Los libros arden mal y el serrucho suena bien
Manuel Rivas ha conseguido acompasar la poesía con la narración de la memoria, y consiguió que esa convivencia incluyera la música.
La poesía es música, y cuando se encuentra con la música, si el encuentro es noble, interior, sentimental e íntimo, entonces la poesía y la música pueden alcanzar cotas sublimes de palabra y silencio. Su novela Los libros arden mal, un grueso volumen de memoria narrativa de los años de la guerra en A Coruña, su pueblo, consigue esos efectos para el lector, pero él los ha atraído también al mundo de la música de la poesía.
Acompañado de sus amigos músicos Marcos Meléndez (cantor de tangos), Gastón Rodríguez (guitarrista) y Pulpiño Viascón (acordeón, serrucho y voz), ha convertido la esencia de Los libros arden mal, un canto a la libertad, en una canción coral que apela a lo más hermoso de la nobleza sentimental que nos queda, aquella que aprecia la memoria como el filamento imperecedero de la dignidad de los hombres.
Con ellos vino Manuel anoche a Caixaforum, en Madrid, y allí los estuve oyendo, feliz de hallar en el sosiego de la noche una voz múltiple que me transportó a una danza armónica cuyo trasfondo fue una tragedia.
Aquella tragedia, la quema de libros, la metáfora más abyecta de la guerra civil en la que se quemaron las vidas y las palabras, resonó en el auditorio como un recuento insistente de lo que jamás debería pasar de nuevo.
Había emoción en la sala, y hubo emoción en los intérpretes. Rivas leyó recitando, Meléndez reprodujo los tangos que en aquellos tiempos escucharía en A Coruña un argentino inolvidable, Roberto Arlt, la guitarra fue pespunteando la narración y los tangos, y Pulpiño Viascón hizo del sonido del serrucho la expresión musical de una obra de arte.
Su interpretación de Negra sombra (esa letra de Rosalía de Castro que bordó Luz Casal) sonó en medio de la narración de Los libros arden mal como la luz inversa del tiempo. Una maravilla. Lo harán más veces; cuando ustedes lo vean convocado, vayan; merece la pena.
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