19 jul 2010
Las mujeres invisibles de los narcos
¿Quiénes faltan en estas fotografías? Las mujeres. Sobre los capos colombianos de la droga se ha escrito mucho. Pero no tanto sobre sus esposas o amantes, a las que reclutan de adolescentes, les sirven de decoración y apoyo logístico, y a las que usan y tiran a su antojo.
De ellas se ocupa el libro 'Las muñecas de los narcos'. Un vistazo a este mundo criminal desde su lado femenino.
Eso eran fincas inmensas, helicópteros parqueados de toda clase. Yo decía: 'Marica, ¿dónde estoy metida?". Brenda Navarrete, la que habla, nació en el valle del Cauca. Un vergel de Colombia.
Por el paisaje. Y por el narcotráfico. No en vano se llamaba El Vergel la finca de uno de los capos de esta zona donde, en los últimos veinte años, crecieron y se asentaron los que más y mejor traqueteaban, el llamado cartel del Norte del Valle del Cauca.
Se trataba de Hernando Gómez Bustamante, alias Rasguño, dueño y señor de todo aquello durante aquel tiempo, hoy detenido en EE UU como lo están otros (el superjefe Diego Montoya, Fernando y Arcángel Henao) y los más, ya muertos (Orlando Henao, Wilber Varela...).
'¿Que no vas a salir conmigo? lo primero que hago es matar a tu papá y luego a tu mamá'
'En esa época, en cartago, el que no era narco lo quería ser', dice una de las mujeres
'Yo siempre me porté bien, fui gran esposa, y nunca me tocó ver que él hiciera mal a nadie'
Brenda, hija de familia tan bien que hasta estudió en EE UU, andaba libremente por el pueblo con faldita arriba de la rodilla y una sonrisa eterna... Pandilla con diez amigas formaba, Las Micas, divinas a los ojos de los narcos, que se paseaban por Cartago como Pedro por su casa.
Tenía 16 años apenas cuando se pegó y apegó a Rasguño como tabla de salvación de algo que ahora, visto con distancia, ella misma no sabe qué era. Y se convirtió en su secretaria, amante, mujer, madre de su hijo.
Durante el tiempo de apogeo de Rasguño, Brenda le acompañó siempre. "Me llevaba a todas partes, a reuniones de capos, y yo, 'gracias por presentarme a estos bandidos', que a veces veía todo desde el helicópero e igual era superbacano.
Sí, la adrenalina, el miedo que sentía estar ahí, rodeada de Colombia entera, de los delincuentes más poderosos del país. No sé cómo explicarlo, ni siquiera es estar en unos premios de Hollywood, porque esa gente es normal; en cambio, estos son a veces de admirar por ver hasta dónde han llegado, con esa cabeza que tienen, otros sin estudiar, otros siendo profesionales, otros recogedores de café y en ese puesto. No sé, impresionante. Ver que uno habla peor que la empleada de servicio de la casa, como que lo pone a pensar. ¿El cerebro de este está en la pistola o en la cabeza?".
Los mismos (o parecidos) protagonistas que copaban y copan titulares de los medios en América Latina (y más allá). Un ejemplo del ambiente kitsch en que se mueven -sin entrar en violencias, heridos y muertos que son reguero infinito- podría ser este (hay cientos) aparecido en El Universal de México en 2008: "Capturan a 15 presuntos narcos implicados con dos carteles de Colombia. Los acusan de proveer de media tonelada de cocaína... Fueron aprehendidos durante una rave en una lujosa residencia provista de zoológico... Entre los colombianos detenidos, 11, hay cuatro mujeres... formaban parte de las relaciones públicas del grupo delictivo, algunas vinculadas de manera sentimental con los capos...".
"En esa época, en Cartago, el que no era narco, quería ser", dice otra mujer de las muchas junto a ellos en el Valle. Las persiguen, las arrebatan, y ellas se pegan, se dejan seducir por cochazos, ropa de marca, dinero fácil, rumbeo, cirugía estética (sobre todo las tetas, una obsesión).
Todas responden o suelen a un prototipo: hermosas, voluptuosas, muy jóvenes. Influenciables. Las mujeres de los narcos son adolescentes reclutadas a la salida misma de la escuela, engatusadas y perseguidas hasta que caen y abandonan luego familia, estudios... De habitual, les gustan a ellos virginales, "que no estén usadas", suelen decir, "carne fresca" e intercambiable.
Así lo cuentan ellas. Violeta Corrales, hija de narcos asentados, ex mujer de Juan Carlos Giraldo, alias Tortuga: "Tenía buen corazón, me invitaba a salir, me compraba cosas, compartíamos juntos. No me gustaba, pero es como cuando tienes una amiga fea, compartes tanto, tanto, que la empiezas a ver bonita... Así fue como empezó mi rollo con Tortuga". Él tenía 30. Su hermana Frida es de historia similar; desde niña ennoviada con Arcángel Henao, alias El Mocho, encarcelado en EE UU, quien la quiso de veras y la dejó ir. Ella anda casada y con hijo hoy con otro. Ambas viven en EE UU. "Yo no había cumplido 15 cuando ya estaba encarretada con un narcotraficante. Luego a mí me mataron a mi papá y cambié, antes era muy fresca", recuerda Violeta.
