficio interesante de este mundo, pregúntate quién eres si Socías no te ha echado la vista encima", escribió Manuel Vicent para el prólogo de uno de los libros del fotógrafo.
Y así es. En esta colección de retratos de parejas particulares todos los que están se dedican a oficios interesantes, y los que más y los que menos han sacado la cresta. A algunos de ellos ya ni se los ve, otros están empezando, pero todos comparten una misma y sabia mirada. Es la ventaja del talento delante y detrás de la cámara.
El diccionario de la Real Academia Española lo deja bien claro, quizá demasiado claro: "Pareja: conjunto de dos personas, animales o cosas, que tienen entre sí alguna correlación o semejanza, y especialmente la formada por hombre y mujer".
Ese último matiz es innecesario y políticamente incorrecto, pero, como dijo el de las faldas enloquecidas, nadie es perfecto, ni siquiera la Real Academia Española. Naturalmente, hay parejas formadas por una persona y un animal (Platero y él, si ir más lejos), las hay que son unipersonales (Ortega y Gasset), dúos de una persona y un concepto (Belén Esteban y lo elemental).
Si emparejamos a una actriz y a un polímero inodoro e incoloro hecho principalmente de silicio, tendremos como resultado a Ana Obregón. En fin, las posibilidades de entremezclar personas, animales, conceptos o cosas de dos en dos son enormes, multidireccionales y plurisignificativas.
En todo caso, lo que aquí se muestra es un homenaje a las parejas particulares, a las formadas por dos personas del mismo o de distinto sexo, con lazos familiares o sin ellos, unidas, eso sí, por una demostrada entrega a sus oficios y una indiscutible capacidad creativa.
Los hermanos Almodóvar, Pedro y Agustín, se dedican en cuerpo y alma a lo que G. Caín llamó "un oficio del siglo XX", el cine. Pedro es el auténtico protagonista de la verdadera y feliz historia de la lechera. Haré una película con los sobrantes del material de 16 mm de Televisión Española que generosamente me conseguirán mis amigos. La presentaré en una sección alternativa en el Festival de San Sebastián. Gustará a los jóvenes e incluso a algunos no tan jóvenes. Dirán que soy un soplo nuevo en el cine español.
Unos profesionales me producirán la siguiente película, en la que ya cobrarán todos. Cada vez gustará a más gente, y un rico me producirá la siguiente, y después otra, y otra, y me darán premios, y crearemos -mi hermano Tinín y yo- nuestra propia productora, y haremos más películas, y seré aclamado en muchos países, vilipendiado por algunos cazurros de la derecha española, y triunfaré en todo el planeta. Y así hasta hoy, día en el que estoy rodando mi 18º largometraje. Dicho y hecho. Un beso.
P.D. He colocado el cántaro, roto, en la repisa de la chimenea entre los dos Oscar. Más besos.
Después están dos grandes pintores, Eduardo Arroyo y Luis Gordillo, una grandeza que se mide con un doble rasero: la importancia de su propia obra y la de la larga estela que han dejado en las generaciones posteriores de artistas. Dos estilos distintos y un solo dios verdadero: el arte. Pero, además, la impactante fotografía sugiere muchas más cosas: dos creadores que no dudan en reírse de sí mismos, en posar como dos payasos, en decir adiós a las pompas y oropeles, a la autocomplacencia y el narcisismo. Ya lo escribió Eugenio Trías: "Persona, per-sona, significa máscara.
Somos aquella máscara que nos constituye en sujetos abiertos a relaciones con los demás". La vuelta de tuerca corresponde en este caso al pintor sevillano: Gordillo lleva una máscara de Gordillo aderezada con las orejas de Mickey Mouse. Arroyo, por su parte, es una mezcla de clown y luchador veterano. Podría ser un personaje de Bertolt Brecht.
