Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

27 may 2012

Traición, deicidio y sama roquera (*)

Traición, deicidio y sama roquera (*)


Suelo decir que la memoria popular canaria de muchos siglos de historia se ha construido con los anclajes del paso fugaz de personajes ilustres, que forman parte del imaginario universal y que aquí los recordamos, además, porque en algún momento de su vida respiraron nuestro alisio y se sentaron a nuestra mesa. Unos personajes nos gustan más y otros menos, pero todos son grandes, y estoy convencido de que en cada época a cualquier criollo de esta tierra la habría gustado compartir mesa, mientras hacían parada y fonda en Canarias, con Juan Sebastián Elcano, Enrico Carusso, María Callas, Winston Churchill, Agatha Christie o Roald Amundsen de paso al Polo Sur. De hecho, en 1935, los poetas surrealistas franceses André Breton y Benjamin Péret estuvieron en Tenerife y todavía se sigue hablando de las tres semanas que duró su estancia.
Por lo tanto, aunque hoy los medios para viajar son otros y en tiempos recientes tener por aquí a un Premio Nobel de Literatura parecía casi lo normal por la residencia en Lanzarote de José Saramago, no es muy frecuente que personajes de ese fuste nos visiten. Y esto ha sucedido la semana pasada, cuando el novelista peruano Mario Vargas Llosa recaló en nuestra ciudad a recoger los máximos galardones que conceden el Ayuntamiento y la Universidad. Entre recepciones, doctorados, conferencias, ruedas de prensa y condecoraciones, MVLL tuvo un momento para almorzar con varios escritores isleños. Algunos son viejos conocidos del novelista y otros compartían mesa y mantel por primera vez con el autor peruano, acto que ha sido tipificado con urgencia isleña como delito de alta traición.
VARGAS LLOSACIMG5775 (2).JPGComparecí como los demás a la hora convenida en un restaurante de la Playa de Las Canteras, y allí, casi tocando la rompiente, había preparada una mesa con copas para vino blanco seco de la tierra, porque dado el escenario y la petición del Nobel, las opciones eran comer pescado o pescado. MVLL llegó, se sumó al grupo y enseguida tuvo que deshacerse de la chaqueta, porque venía vestido con tejidos poco adecuados frente a los restos de la ola de calor sahariano que todavía coleteaba. La brisa marina se confabuló con el vino de Lanzarote para elevar a lo máximo la exquisitez de nuestra humilde pero singular cocina. El gofio escaldado de caldo de pescado y las papas arrugadas alcanzaron el estrellato porque en su sencillez está su encanto.
El mojo rojo tuvo un éxito relativo, porque el picante que ahora se atenúa para ser del gusto europeo -y por costumbre también nuestro- resultó de escasa bravura para paladares entrenados en la cayena blanca y los picantes peruanos; con la cebolla que acompañaba al gofio pasó lo mismo, mucho tiempo en agua y vinagre le había robado su picor natural. Aun así, la combinación salió triunfante, aunque para la próxima vez el chef quedó emplazado a soltarse el pelo con el picante. El calor no incitaba a que la mesa se convirtiera en las Bodas de Camacho. Siguiendo las enseñanzas de Rabelais, la comida fue corta porque eso hará una vida larga, y con Cicerón habrá que convenir que el placer de los banquetes debe medirse no por la abundancia de los manjares, sino por la reunión de los amigos y por su conversación.
Cabría suponer que con un Premio Nobel de Literatura se habla de Literatura, pero aquello no era la sesión de un congreso, y de alguna forma era el reposo del guerrero que se pasa media vida escribiendo y la otra media explicando lo que escribe.
 En realidad fue una comida muy literaria, porque se habló de la vida, de los hijos, de la comida, y el centro del debate fue la adivinación sobre si la fritura de pescado que se hizo presente en dos bandejas era de sama roquera, medregal, herrera o de todo un poco. La curiosidad no fue tanta como para que el maître diera la solución. En cualquier caso, estaba sublime.
La comida se coronó con café y una bola de helado de vainilla para MVLL.
Aunque el Premio Nobel es autor de una novela titulada El hablador, MVLL es ante todo un escuchador. Pregunta continuamente, siente curiosidad por todo, y causa asombro que alguien como él, uno de los escritores más galardonados de este planeta, pregunte a escritores menos encumbrados por asuntos literarios. Pero esa curiosidad es la que hace que hable siempre con un profundo conocimiento de causa, y lo más sorprendente es oírle decir con cierta frecuencia "no sé", expresión que está prohibida en otros escritores que creen que la prepotencia es un certificado de sabiduría. Y habla, cuando sabe, claro que habla, siempre con una precisión casi imposible en el lenguaje oral; construye cada frase como si estuviese puliendo la prosa, aunque sus palabras traten de asuntos banales o cotidianos. Cuando tratamos de transcribir lo que hablamos, vemos que hay frases inacabadas, redundancias, titubeos, expresiones inexactas y luego corregidas. En MVLL no. Con esa capacidad gramatical a toda prueba de armar un discurso oral improvisado con la misma pulcritud que una página escrita sólo he conocido a dos personas: MVLL y el ya desaparecido profesor y crítico canario don Joaquín Artiles.
A estas alturas, cabe preguntarse si el eventual instinto periodístico de los comensales los llevó a hacerle las preguntas que muchos quisieran ver respondidas aunque algunas nadie se atreverá a hacérselas: ¿Es usted de derechas o de izquierdas? ¿Por qué se produjo su distanciamiento de García Márquez? ¿Por qué se presentó a la Presidencia del Perú sabiendo que aquel es un estado imposible compuesto de mil miradas como los ojos de un insecto? No hay secretos en lo hablado durante la comida, pero si los hubiera, no podrían contarse. ¿Los hay? Siempre hay confidencias, retazos de intimidad, expresiones e incluso juicios sobre esto o aquello, porque en una reunión de amigos, con comida exquisita y por poco que sea el vino de La Geria, hasta un Premio Nobel baja las defensas en algún momento, y los amigos no mancillan la confianza.
Con el delito de lesa majestad de acudir a la comida, ya serían demasiadas traiciones para un día. Como conclusión, hay que apuntarse a lo que el propio MVLL dice en García Márquez: Historia de un deicidio: "El creador literario se rebela contra la realidad e intenta sustituirla por la ficción que él mismo fabrica, suplantando en cierto sentido el poder de Dios". Pues eso, además de traidor, hereje.
(*) Este trabajo se publicó el miércoles en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7.

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