23 ago 2010
El mismo Atlántico
El mismo Atlántico
Durante años busqué Atlantic City, la película de Louis Malle, no sólo porque me gustó mucho cuando la vi, sino porque quería recuperar para mi memoria una frase que decía ahí Burt Lancaster que me parecía espléndida en cuanto a nostalgia en general y en cuanto a melancolía a secas.
Finalmente, me la dejaron, porque no pude encontrarla en ningún sitio, ni la ponían en los canales clásicos, y ya pude verla, ante el Atlántico, precisamente, en El Médano.
En mi recuerdo, esa frase que buscaba estaba al final de la película; según ese recuerdo, que ahora ha resultado torcido, Burt Lancaster miraba hacia el océano, lo único verdaderamente bello de aquella ciudad decrépita, y le decía esa frase que yo busqué tantas veces a un joven cuyas facciones se me habían desdibujado. Viendo la película advertí la realidad: Burt Lancaster no habla frente al océano, sino de espaldas al mar, y el joven que le escucha es un personaje que se dedica al tráfico de drogas, en el que trata de implicar (y lo logra) al anciano ex jugador en Las Vegas. Y lo que dice Burt Lancaster, que en el filme se llama Leo, está en la mitad de la película, y es esto:
--El Atlántico era otra cosa... Sí, tenías que haber visto el Atlántico en aquellos tiempos.
Luego siguen caminando. Más tarde, un limpiabotas que ejerce de cuidador de unos baños en Atlantic City, le recuerda pasajes de la vida común a Leo, su amigo, y éste le espeta:
--Vives demasiado en el pasado.
A lo que replica el limpiabotas:
--Sí, ¡pero qué tiempos!
Por esas dos intervenciones perseguí la película, y al fin tengo las frases. Atlantic City es sobre el paso del tiempo; nada representa mejor el tiempo (su eternidad y también su variedad, su lujuriosa nostalgia) que el mar, pero sobre todo el océano, este que baña la costa en la que vivo. Y esas dos invocaciones de Burt Lancaster (y su amigo el limpiabotas) se quedan incrustadas entre lo mejor que he escuchado acerca de ese símbolo de la vitalidad y la decrepitud que el mar simboliza. El mismo mar, en este caso, que estoy viendo ahora, tan enorme y tan diverso. Mientras lo miraba me llamó Manuel Gutiérrez Aragón, el cineasta y novelista; me llamaba desde La Toja, tierra de tantas melancolías; sobre este mismo mar, el Atlántico gallego, caía una tromba de agua. No sé qué sucederá en Atlantic City, pero sobre este mar cuyo sonido me ampara ahora mientras escribo un sol lechoso y definitivo cubre de blanco brillante la superficie de las olas. Una brisa violenta lo hace reverberar como una ola infinita.
Es una película que pasaría sin llamar la atención salvo a los que saben y gustan del cine de Louis Mall siendo Burt Lancaster un actor con el paso de los años "Soberbio",y Louis Mall que pese a sus altibajos en su época americana, nos regaló una joyita como ‘Atlantic City’.
La escena en cuestión es aquella en la que Susan Sarandon, se lava con un limón el cuerpo, ante la atenta mirada de ese gánster en decadencia que interpreta Burt Lancaster, y que gracias al deseo que despierta en él Susan Sarandon y su personaje, recupera las ganas de vivir. Lo importante de la secuencia, no es lo que se ve sino lo que se intuye.
A la Sarandon al principio no la vemos de frente, y luego la miramos a través de los ojos de Lancaster, el pasado mirando al futuro, al deseo delante de nosotros, a la fruta prohibida aunque cercana. Para al final sí observar, con una elevada carga de erotismo, como se seca y se viste, y como uno es capaz de aguantarse.
La escena me parece rodada magistralmente, en algo supongo que tuvo que ver que Louis Malle y Susan Sarandon eran pareja en la vida real, y que el maduro director era quien observaba a su amada a través de los ojos del actor. Recuerdo que la escena me impresionó, como a mucha otra gente y críticos que han visto la película, porque cumple con una regla importante, enseña sin mostrar, y es nuestra imaginación la que engrandece lo que vemos.
Lo dicho, si la secuencia y esta entrada sirve para que os acerquéis a ver ‘Atlantic City’, adeptos habré logrado. Eso, y que ver actuar a Burt Lancaster en estado de gracia, es un caramelo que merece la pena llevarse a la boca. Está soberbio
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