Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

28 may 2009

30 de Mayo Dia de Canaras

DÍA DE CANARIAS:

¿FIESTA O ENGAÑO?




Julián Ayala armas

Las antiguas polis griegas solían tener como fundador a un héroe epónimo, del que se derivaba el nombre de la ciudad. Incluso poblaciones de particular rango hacían remontar su nacimiento a la acción benefactora de algún dios. Tal fue Atenas, cuya fundación se atribuía, de ahí su nombre, a Atenea, la diosa de la sabiduría y de la guerra entronizada en el Partenón, el templo que ha llegado hasta nosotros como el edificio más singular y característico del mundo antiguo.

Las celebraciones en honor de los fundadores epónimos eran los acontecimientos cívicos –trufados naturalmente de religiosidad– más importantes de la comunidad. En ellas se inauguraban monumentos, se daban funciones teatrales, se hacían concursos de canto, se organizaban competiciones deportivas. Los trabajos arqueológicos han sacado a la luz muchos vestigios de aquellas celebraciones, de ellos quizá el más importante los bajorrelieves del friso del Partenón donde aparecen los jinetes y canéforas participantes en la procesión de las fiestas Panateneas, que se celebraban anualmente en Atenas en honor de su diosa fundadora.



AUNAR CONCIENCIAS Y VOLUNTADES. Un pálido reflejo de aquella época dorada son las celebraciones del día de la patria, grande o chica, que proliferan en estos tiempos de decadencia. Al igual que en los antiguos festejos griegos, el objetivo principal de este tipo de solemnidades es aunar las conciencias y voluntades de las personas integrantes de la comunidad en un hecho referencial común, que puede ser una gesta militar o un acontecimiento político o de cualquier otro signo, que se estima especialmente importante en la historia y en el desarrollo posterior de la comunidad en cuestión.

El Día de Canarias, que se celebra el 30 de mayo en conmemoración de la constitución del primer parlamento autonómico, está enmarcado en este contexto. Sus fastos tratan de hacer hincapié en lo que supuesta y genéricamente se considera señas de identidad comunes de los canarios y canarias, que a escala popular se reconocen y establecen especialmente en el folklore y en los llamados deportes autóctonos. La conmemoración se presenta, pues, como la fiesta de todos los canarios, como la celebración de la canariedad, que tiene su materialización política en la autonomía, por lo que es también la conmemoración jubilosa del régimen autonómico.

Dejando aparte que, como nos explica Etienne Balibar, “toda comunidad social, reproducida mediante el funcionamiento de instituciones, es imaginaria”, pues reposa sobre la proyección de la existencia individual en un relato colectivo, así como en el reconocimiento de un nombre común y en las tradiciones vividas como restos de un pasado inmemorial –aunque se hayan fabricado e inculcado en circunstancias recientes–(1); dejando esto aparte, repito, ¿es verdaderamente el Día de Canarias, como se nos quiere hacer creer, un símbolo de la fusión de todos los canarios y canarias en torno a sus instituciones, costumbres y tradiciones?



LAS INSTITUCIONES NO SON ‘NEUTRALES’. En este sistema basado en/y generador de la desigualdad entre las gentes, las instituciones y toda la simbología que acarrean no son “neutrales”. Así, las ideas de nación o de patria, que se conciben como referencia común a todos los habitantes de un territorio determinado, pueden tener esta característica referencial sólo en el plano cultural e ideológico, pero no en el de la realidad económica, social y, por ende, política. La nación y la patria, como todo en este sistema, tienen sus “dueños”, que son los que acotan sus características, los que las regulan, los que deciden qué camino deben tomar… Y estos dueños no son otros que los detentadores del poder económico y político, los que dirigen la comunidad, los que pretenden convertir en intereses generales sus intereses de casta y a través del inmenso aparato de persuasión de que disponen intentan convencer de ello –y lo logran más veces de lo que sería conveniente para la buena salud social– al resto de los integrantes de la comunidad.

