Mal empezamos
Carmen Rigalt
Pues sí: mal empezamos. Ha sido poner el pie en la isla y estallarme la actualidad en las manos (perdón por el verbo, pero no se me ocurre otro: el calor es incompatible con los sinónimos). Cada cierto tiempo, las malas noticias acosan el verano mallorquín. La presencia de la Familia Real convierte la isla en un escenario de gran repercusión mediática. Aquí están puestos todos los focos. Quien quiera salir en los papeles tiene que venir a Mallorca. Es una isla codiciada por las cursis del plongeon y por los malditos de la mira telescópica. Líbrenos el Señor de todos ellos.
Superé la operación jaula, que para una claustrofóbica como yo es como sentirse envasada al vacío. Pensé en las infantas y me dije que si ellas soportaban el envase, yo no iba a ser menos. Dicho y hecho. Lo importante era no pensar, así que me di a la lectura (¡Hola!, Diez Minutos), a la tele (Sálvame) y a los deberes del periódico (caza y captura de negritas). Cuando quise darme cuenta ya había recuperado el aire que respiro.
El detalle se lo debo a Rubalcaba, cuya eficacia nos afecta a todos (espero que no acabe ahí y pronto tengamos noticias tranquilizadoras). Hoy, como compensación a mi comportamiento, la actualidad me obsequia con un desahogo. Se trata de la nueva casa de Cristiano Ronaldo. Como gustan de decir algunos compañeros, yo la vi primero. En su día me aventuré a adelantarla, y hoy lo celebro, aunque con la boca pequeña para no descubrir mi fuente, que es un maná de sabiduría.
Tintín Cristiano ya tiene una casa propia de futbolista. Más que una casa parece un templo. Es obra (y gracia) del arquitecto Joaquín Torres (de ahora en adelante, Joaquín el lomano), autor también de las viviendas de otros futbolistas que fueron captados para la causa del joven arquitecto. Representa el minimalismo llevado a extremos delirantes. Aquí una silla, allá una mesa. Y para ir de la silla a la mesa, un patinete o un carrito de golf como el de Carlos Espinosa de los Monteros. Bien es verdad que Carlos lo utiliza para recorrer Guadalmina, mientras que Cristiano se limitará a recorrer con él el cuarto de baño. La especie de los futbolistas es espléndida, generosa, y todo lo quiere a lo grande. Muchos metros, muchos coches, muchas cazadoras deportivas. Mucho de todo.
El luto rabioso ha apeado a los políticos de los actos mundanos para concentrarse en las exequias. Qué menos. Ayer no hubo políticos en la celebración del 40º aniversario del Centro Cultural Pelaires (Palma), pero estaba a rebosar de gente. La vinculación de Mallorca al arte viene de lejos. Se dice que Pollensa es la ciudad española con más galerías de arte per cápita. Yo no las he contado, pero me lo creo.
La celebración de Pelaires, elevada en góticos, desprendía una atmósfera que trascendía la banalidad del copetín. Artistas con cara de artistas y compradores con cara de ricos. Gente que hace arte y gente que lo consume.
Para coronar el aniversario, se inauguró una muestra de los escultores Rebecca Horn y Jannis Kounellis. Pep Pinya, propietario de la galería, echó mano de celebridades para arropar el acontecimiento. Ben Jacober y Yannick Vu, Lourdes Fernández (directora de Arco), Manolo March y Cecilia Sandberg, María del Mar Bonet. Galeristas como Mario Mauroner y Miguel Marcos. Escritores como Fernando Schwartz, Biel Mesquida y Josep Carles Llop. Abogados, arquitectos, gente que atrae los flashes, como Elena Benarroch (peletera), Cristina Macaya (gran mundo) o José María Mohedano (vividor).
Lo que tiene el arte es que contagia estilo y sublimación. Yo se lo noté a Ben Jakober, a quien su afición por los retratos de infantes reales ha terminado dotando de una beatífica apariencia de abuelo. Ben Jakober -aspecto de payés ilustrado, barba blanca, rizos de sabio- se me antojó el santón de la fiesta. Como santona, elegí a una mujer envuelta en denso negro que parecía Paco Clavel.
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