No puedo evitarlo: los domingos me pongo melancólico. Más todavía. Es superior a mis fuerzas. Y es que sucede que me acuerdo de ti, ahora que es imposible que volvamos si quiera a vernos. Impotencia, lo llaman.
Y me acuerdo, digo, porque los domingos eran menos tristes contigo. Menos domingos, vaya. Entonces, recuerdo, solíamos escuchar esta canción de Sabina, sin entender la letra. "El amor nunca hace daño", decías ingenua. Y yo asentía. Cómo no hacerlo, si estaba contigo. Si dormía en una nube.
Fuimos dos ciegos enamorados. Dos suicidas que quisieron morir de amor, y se salvaron a última hora. Inválidos el uno del otro.
Y ahora, vivito y nostálgico, escucho de nuevo esta canción, tirado sobre la cama, y los muelles se me clavan en la espalda. Y resulta que ya no tengo 18, sino 25.
Y sé, entiendo el significado de su letra. Pero no puedo explicártelo. No debo.
Eso te toca descubrirlo a ti.
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