¿Dónde están los galanes?
De Bradley Cooper a Ryan Reynolds, examen a la nueva generación de apuestos del cine
MARUJA TORRES 25/08/2009
Hablar de cine de hoy, de cine de Hollywood, invita, de forma casi inevitable, a incurrir en jeremiadas. Efectivamente, en lo que respecta a calidad cinematográfica de los productos manufacturados en Hollywood, cualquier tiempo pasado -y digo cualquier: antes de ayer, sin ir más lejos- fue mejor. Algún tiempo fue infinitamente mejor, otro mucho mejor, otro bastante mejor, otro indudablemente mejor y otro pelín mejor.
Pero esta corta historia que quiero relatarles acerca de los llamados galanes del momento tiene un final feliz. Y ustedes tengan paciencia, que más la he tenido yo viendo las películas de estos chicos durante tres días seguidos para poder escribir este artículo. Por todos los cielos: tenía la impresión de hallarme en una granja industrial de pollos. Francamente, queridos, apenas puedo distinguir a uno del otro. Ni siquiera por los pezones (es notable que todos aparezcan en Internet con el torso desnudo y morritos de chapero) se les reconoce.
¿Les recordaremos por sus obras? Difícil. Robert Pattinson, el de Crepúsculo -que previamente apareció en la saga Harry Potter-, va a ser, en breve, el arribistasocial creado por Guy de Maupassant en una enésima versión de Bel Ami, ahora especial para adolescentes. Bradley Cooper -tras el exitazo, para mí incomprensible, de Resacón en Las Vegas- se dispone a rodar la segunda parte. Ryan Reynolds -La proposición, con Sandra Bullock- tiene como mayor mérito el hecho de estar casado con Scarlett Johansson. Chris Pine (Star Trek), se repite en la ciencia-ficción. Gerard Butler (La cruda realidad) está filmando The bounty. Chris Evans (Los 4 fantásticos), ve caer su popularidad casi un 15% en una semana. James Marsden sigue por ahí tras X-men; Josh Duhamel, el de Transformers, siempre nos resultará más pegadizo por su papel protagonista en la serie Las Vegas. Y en cuanto al último de mi lista, Josh Hartnett (August) -el más personal: nunca olvidaré el goce que me produjo el lunar de su cuello en Las vírgenes suicidas, en Black Hawk derribado-, se ha convertido en una especie de caballero exhibidor. Disfrazado de detective en Hollywood: Departamento de homicidios y en La dalia negra, más bien parecía un muchacho jugando a los papás. En August juega a negociante prodigio y hace posturitas.
Sería injusto comparar a estos actores con galanes como Cary Grant, Clark Gable, Gary Cooper, Humphrey Bogart y su etcétera. Para eso, Hollywood tendría que ser como en las décadas en que los grandes productores imponían su dictadura, machacaban personas y guionistas y, pese a todo, ofrecían grandes películas. Tampoco sería correcto identificarles con aquellos que florecieron en las décadas de los sesenta-setenta del siglo pasado: Redford, Newman, Pacino, De Niro y, posteriormente, Harrison Ford. Tampoco Hollywood tiene ahora a directores como Pollack, Lumet o Coppola (en su esplendor, quiero decir). Y Spielberg va a lo suyo.
Sí podemos medir el impacto de estos muchachos con, por ejemplo, el de atractivos actores que les han precedido hace (estoy mirando el reloj) un par de telediarios: Bruce Willis, George Clooney, Brad Pitt, Ewan McGregor, Colin Farrell, Hugh Grant, Hugh Jackman... Tal como están las cosas, la mayoría hace lo que puede pero no lo que quiere. Y si algunos hacen lo que quieren es porque han desistido de estacionarse largamente en el estrellato.
Willis, Clooney y Pitt viven de ser como son, de haber conseguido redondear un icono popular que sacan a pasear puntualmente, para satisfacción de los periodistas y de sus fans. Bruce Willis es el duro irónico que mantiene una buena amistad con Demi Moore. George Clooney, el cosmopolita con sonrisa siempre a punto y una ocurrencia simpática, venga o no a cuento; pero últimamente su cafetera italiana funciona mejor que sus películas. En cuanto a Brad Pitt, su mayor éxito, en estos momentos, es su superproducción benéfica, a medias con Angeline Jolie. Si se fijan, hace tiempo que las películas comerciales de estos galanes del ayer mismo no rompen la pana. Esporádicamente pueden producir y protagonizar alguna película de pequeño presupuesto e ideas algo independientes, que no interesa a las grandes compañías pero que les compensa artísticamente, y que quizá les reporte algún premio en Europa. Y eso es todo.
En los treinta, en los cuarenta, en los cincuenta, los estudios eran indiscutibles, y su star system era eso, un sistema que sostenía a una pléyade de estrellas de la pantalla, protegiéndolas de la contaminación exterior, exagerando sus aureolas. A partir de los sesenta, los héroes se tornaron ariscos, independientes, antihéroes: Brando, Clift, Newman..., sin dejar por ello de interesar a las damas. En el Hollywood de hoy, mandan compañías que sólo quieren negocio inmediato -¿por qué el cine iba a funcionar diferente que Wall Street?-, y confían poco en los seres humanos. Cuando se produce un éxito, necesitan inmediatamente la secuela, la precuela o la entrecuela. Necesitan volver a llenar las arcas. Los grandes presupuestos van a las producciones basadas en comics o en videojuegos, a las que una estrella añadida puede aportar encanto, aunque no sea tan importante como los efectos especiales y, desde luego, sea mucho más prescindible.
En una cinematografía como la que sufrimos actualmente, estos chicos con ganas de triunfar son las primeras víctimas. Efímeros e inmaduros. Porque la galanura de cine es cosa de adultos, como lo es la comedia, ese género perdido en un laberinto de pipí-caca-culo-paja, o como mucho, de mariditos distraídos. Hubo un tiempo en que Hollywood era adulto. Ahora es una guardería infantil, un instituto de enseñanza media.
Pero les decía que éste es un artículo optimista. ¿Hay galanes, hoy? Los hay. Y no los encontramos en las salas de cine, sino en nuestra propia sala. Están en las series de televisión. Se llaman Jon Hamm (Mad men), guapo y oscuro; Hugh Laurie (House), frágil y cómico; Dominic West (The wire), atormentado y sensual; Simon Baker (The guardian, El mentalista), romántico y complejo...
El mejor papel de George Clooney sigue siendo el del inmaduro doctor Ross de Urgencias.
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