Besos de cine en Venecia
Un relato del premio Nobel Orhan Pamuk sobre la búsqueda de la felicidad
ORHAN PAMUK 20/07/2009
En un lugar cerca del puente de Rialto, por donde el mercado del pescado, había una pareja besándose. Tanto él como ella iban bien vestidos, eran altos, guapos y bien plantados. Les rodeaban los detalles arquitectónicos que hacen de Venecia lo que es, ventanas góticas, la agradable y suave luz vespertina y los colores anaranjados y rosados del sol poniente. Se encontraban en un espacio vacío justo al lado del Gran Canal. Estaban vueltos el uno hacia el otro, con los brazos rodeándose los cuerpos mutuamente, olvidados del mundo.
Guía secreta de la ciudad de agua
Orham Pamuk
Como a todos, a mí también me entristece la felicidad de los demás
Con todo, por un instante no pude impedir preguntarme "¿Dónde estarán las cámaras?". Luego volví la cara hacia otro lado pensando que estaba feo mirar con curiosidad a una pareja que se besa. Como a todo el mundo, a mí también me entristece un poco la felicidad de los demás, pero esa vez no se me pasó por el alma una sombra semejante. Puede que fuera porque en esta ocasión había venido a Venecia para ser feliz.
Otra razón por la que podía mirar con ligereza y humorismo a una pareja que se estaba besando de todo corazón era que he emborronado bastante papel al respecto en mi última novela El museo de la inocencia.
Fuera de la civilización occidental hay millones de personas, especialmente quienes, como yo, viven en países musulmanes, que en su vida cotidiana nunca ven a dos enamorados besándose en la boca (aunque, por supuesto, no es necesario estar enamorado para besarse así).
En el mundo exterior a Occidente besarse en la boca (con la excepción de Brezhnev y Gromiko) es algo que se hace en el interior de las casas, en el dormitorio, o en las películas. Como cientos, miles de millones de ciudadanos del mundo similares a mí, yo también vi en el cine por primera vez a alguien besar en la boca, cuando era niño todavía no había televisión en Turquía. Recuerdo haber pensado si no les chocarían las narices.
La mejor escena de beso de la historia del cine, la más inolvidable, la filmó Hitchcock, pero no es la de Encadenados como normalmente se cree, sino la escena del tren de Con la muerte en los talones.
En ella, en el estrecho compartimento del tren de Chicago, Gary Grant y Eva Marie Saint giran sobre sí mismos mientras se besan trazando casi un círculo perfecto. Quizás fuera para hacer sentir a los amantes del cine lo mareante que puede llegar a ser un beso.
Pero en mi juventud, cuando veía en los cines de Estambul aquellas películas, aquellas escenas de besos, aquellas parejas que giraban ante la cámara, protestaba de lo artificiales que resultaban, probablemente porque todavía no había tenido una novia a la que besar a gusto.
Siendo joven, la primera vez en mi vida que vi a una pareja besándose en la calle fue en cierto barrio al que los ricos de Estambul iban a pasar el verano. Las dos estrellas de cine que estaban ante la cámara, antes de que el director dijera "motor" se echaban en la boca un par de rociadas del spray de menta-mentol que llevaban en la mano y luego se besaban.
Aquel spray, hoy hace mucho olvidado, que se anunciaba en los periódicos de Turquía con la frase "¡Ya no se sentirá avergonzado después de comer ajo!" se puso de moda durante una época entre las chicas de nuestro barrio, que nunca besaban a nadie.
En mis primeros días en Venecia vi innumerables parejas besándose en las cercanías del puente de Rialto, aparte de aquella tan guapa. Otra cosa que me recordaba al cine cuando los veía era que detrás siempre tenían un paisaje hermosísimo, como en las películas.
¿Qué es lo que nos conduce a besarnos al ver un bonito paisaje? Debe de ser que por un momento nos damos cuenta de lo bellos que, en realidad, pueden ser este mundo y la vida.
Además, tanto las estadísticas sobre turismo como los expertos en matrimonios afirman que hasta las parejas más desdichadas se sienten más próximas durante las vacaciones.
Pero no todos los paisajes bonitos despiertan en nosotros el deseo de besar ni la sensación de felicidad. Algunos nos provocan temor, incluso una inquietud metafísica, otros paz y tranquilidad, y algunos, como me ocurre a mí en Estambul, amargura.
De la misma forma que ciertas ciudades son lugares para trabajar, otras para divertirse, para huir de ellas sin ni siquiera detenerse, para pasar las vacaciones, para entristecerse y algunas para morir, Venecia es un lugar para ser feliz en opinión de los muchos turistas que acuden corriendo a ella.
Comprendemos que se puede ser feliz en este mundo al sentir dentro de nosotros la profundidad del paisaje veneciano. Quizás sea esa alegría la que nos invita a besarnos...
El amable gobernador del Véneto, que me ofreció un regalo de bienvenida hablándome de las relaciones milenarias entre Venecia y Estambul, después de la ceremonia me apartó a un lado como hombre que se enorgullece de poseer una mujer muy hermosa y me mostró el paisaje que se veía desde su despacho. Salimos al balcón que daba al Gran Canal. Vi ante mí un panorama extraordinario, un canaletto viviente.
-Desde ahí la vista debe de ser aún mejor -dijo el gobernador sonriendo y señalándome el balcón del palazzo vecino.
Probablemente ese balcón es el lugar más adecuado del mundo para sentir que se puede ser feliz y besarse.
Traducción de Rafael Carpintero. Besos de cine en Venecia es el primero de los cuatro relatos que Orhan Pamuk ha escrito para EL PAÍS.
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