Entre las mujeres de este mundo criminal hay de todo. Las que (se dice que ellas controlan ya el 20% del tráfico mundial) son socias de peso o se hicieron grandes con negocio propio, como Sandra Avila Beltrán, mexicana (La Reina del Pacífico), tanto que hasta le dedican narcocorridos, quien decía que lo del tráfico lo "llevaba en la sangre"; la detuvieron mientras compraba en un shopping y aún tuvo tiempo de pararse a pintarse los labios y charlar extenso y jugoso en un atasco con los polis que la acompañaban (presos de pánico por si los asaltaban mientras).
Las hay consagradas, tipo Patricia Monsalve Muñoz, reina de la cocaína en Medellín, o la misma Lorena, de los hermanos Henao del Valle, tan sanguinaria que se cree que envenenó al marido. Están las que quisieron quedar en plan "yo no he roto un plato", como Solange Forza, que anduvo en prisión y reparte exclusivas. Y también las que son amantes de altura y luego escriben un libro contando, como Virginia Vallejo, la de Pablo Escobar, jefe con ambición política del cartel de Medellín, que siendo periodista y popular editó Amando a Pablo, odiando a Escobar y pegó la campanada.
Pero la mayoría son aves de paso. Unas, víctimas; otras, ambiciosas; algunas, prendadas en verdad de sus hombres. Los quieren y están siempre ahí, de florero y retaguardia.
De ellas se conoce poco, apenas un minuto de fama en alguna revista de cotilleos; un corto tiempo de chance mientras dura el encantamiento del capo; mucho maltrato luego y finalmente... puerta. Es destino habitual.
A pesar de su lealtad. Brenda, por ejemplo, atendió y siguió a Rasguño a todas partes y países, detenido o extraditado (él confesó en 2007 su participación en asesinatos, sobornos, blanqueo de dinero, tráfico) y le consintió amoríos puntuales con muchas, y de seguido con una: Olivia, su sombra, su rival de años. Ahora anda criando sola a su hijo en Miami. "Me gusta acá porque no tengo la chapa en la cabeza como allá... Si me invitan a salir, yo salgo, rumbeo, voy a comer, con amigos... En cambio en Colombia era distinto. Un día Hernando me dijo: "Ponte a mariquear o a güevonear y te llega la cabeza de ese hijueputa".
"Lo único que se necesita para caer es estar arriba", dice Brenda, porque lo sabe bien. Como las otras cinco (Violeta, además de Pamela, Frida, Renata y Noelia) que hablan en el libro Las muñecas de los narcos (Aguilar), escrito por Andrés López y Juan Camilo Ferrand.
Uno, ex narco del cartel del Valle desde adolescente, que se entregó en EE UU; el otro, periodista. Ambos se conocen cuando a este le encargan un reportaje sobre el otro a cuento del libro que López había escrito durante el lustro que pasó en prisión, El cartel de los sapos, del que surgiría luego la serie famosa El cartel. Empezaron a trabajar juntos. "Y un día al ver la serie apreciamos que había mucha historia ahí perdida... lo propusimos. Y una mujer llamó a la otra... Nos sentamos a escucharlas... Yo no conocía a ninguna de antes, pero sí a sus esposos", dice López. "Nunca se había contado ese día a día al lado de peligrosos narcos... Y es esta una galería de personajes, de más blandos a más fuertes, que ofrecen testimonios gordos, historias circulares y distintas... Y a través de sus peripecias se traslucen bien las de ellos y las de Colombia en ese tiempo... Lo triste es que esta estructura se ha ido arraigando en otros países, Puerto Rico, México, EE UU...", puntualiza.
Pamela es de Cali, clase media, no le faltaba de nada. Hasta que, con 16 años, conoció a Erick, de 33, el primer narco en su camino: "Era divino, superbuena gente, pero yo en esa época, una niñita. El hijuemadre me enredó. Duramos dos años de novios. El primero, porque yo quería, y el segundo, obligada. Yo le decía que no quería salir con él, pero ahí me reviraba. 'Ah, ¿no? A vos no te voy a hacer nada, pero lo primero que hago es matar a tu papá y luego a tu mamá.
Con eso te quedás sufriendo toda la vida'. Yo le cogí miedo... no le dejé, prefería tener papá". Hasta que otro más poderoso se fijó en ella y le quitó de enmedio. Luego apareció otro, Piraña, Leyner Valencia Espinosa; se enamoró: repetición de la historia, previo paso por Felipe Montoya, sobrino casado del gran capo Diego Montoya. Con 20, Pamela tenía apartamento y asistenta. "Y nadie me echaba los perros porque sabían que yo andaba con el Gordo. Es que Cali es un infierno.
La vida tuya, el que no la sabe se la inventa, pero todo el mundo la sabe". Rompió con todo, tras presenciar incluso asesinatos, y se marchó a Miami.
