27 ago 2010
Arropada.
Se arropó en el blanco,
se hizo abrigo y almohada
para el hombre que apoyaba
la cabeza en su regazo.
Ambos dormitaban
una mañana nueva.
Horas atrás él hizo lo imposible
para que se sintiera llena
de sueños y ternura.
Ahora se miran con otros ojos,
saben que no hicieron falta
despojos apasionados de ropa,
ni pieles desnudas mutando formas.
No hubo lenguas lamiendo
coyunturas y brechas,
sólo unos delicados
toques de piel
y unos besos de dulce afecto.
Y sintieron despertarse
un perfume de sol y agonía,
instalarse un aliento
de armonía y quietud.
Hubo también un despliegue,
una metamorfosis lenta:
Ella miró al infinito
y los ojos de él la tocaron.
Y sus labios descendieron
hasta eternizarse
mucho más allá de su ombligo.
Se perdió el miedo
a lo clandestino e impuro,
se olvidaron en las caricias.
No hubo una boca lamiendo
mientras otra clamaba.
No se hicieron doler de gozo
ni se tocaron el agua de la pasión,
fue un sentirse juntos
y completos hasta el éxtasis.
Y hasta buscaron el hueco
para un instante de luz y sonrisas.
Hubo como un guiño de amor,
un saberse juntos y absolutos,
para despejar las incógnitas
que se les abrían en el camino.
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