Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

10 mar 2013

Cuando las 'top' dominaban la tierra. Auge, decadencia y caída Por: Jesús Rodríguez | 10 de marzo de 2013

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                                      Fotografia de Peter Lindbergh. (1990)

Time era la biblia. Y la sagrada escritura del periodismo había dedicado su portada del 16 de noviembre de 1991 a las supermodelos. La imagen de su cover era Naomi Campbell. Tenía 21 años. El súbtítulo del reportaje era Beauty and the bucks. Belleza y pasta. En el interior, se describía, con el rigor y maestría legendarios en la mejor revista del mundo (que unas semanas antes había llevado en esa primera página la Guerra del Golfo, la corrupción en la recién fenecida Unión Soviética o la destrucción de la capa de ozono), el complejo fenómeno económico y mediático unido al fenómeno de las top model. Hasta esos días, ignorábamos todo ellas. No tenían nombre. En los ochenta, Lauren Hutton, Iman e Inès de la Fressange habían abierto el camino. Pero esta nueva generación era otra cosa. Un terremoto. Movía millones en publicidad y marketing. Y copaba las páginas de las grandes publicaciones de moda y protagonizaba en incipiente universo de los vídeoclips. Un par de meses antes, Canal + ya había producido un documental en blanco y negro llamado Models, dirigido por el fotógrafo Peter Lindbergh, uno de los primeros que retrataron a las nuevas divas de la moda. Nosotros también queríamos explorar ese planeta.
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Linda Evangelista fotografiada en 1992 en el Retiro. Fotografía de Chema Conesa.
Se decidió hacer un gran reportaje sobre las top en El País Semanal. Salimos de pesca. Hablamos con los conseguidores. Cebamos el anzuelo. Lanzamos el sedal. Resultado negativo. Imposible entrevistar a Linda Evangelista, Claudia Schiffer, Cindy Crawford, Christy Turlington, Stephanie Seymour, Karen Mulder o Helena Christensen. Menos aún fotografiarlas. No tenían tiempo. Pedían mucho dinero. Nosotros no pagábamos. Además, Evangelista había lanzado al orbe una frase que se convertiría en el eslogan de aquella generación de modelos que se iba a convertir en un icono de los 90: “No me levanto de la cama por menos de 10.000 dólares”. En ese terreno jugábamos. Aguardamos.
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 Claudia Schiffer en el desfile de Loewe de 1992 /Ch. C.
La ocasión llegó cuatro meses más tarde. Loewe, que estaba alcanzando las seguras costas del grupo LVMH, quería darle una vuelta a su solemne imagen y hacer sus pinitos en el prêt à porter. Extender el negocio. Sonar. Ser cool. Tiró de talonario y fichó a la primera división para su desfile inaugural en el Retiro madrileño. Su músculo financiero era cuestionable, pero sus perfumes daban mucho de sí (como aún ocurre hoy). Sus responsables echaron el resto. Había que aprovechar la ocasión. Hablamos con ellos. Nadie nos prometió nada. Ningún acceso estaba asegurado. Las top eran muy jóvenes, muy ricas; muy volubles; caprichosas y rodeadas de aduladores y buscavidas. Habían abandonado el hogar siendo casi unas niñas. No nos iban a dedicar ni una caída de ojos. Probamos suerte. En la mañana del 19 de febrero de 1992, el fotógrafo Chema Conesa y yo nos plantamos en el cuartel general del evento en Madrid. Habían llegado la noche anterior. Sólo Linda Evangelista, la número uno, que tenía 26 años, aterrizaba esa misma madrugada desde París en avión privado. Cobraría cada una 18.000 euros de la época por unas horas de trabajo.
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Evangelista horas después de entrevistarla /Ch. C.