Hoy, inmigrante sin papeles, es asistenta. "No vale la pena meterse con estas personas. Creen que todo lo pueden comprar con la plata. Ojalá la plata nos hiciera felices... Yo mientras estuve, tuve todo. Igual no era feliz.
Ahora solo quiero amor, otro tipo de persona, que trabaje, de otro estilo, que me respete, quiera una familia".
"Los nombres de ellos son reales en el libro, los de ellas no, pero si vas a Cartago todo el mundo sabe quién es quién", cuenta López, quién ha vivido su propia travesía como arrepentido. "Es difícil decir cuál de estas mujeres me impresionó más: Brenda, por su resistencia; Noelia, que se tira al oceáno a entregarse...
Son niñas heroínas para mí". Jóvenes de edad, pero viejas en experiencia. Los narcos les suelen ocultar información de sus fechorías, les muestran otra cara, son padres y amantes tiernos a ratos, hombres poderosos un día y fugitivos al otro. Un mundo en el que corren las relaciones como dinero y joyas en maletas en huidas desesperadas de mansión en mansión, de país en país.
Renata. Fue desde niña muy activa, contadora de millones en Nueva York, mula camino de EE UU, mujer fantástica del narco Robin y de Felipe Montoya, bajadora de plata desde México a Colombia, dueña de su propio negocio de ropa. "La vida de muñeca está llena de mentiras, de ilusiones".
En su independencia habla de ello como ajeno: "Son patonas, tetonas y culonas, por fuera muy bellas, pero por dentro vacías. Sólo piensan en lo que pueden conseguir de los mágicos y no en lo que pueden lograr por sí mismas". Eso sí, presume de mantenerse intacta en otro sentido: "Ni mis tetas ni mi culo son de traqueteo. Todo fue trabajadito. Nada, gracias a Dios, es de ninguno de esos hijueputas".
Noelia, buena estudiante, de familia humilde y honesta. "Yo me casé con Johnny Cano porque estaba embarazada, si no, no". Cano no tenía entonces ni oficio ni beneficio. Hasta que empezó a trabajar para Rasguño y le siguió la estela y las costumbres: dinero, mucha ostentación, otra mujer, "una niña de 15, bonita, espigada, dispuesta a sacarle hasta el último peso".
Tuvo Noelia con él dos hijos. "Ya despues se volvió tan tremendo... ya no me gustaba compartir con él. Yo sí lo amé... Me porté siempre bien, fui gran esposa, nunca infiel.
Él fue mi primer y único hombre. Una cosa sí aclaro: nunca me tocó ver que hiciera algo malo a alguien".
Hasta que él cayó detenido y Noelia acabó implicada por comprar con dinero del narco... Y se entregó en EE UU, dejando atrás a sus hijos. "Me subieron al avión por atrás esposada, y ahí sí lloré desconsolada". Ya libre, le dirá a él, cansada de su trajín: "Yo como mujer a usted ya no lo quiero... Yo ya tenía mucha rabia. Claro, que cuando uno deja de querer, perdona, y yo ya lo perdoné".
Así, las seis mujeres narran sus vidas como en telenovela: "Algunas al principio se frenaban, otras estaban ávidas de compartir aventura y desdicha...". Material tienen en estas páginas.
El mundo del narcotráfico en boca femenina sabe a fiesta, a rave, orgías, mucho dispendio y disparo que corre; mucha droga, amenaza, palizas y abuso de poder también. Y ahonda en amoríos, traiciones, cariño filial, celos poderosos que hasta remueven el cartel...
Ellas se detienen en detalles sobre su vída íntima, sus primeras veces, en análisis sobre unas y otras, y lo acontecido. Como Pamela, al comparar generaciones: "Me gustaban más las muñecas de antes, eran más lindas, rubias, despampanantes, no supertetonas como ahora. Tenían más clase, cada una su estilito.
Ahora todas son indias, pelinegras, el pelo largo, la teta tamaño 38, la cinturita de avispa y el culo desproporcional, horrible, todo puntudo.
Con una cara ordinaria, pero por detrás cuerpo espectacular". ¿Y ellos? "Ahora son groseros. Los de hace diez años daban superregalazos, mientras que ahora las viejas les tienen que aguantar que tengan mujer, moza, recontramoza, novia, noviecita y amante. Ahí las contentan con cualquier limosna para pagar la luz.
Ya no quedan espléndidos. Eso allá está super, supermalo. Y si los hay, ya les cambió la personalidad".
Casi todas han dejado atrás aquel tiempo. Pero cuesta imaginarlas hoy fregando suelos o camino de la facultad (la mayoría son aún veinteañeras) con tal pasado. Lo certifica López: "Con o sin papel, fueron compañeras oficiales, mandaban en casa, eran patronas de un ejército de empleados que veían en ellas la extensión del poder del jefe; mujeres a las que se les debía respeto y sumisión".
'Las muñecas de los narcos', de Andrés López y Juan Camilo Ferrand, está editado en Aguilar.
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