17 jun 2010
La casa de los sueños
La casa de los sueños sería esa que aparece y desaparece. En la cual, sin embargo, te ves de pronto.
Es como el viento que gime esta tarde. No lo ves. Lo escuchas, como un animal abandonado, subiendo y bajando por un ángulo de un patio interior. Por una esquina de adentro, silbando una espiral de intemperie y extravío. Menos que agua, que tampoco se agarra, porque ni siquiera el sueño de la casa deja humedad en tu carne. Se ilumina a veces, sus cámaras nunca vistas, visitadas ahora y todas tuyas mientras quiere durar el sueño.
Y desaparece. Como si no fuera nada en tu vida. Porque tu vida puede pasar de largo sin ser tocada por los sueños. Por esa casa repentina. Tu vida tampoco se ve. Es como el viento que deja el cielo de guedejas, y las sombras dobladas en las dunas, y las olas llenas de espuma que vuelan.
Tu vida puede ser también ese viento, cuya lastimadura regresa de tiempo en tiempo. Como los eriales que vuelven a tu memoria. Aquellas piedras abandonadas y el añil intenso de un océano interminable.
Morirás lejos, escribió J. E. Pacheco. Siempre (una vez) morirás lejos de ti mismo. Entonces -fantaseo- se acabará el viento. Se apagará la casa de los sueños. El mar seguirá latiendo. Ya lejos de nadie.
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