Nunca supe si nos colamos o nos colaron. Si fuimos listos o, Carmen Valiño, la responsable de comunicación de Loewe, hizo un gesto imperceptible a los matones de la puerta para que tuvieran manga ancha con esos dos pobres mortales. Entramos inopinadamente en El Dorado. En un comedor blanco, minimalista y zen, repleto de mujeres muy jóvenes de una belleza apabullante que se movían en vaqueros y camiseta con la majestuosidad y el desenfado con el que se levita sobre una improvisada alfombra roja, bookers solícitos y camareros que servían un sofisticado brunch mezcla parisiense y mediterráneo en el que abundaba el champagne. Nadie sabía que éramos periodistas. Nos sentamos y observamos. Fue un placer de un par de horas. En la crónica que al día siguiente hice para la última de EL PAIS, describí así aquella situación bajo el título Las inaccesibles reinas de la pasarela: “Evangelista, Naomi Campbell y la rubia Karen Mulder compartieron muy sonrientes mesa, conversación, tortilla de patata y mediasnoches de jamón. La que ha sido definida como la nueva Brigitte Bardot, Claudia Schiffer, la más arreglada del grupo, en su Chanel minifaldero, comió pasteles y fresas sin dirigirles la palabra. Tras el almuerzo, peregrinación para llamar al novio. El primer problema del día había surgido cuando la divina Evangelista exigió un teléfono portátil, utensilio del que carecía la organización y que hubo que comprar precipitadamente para satisfacer a Linda -que se ofreció a pagarlo de su bolsillo-, y que las modelos extranjeras usaron con profusión. Naomi Campbell -enfundada en un estrechísimo vestido estampado con mariposas y con las mismas botas de tacón que su íntima Linda- lo intentó media docena de veces sin éxito y se marchó al camerino de morros sin haber podido comunicar -quién sabe- con Robert de Niro o el devaluado boxeador Mike Tyson”. 
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Evangelista en acción /Ch. C.
Estábamos envalentonados. Teníamos una historia. Tras los postres, fuimos directos a por Linda Evangelista, canadiense de origen italiano, de origen humilde; una modelo rubia, morena o pelirroja según exigiera el guión, que no había conseguido el provinciano título de Miss Niágara en su adolescencia, pero fue reclutada a comienzos de los 80 por el hombre que se casaría en 1987, Gerald Marie, un agente de modelos de aspecto patibulario y compañero de farra del que se iba a convertir en fotógrafo oficial de las top, Peter Lindbergh, que pasaría a la historia junto a su socio John Casablancas, por dar a luz en una noche de vino y rosas al fenómeno de las top model. En aquel artículo de febrero de 1992 describía así el encuentro con Evangelista: "Fuera del pabellón, los fotógrafos esperaban una ocasión para retratar a las top. No la hubo. La consigna de la organización era: "Fotos no, entrevistas no, ruedas de prensa no". Sólo Linda Evangelista se dignó mantener una conversación con EL PAÍS, eso sí, repitiendo a cada segundo durante los 15 minutos que duró la entrevista la misma frase: "Solo dos preguntas".
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 Claudia Schiffer vestida de novia en el desfile /Ch. C.
Acorralamos a Evangelista. Accedió. Sin maquillar, con gesto cansado, y de negro total, accedió a que Conesa le hiciera unos retratos sin luz ni sentido ante un muro de ladrillo. El fotógrafo, con su escueto inglés, intentaba que la top no diera la espantada en el minuto uno con unas pocas frases: “Great, Linda. Great Linda”. “Beautiful”. “Just a moment, Linda”. Y disparaba. Mientras, yo la interrogaba con un catálogo de lugares comunes. Su guardaespaldas se movía inquieto. La mejor respuesta de Evangelista apareció con la última cuestión. Cuando le pregunté si se consideraba la número uno del negocio. Me miró de arriba abajo con su bellísima cara de malvada y sentenció: “Mire, yo soy una persona no un número. Nunca he pensado en mí misma como en la ocho o la ochenta. Soy Linda Evangelista, no he reemplazado a nadie y nadie puede reemplazarme. Y cuando llegue el final estará bien, porque habré hecho lo que quería hacer y habré obtenido lo que quería obtener”. La entrevista fue portada de El País Semanal el 15 de marzo de 1992, con unas fotografías de Karl Lagerfeld que nos cedió Chanel. Lagerfeld ya no sólo quería ser modista; quería ser artista. 
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John Casablancas y Gerald Marie, los creadores del fenómeno 'top model'.
