4 jun 2010
Qué cielo tan puro,
Qué cielo tan puro, y sin pájaros.
Todo con el calor se ha ido, la ondulación de las sombras, la estela aérea y su vocación de infinito, la fragancia de las damiselas.
Como que ya están crecidos, los vencejos han trasladado su festín a otro ángulo, a mis espaldas, aunque yo sigo escuchándolos.
Escucho también que del mar viene subiendo un azul de lejanía vencida.
Cansado este azul, que ha hervido en balde el día entero en altamar, roza la tierra para descansar y llenarse los pulmones de jazmines.
Sí, vencejos, dentro de nada volveré por ustedes... Pero déjenme ahora en el instante que pronto será la noche.
Jose Carlos Cataño
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