También están los Foster, lord Norman y lady Elena: el poderío del cosmopolitismo con un fondo de escultura de Richard Serra. Lo tienen todo: chateaux en Suiza, jet privado, librería de arte, galería, editorial, obras por todo el mundo, educación, don de lenguas..., todo y, pese a todo, no han renunciado ni al buen gusto ni al mecenazgo más exquisito.
En los Foster se unen la tangible arquitectura con el amor a la vanguardia. Ella puede editar Detritus, la maleta del genial Francis Bacon, ese "sabio salvaje", mientras él puede deslumbrar al mundo con la alta tecnología del Banco de Hong Kong o divulgar las cúpulas geodésicas del visionario Bucky Fuller. Es la ventaja de fundir el talento con la sensibilidad.
Con la pianista Rosa Torres-Pardo y el tenor Enrique Viana, la música clásica demuestra su vitalidad, ese algo indefinible que le permite mantener la vigencia de su seducción y belleza a través de los siglos.
Ella posa con elegancia y sobriedad. Él rinde homenaje a Bob Fosse y a la berenjena. La Iberia de Albéniz al completo y el desparpajo de mezclar L'italiana in Algeri de Rossini con la fabada asturiana. ¿Por qué renunciar a ninguno de los placeres posibles? "Uno como artista tiene la obligación de enamorarse de lo que hace; si no, no lo puede transmitir, o sea, te tiene que parecer lo mejor del mundo en ese momento", explicó Torres-Pardo. La clave es la inteligencia, y si a ella se le unen el desenfado y la concisión, ¿quién da más?
Daniel Écija y Luis San Narciso son dos de los principales responsables de que la ciudadanía española se pase más de cinco horas diarias -si están jubilados o en el paro- y más de tres horas -si tienen trabajo o estudian- delante de lo que en su día se llamó "la caja tonta" y en la actualidad se ha convertido en el icono doméstico por excelencia: la televisión.
Desde la presidencia de Globomedia y desde su dirección artística, estos dos señores se han inventado casi todas las series de éxito del electrodoméstico más afamado. Tanta disquisición y tanto curso universitario de verano para dilucidar qué es la cultura popular y no nos damos cuenta de que la cultura popular son estos dos señores que posan con un toque entre canalla e irónico, descorbatados y con un fondo op-art con reminiscencias de Vasarely.
Miran el horizonte con determinación. Desde Cornellá, los hermanos David y José Muñoz saben que dar el salto desde una fábrica filial de la Seat a llenar estadios es algo que no entiende ni Dios.
Pero ahí están los hijos de quienes regentaban el bar La Española en pleno territorio charnego. Son los Estopa, capitanes América de la rumba, hijos dilectos de Los Chichos, los Chungitos, Peret o los Amaya. Cuando estaban a punto de editar su primer disco se publicó una entrevista en este diario. Uno de ellos explicaba los planes del dúo: "Si pega el disco, me compro un yate que se va a llamar Ya-te cagas". Once años después, pueden tener una flota de lujo desde la que otear el presente y el futuro.
Podrían protagonizar una elegante comedia del mejor cine italiano. Ella, Gemma Nierga, sería la hija de Jean Seberg que se dedicó a la radio para convertirse, años después, en una de sus reinas. Él, Juan José Millás, puro talento literario, era el hermano pequeño de Rossano Brazzi.
Un día coincidieron en la Gran Vía madrileña. Se sabe que es Madrid por la cadena que une la vespa con la barandilla. El que la quiera robar se tiene que llevar varias decenas de metros de acero inoxidable, o lo que sea.
Se conocieron, se cayeron bien y compartieron una lúcida mirada hacia la derecha: allí, al fondo, en la extrema derecha, se intuye al nutrido grupo de periodistas agoreros, profetas de las catástrofes y subvencionados de doña Esperanza Aguirre. La hija de Jean Seberg y el hermano pequeño de Rossano sonríen. Es el triunfo de la ironía sobre la ordinariez y las prebendas.
