Si no fuera por las rosas, las nubes azules, el mar en calma,
Si no fuera por el horizonte de trigales miniados por el viento,
Si no fuera por las luces encendidas de las viejas chimeneas,
Por las ventanas iluminadas en las tardes del invierno largo,
Por los amaneceres lentos del café pausado y el aroma del pan,
Por las tardes tranquilas mientras se muere el sol en los tejados
Y caminan las gentes y las vemos y miramos al trasluz su paso,
Por las farolas de la noche encendiendo esquinas donde pasa
El perro del vecino, la mujer del capazo, el viejecito del cigarro,
Por las faldas al vuelo de cada primavera y los brazos al aire
De las eternas adolescentes presuntuosas de su cuerpo aún grácil,
Y los torsos desnudos de los muchachos siempre los mismos
Que transitan y ríen y cantan y alborotan porque la juventud
Ah, la juventud es siempre donaire y presteza y ventura.
Si no fuera por esos pájaros que aletean en la plaza, antes
De beber en la fuentecilla y saciarse y dorarse al sol lento,
Frío sol de este invierno de nieve y ventisca y lluvia,
Si no fuera por la vida, como un cántico o un presagio,
Afirmación hacia lo alto de verticales certidumbres en sosiego;
Vivir es ser cada día, cada instante, cada minutero, totalidad
Del mundo contenida en esta calma que atraviesa el domingo
Para donarme los dones cotidianos del crecer en síes
En tanto el mundo me habita y yo me entrego y lo alzo.
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