"En la aldea china de Pou vivía una abuela con sus dos nietos huérfanos. Su casa estaba situada a las afueras de la aldea, en un paraje precioso rodeado de árboles centenarios.
Un día al atardecer envío a sus dos nietos con una carretilla a la aldea para la compra de víveres. Los dos muy contentos, por la confianza que su abuela había depositado en ellos, salieron con la bolsa del dinero andando por el sendero. Al llegar al puente vieron un pobre anciano que les preguntó a dónde iban. Les aconsejó, por lo tarde que ya era, que fueran por un atajo. Dándole las gracias se internaron por el atajo y a los pocos metros dos bandidos, hijos del pobre anciano, les robaron el dinero, la carretilla y la ropa.
Llenos de vergüenza, de rabia y miedo regresaron a su casa y le contaron a su abuela lo sucedido. Ésta les habló en tono sereno, los calmó, les dio de cenar, y los acostó dándoles un beso en la frente.
Antes de salir por la puerta del dormitorio le pregunto a uno: ¿tú Xan, qué has aprendido de esto?. Yo, abuela he aprendido que no nos podemos fiar de los viejos porque siempre nos engañan.
Sonriéndole le dijo: te equivocas, yo soy una anciana y jamás te he engañado.
Mirando al otro nieto repitió la pregunta: ¿y tú Pu, que has aprendido?. Yo, abuela he aprendido a esperar lo inesperado.
Buena respuesta, dijo, y mirándolos con profundo amor, les sonrió, les sopló un beso, apagó la candela de la chimenea y cerró la puerta."
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