Andy Warhol dijo aquello de que todo el mundo tiene derecho a sus 15 minutos de fama. Pues bien, esta señora, Olvido Gara, que posa con su tatuado compañero Mario Vaquerizo, lleva tres décadas en el candelero. Para ello se apoyó en un look sorprendente en los primeros años de la transición democrática y en el talento creativo de Carlos Berlanga y Nacho Canut.
Cuarenta años de cruel vulgaridad se fueron diluyendo a golpe de imaginación y fiestas. Y hablando de golpes: la emergente Alaska se llevó unos cuantos de los gorilas de seguridad del primer concierto que dieron Los Ramones en la madrileña plaza de toros de Vista Alegre.
Todavía no estaba muy claro dónde comenzaban las risas y dónde acababan los matones. Pero Olvido sabía, con Jagger, que el tiempo estaba de su lado, y que las plazas de toros, antes o después, se reconvertirían en centros comerciales. En eso también fue una pionera.
Aquí están las dos: desafiantes y espléndidas. Son Najwa Nimri y Clara Lago. El ordenador enloquece al escribir Najwa, con lo que demuestra que es el último reducto de la ingenuidad. No sé qué hará al escribir Urritikoetxea, su segundo apellido.
En todo caso, podría ser perfectamente la protagonista de un biopic de Marlene Dietrich. La nínfula Lago (también enloquece con lo de nínfula; no ha leído a Nabokov) nos dejó turulatos con su baile árabe en La vida que te espera, de Gutiérrez Aragón, pero viendo esta fotografía estamos convencidos de que también nos habría dejado turulatos interpretando a Violet, hija de Hattie, prostituta del burdel de Madame Neil en Nueva Orleans. Podría haber sido una estupenda Pretty Baby de haberla conocido Louis Malle y haber nacido 30 años antes. Otra cosa distinta es lo que hubiera pensado y dicho de su interpretación monseñor Rouco.
Con ellos tenemos un problema: ¿cómo retratar a una cantaora y a un torero y no caer en el estereotipo de la España profunda y de pandereta? Pues como lo hace Socías: ella, lánguida y hermosa a punto del desvanecimiento.
Él, desmayado probablemente ante tanta belleza. Fuera de foco queda el cante y la torería, porque lo que prima son Estrella Morente y Javier Conde, un matrimonio andaluz con hijos, sin más. Se podría añadir que ella lleva el arte en los genes, pero sería decir una vulgaridad como la de que los negros llevan el ritmo en la sangre.
Mejor dejarlos como están: dos bellezones que se quieren y que superarán, sin duda, el que él no pueda trabajar en Cataluña dentro de un par de años.
Y por último, los más jóvenes. Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez apenas superan la veintena y, como a todos a los que Franco y el franquismo les suenan a batallas del abuelo Cebolleta, está claro que son de otro mundo. "Mis padres pusieron Internet en casa cuando yo tenía 10 años.
Desde entonces participaba en conversaciones fragmentadas en chats y en Messenger, y buscaba páginas web en las que leía cosas sobre mis películas o mis series manga preferidas. A los 13 años empecé a leer fotologs, blogs, livejournals, etcétera. A los 14 me hice uno. Un fotolog. Luego un blog. Luego otro, a los 15, y hasta ahora", escribe Luna en su blog. Antonio también va por ahí. Estudian y ejercen el periodismo cultural, y muestran una saludable impudicia en su minuciosa y desaforada grafía digital. Posan con un cierto punto equidistante entre la melancolía y el desafío. Él lleva una camiseta con dibujo, creo, del ya clásico Ceesepe, y ella, un anillo que, manejado con habilidad, puede ser mortal.
Han escrito conjuntamente Exhumación, y para el bloguero Eduardo Cruz estos dos jóvenes lideran "una literatura que ya ha nacido con el Internet conectado, una literatura que no se entiende sin Twitter ni Facebook, un universo literario en el que puedes pertenecer a un grupo simplemente pinchando en la opción 'me gusta' y en el que cualquier indicio de vida aparece escoltado por un fornido puntocom". No se diga más.
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