11 jul 2010
Mi amiga Freeki y el escritor de Best Sellers
Joven, aunque con el pelo nevado, y se hace raro y artificial en él, como un personaje de melodrama que envejece de un fotograma a otro, y lo vemos con el pelo harinoso y hasta la piel cubierta de talco como el trasero de un bebé después de limpiarle las cacas. Lleva vaqueros gastados y anchos con unos zapatos negros brillantes y un jersey y una camisa por debajo. Gafas de metal. El rostro sin arrugas, y casi sin sombra de barba.
Las malas lenguas dicen que está un poco loco, y que es más publicista que escritor, pero visto de cerca y viéndole hablar parece bastante normal, y hasta demasiado normal y adaptado al mundo, como si lo hubiera inventado él mismo y a su medida. Será entonces una locura controlada (lo que ya no es locura, faltaría más) al servicio de la causa.
La causa será la causa de todo el mundo; comer a diario y darse algún vicio de vez en cuando.
Habla un poco inclinado hacia delante, y parece que de repente va a salir alguien de alguna parte y lo va a azotar con un látigo. Sale un camarero con unas tapitas de empanada y el escritor de best-sellers se queda mirando, distraído.
Lleva un libro en la mano y le comenta a mi amiga friki las aventuras que se narran en él.
Habla como si se tratara de un documento secreto arrancado de las manos al mismísimo Hitler antes de morir, y abre los ojos tanto al explicarse que casi le veo el círculo rojo de las cuencas y dan ganas de echarle los trozos de empanada para que se calme.
Al parecer (cuenta, habla muy alto) la Tierra, por una epidemia, o por una radiación cósmica, o por algo así (quizá desconocido), se convierte en una piara de zombis chupasangres o chupacerebros, y en fin, el desastre es casi total. Años después, cuando las cosas vuelven a su cauce y los sobrevivientes siguen a lo suyo, un tipo viaja por el mundo investigando los acontecimientos de la tal epidemia y escribe un informe, que tanto narra lo que pasó en la China como en Hawai y busca resolver el enigma planteado y seguramente evitar una nueva catástrofe. “El informe es el libro”, dice el escritor de best-sellers. Cuenta la historia en medio de la calle, gritando mucho y escenificando con su cuerpo los hechos más espeluznantes que contiene el libro, aunque sin olvidar el tono pedantesco y finolis, como de locutor de radio clásica que se ha tomado un ácido. Insiste en que tiene que leerlo, aunque la amiga friki, pese a su frikismo y lo bien que le cae el escritor de best-sellers, pone cara de escepticismo y deja caer que a ella las de zombis no le atraen mucho.
Me llaman la atención tres cosas del escritor de best-sellers; primero, gesticula muy rápido, como un muñeco a cámara rápida y sospecho que de un momento a otro va a explotar, por un cortocircuito o por una saturación de algo bajo el jersey; segundo, por fuera parece hecho de mazapán con azúcar en polvo, aunque esto no podría justificarlo, pero algo hay en él que me recuerda a un mazapán, y supongo que si uno fuera zombi evitaría hacerme con su cerebro porque no soporto los mazapanes (es como comerse… no sé, no hay nada peor que un mazapán); y tercero, se me hace extraño estar ante un escritor de best-sellers, como si fuera una profesión más, carpintero, ebanista, ingeniero, odontólogo. Tuve en las manos alguna de sus novelas y no sabría qué decir de ellas.
Mi amiga friki se las leyó y dijo que eran entretenidas y que se leían rápido, lo que para algunos puede ser la mejor razón para leer un libro. Por comparación hasta preferiría uno la prosa administrativa de Benet y la embolia literaria que son sus tomazos, antes que los guiones con forma de novela que invaden las mesas de novedades, las playas, los autobuses, las camas, las estaciones de autobuses, los trenes, los aviones y los regazos hermosos y peludos de muchas damas y gorilas, respectivamente.
No digo palabra, por no parecer pedante y porque no deja hueco con su verborrea acelerada, aunque ganas no me faltan de comentarle que casualmente estoy leyendo el Diario del año de la peste de Defoe, escrito en 1720, y que es precisamente una novela con forma de informe o reportaje sobre la epidemia brutal de peste que asoló Londres en 1665, y en el que se narran hechos tan horribles o más que los protagonizados por un conjunto de zombis, sobre todo teniendo en cuenta que Defoe cuenta algo sucedido de verdad y basándose tanto en documentos médicos como en casos narrados por allegados y testigos directos de la catástrofe. Un reportaje, vamos. También Defoe pretende exponer lo ocurrido por si se volviera a repetir la epidemia y de esa forma evitar ciertos errores que se cometieron.
Es verdad que parece también ciencia ficción, pero, claro, sabemos que todo eso sucedió, aunque parezca imposible, y que en el mismo lugar que alguna vez hemos pisado ocurrió tal cosa hace trescientos años no deja de sorprendernos.
Estoy por comentárselo por ver qué me cuenta pero lo dejo y sigue hablando de otros best-sellers infames, cursis, literatura de y para señoras muy deprimidas, con gran admiración y ya casi creo que este famoso sólo lee porquerías o le pilla uno en un muy mal momento, como el que siempre alterna con cachondas entre cachondas y un día le pillamos del brazo de un callo.
Se larga, saludando mucho con la mano, y miro el cielo; nubes y sol, calor.
Quizá unos gorriones pían el hambre que les da ver esas tapas de empanada y tortilla que saca el camarero con un lamparón en la camisa blanca y cara de descuartizador. Desfilan muchos brazos y hombros y piernas blancas (invernaban) y algunas morenas y sigo pensando que estar vivo, sin peste y sin zombis, está muy bien. Así que levanto un dedo, como en el colegio, y pido dos cañas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario