4 jun 2010
Giran lentos y a lo lejos los vencejos en el cielo
Giran lentos y a lo lejos los vencejos en el cielo. Tal vez allá arriba tengan otro nombre. Gavilla de hojas aventadas en un aire pautado por la pesadumbre de la humedad. Bajo las nubes, el espectro de la lluvia reverbera y es por eso que las gaviotas pasan por delante de la ventana enardecidas y cegadoras.
Y un helicóptero, con sangre fría de psicópata, se va deteniendo sobre cada tramo del centro de la ciudad. Son los únicos ruidos, a esta hora de la tarde -nácar, ópalo y náusea-: las aspas del aparato, la eterna monserga de las cotorras que anidan no lejos de aquí.
Es triste cuando las nubes no tienen perfiles.
Cuando se amasan unas con otras. Es como la ataraxia de la tarde, a la que sólo le cantan, ahora, los vencejos. La tarde sin perfiles, sin padeceres, que rueda porque sí. Otra página que sin más remedio se hunde en el océano.
Lejos de aquí, sobre esta bruma, por encima de esta indolencia, los cielos serán azules y tirando a oro. Olerán los campos; hablarán las pequeñas hierbas amarillas sin nombre.
La miel se verterá sobre el borde del mar, y los peces ignorados reconocerán en sus abismos los cielos líquidos, los corales, la danza espaciosa de las algas.
Está por desaparecer la editorial que publicó mi último libro de poemas. Cada escrito se hunde en el olvido.
Jose Carlos Cataño
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