Nunca más volví a ocuparme del mundo de las modelos. El fenómeno comenzó a renquear al finales de la década, con la sucesión de escándalos, drogas, amores locos con actores y financieros y excentricidades rizando el rizo de unas supermodelos cada vez más ricas y pasadas. Al tiempo, había surgido una nueva generación de top procedentes de Rusia y Brasil, nativas de la era de la información y con un canon que oscilaba entre la belleza apoteósica y la cabeza fría de Gisele Bündchen y la belleza inquietante y la cabeza caliente de Kate Moss. Era la decadencia del imperio de las chicas de la agencia Elite. En noviembre de 1999, un reportaje de la BBC con cámara oculta dirigido por Donald MacIntyre bajo el título, La moda al descubierto, desvelaba los sucios hábitos sexuales y económicos de Gerald Marie, el pope del fenómeno de las top, y el copropietario de Elite, inmerso en un mundo de corruptores de menores empolvados en cocaína. Un año antes la CBS ya había emitido otro reportaje que desvelaba como aspirantes a top menores de edad eran iniciadas en el consumo de drogas por los responsables de algunas agencias. La santísima trinidad de las denuncias se completaba con el libro del reportero de The New York Times, Michael Gross, titulado El feo negocio de las mujeres más bellas.
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Gerald Marie en la actualidad.
Marie nos recibió en París en el frío espacio industrial que albergaba la sede europea de la agencia Elite, en la que habían militado todas las grandes, la primera, su ex mujer, Linda Evangelista. Solo una semana antes, Marie había concedido su primera entrevista a Talk, la revista neoyorquina creada por la periodista Tina Brown, ex directora de The New Yorker y Vanity Fair (que intentaba guillotinar sin éxito a sus antiguas publicaciones). Oliviero Toscani le hizo una serie de retratos desnudo para Talk y EL PAIS. Cuando nos llegó el turno de hablar con él, la entrevista con Gerald Marie fue muy desagradable. Era un pavo real sin escrúpulos que no se arrepentía de nada. Entró en infinitos pleitos con la BBC. Salió airoso. Era insumergible. Mi primera impresión del personaje, reflejado en un reportaje de El País Semanal de junio de 2000, con el título Cuchillos en la pasarela, fue esta: “El aspecto del presidente de Elite Europa es inquietante. Mediana estatura, grandes hombros, espalda cuadrada, cintura estrecha, muy bronceado, sonrisa reluciente, nariz de boxeador. Cada arruga de su rostro parece guardar un secreto. Cuando desciende de un Volvo S80 con chófer seguido por su última novia brasileña, antes de entrar en sus oficinas, observa a un lado y otro de la calle con inquietud”.
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Fotografía de Chema Conesa.
Tras esa introducción, el primer párrafo del reportaje era definitorio y definitivo.  podría haber sido también el último: “Un cerdo con las mujeres. Un genio de los negocios. Este es Gerald Marie, el hombre que construyó el mundo irreal de las top model. Que se inventó a Linda Evangelista y Naomi Campbell. Y ganó muchos millones de dólares. Depredador sexual y uno de los mejores agentes de modelos de la historia. Un acróbata que tras recibir hace seis meses en plena línea de flotación un mortal torpedo en forma de escándalo periodístico, ha vivido para contarlo. Y, de rebote, se ha deshecho de su amigo, patrón y eterno rival (en la cama y los negocios), durante tres décadas: John Casablancas, fundador de la agencia Elite y ex marido de Stephanie Seymour”. 
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Casablancas y Marie son historia. Y las top, acercándose a los cincuenta, dan sus postreros coletazos publicitarios y apadrinan colecciones de grandes almacenes.
Algunas probaron con escaso éxito el mundo del cine. Todas eran muy malas actrices. Basta revisualizar los trabajos de Schiffer, Carla Bruni o Elle Macpherson. Sólo Kate Moss, que nunca formó parte realmente del lobby y siempre fue por libre, ha seguido dando guerra con su inimitable estilo de adolescente cockney. El pasado mes de diciembre el Vanity (auténtico) le dedicó su portada con el siguiente subtítulo: "Sexo, drogas y Johnny Depp". Genio y figura. Once años antes, otra periodista de EL PAIS, Eugenia de la Torriente, ya había contado su historia en las mismas páginas de El Pais Semanal. El resultado: El regreso de las top. El eterno suma y sigue del periodismo.

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