
Está tan quieta la tarde, el mar echado, alguna nubecilla husmeando entre la copa de un pino redondo, en la Colina, que todo es reverbero y en eso se queda.
Los vencejos también están, pero a la sombra, haciendo las maletas. Han crecido, y ya apenas se sabe de ellos.
Maduros, se alzan virtuosos y solitarios por las aristas, se columpian, saludan con indiferencia a las vencejillas desde las cúspides, y caen rendondos con añoranza de cuando gritaban y se perseguían y se daban de morros contra las tejas.
Jose Carlos Cataño
No hay comentarios:
Publicar un comentario