Pues bien, el Día de Canarias no es ajeno a esta situación. Quienes decidieron la fecha y las características de la celebración fueron los sectores dominantes en las Islas, los mismos que durante décadas y hasta la actualidad han preconizado y ejecutado un modelo económico insostenible, basado en la especulación y la destrucción del territorio; sin importarles el bienestar ciudadano un ardite más allá de lo necesario para garantizarse los votos que les permitan seguir en el candelero; los que, entre otras cosas, han institucionalizado la corrupción, como método de conducta política y empresarial. La misma institución parlamentaria, cuyo nacimiento se conmemora, tiene como misión más tangible dentro del sistema de corrupción institucionalizada revestir de apariencia legal los desmanes del poder económico y sus testaferros políticos, aprobando normativas encaminadas a tal fin.



UNA MASCARADA. “Su” Día de Canarias no es, pues, sino una mascarada, un medio más para integrar en su proyecto a la mayor parte posible de la población del Archipiélago (con ese objetivo se acuñan slogans engañosos, ramplones y vacíos, como “el orgullo de ser canario” o “ser canario es mi razón”). Pretenden aunar las voluntades en la referencia común de la canariedad. Referencia común que puede que exista, pero que sólo se podrá desarrollar en un sistema social y económicamente igualitario, que haga posible una verdadera autodeterminación individual, una plena soberanía popular. Y desde luego constituye una desviación perversa utilizarla como cortina de humo para ocultar los intereses contrapuestos de las clases sociales en las islas, que afloran con especial virulencia en épocas de crisis sistémica como la que estamos viviendo.

Y es que “ser canario” –como ser español o ser turco– no es un estadio de la condición humana en el que se diluyan los intereses de clase, en el que se produzca la integración superadora de las contradicciones sociales. Te exploto durante todo el año, te pago salarios de subsistencia, te someto a la inseguridad laboral constante, te pongo en la puta calle apenas se me nubla la perspectiva de negocio, pero, eso sí, el día de la patria nos reencontramos como hermanos, hijos de la misma tierra (aunque la tierra de verdad sea más mía que tuya, claro) e integrantes del mismo pueblo que tiene ante sí un futuro luminoso basado en la laboriosidad, el espíritu de sacrificio y la entrega generosa que ha sido siempre nuestro principal patrimonio colectivo, ¡ta-ta-ta-ta-chán! (Aquí entran Los Sabandeños, cantando aquello de “Canario lucha como lucharon los guanches”. A Paulino, a Plasencia, a Grisaleña y hasta a algún presidente de asociación de vecinos, obrerete él, empesebrado por Coalición Canaria, se les saltan las lágrimas de la emoción).



LA PATRIA DE LOS TRABAJADORES. Una última reflexión. No trato de negar que los trabajadores, los asalariados, los componentes del sector dominado en una sociedad desigual, tengan patria. La tienen, pero la patria de los explotados no es la misma, no puede ser la misma, que la patria de los explotadores. Para éstos, la patria es el lugar donde pueden sacar más beneficio económico; para los otros, el lugar donde pueden laborar en paz, con menos agobios, con mejores condiciones de trabajo y de vida, con menos explotación o con ninguna, si fuera posible.

La patria de los capitalistas está, pues, donde obtengan más riqueza; la patria de los trabajadores, donde puedan vivir mejor de su esfuerzo. Los primeros se las han arreglado para hacer de toda la tierra su campo de actuación, llevando sus empresas y su dinero allí donde las condiciones son más apropiadas para obtener ganancias, donde los estados y los gobiernos son más débiles, donde la democracia brilla por su ausencia, donde los sindicatos carecen de fuerza, donde las leyes ambientales son más permisivas o simplemente no existen. Es una de las características principales de lo que se llama la globalización económica, que mejor podría llamarse la globalización de la explotación. Los segundos, los asalariados, cuando no pueden vivir en el lugar donde han nacido, tienden a la emigración por regla general y, en algunos casos, cuando las condiciones lo permiten (las famosas “condiciones objetivas” de otros tiempos), a la rebelión que haga posible en su propio país la construcción de la patria nueva que, como decía Durruti, llevan los obreros en sus corazones.

Ruego a los bienpensantes y personas de orden que me perdonen este final, pero es difícil no ponerse lírico en estas circunstancias. Hasta más ver.

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(1) Etienne Balibar: “La forma nación: historia e ideología”, en E. Balibar e I. Wallerstein: Raza, Nación y Clase. IEPALA, Madrid, 1991.

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