Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

1 jun 2011

Leonard Cohen, el guardián sentimental del alma

La vida es caprichosa. Justo cuando Bob Dylan, el último músico en recibir el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, andaba celebrando sus 70 años de vida, Leonard Cohen, tal vez el compositor que más se ha acercado a esa etiqueta de poeta tan apropiada para la obra de Dylan en la música anglosajona, y uno de los pocos que ha podido rivalizar con él en composiciones trascendentales, recibe este mismo galardón, en su sección de las Letras, que el año pasado recayó en el escritor libanés Amin Maalouf.



Aunque son artistas diferentes, con evoluciones distintas, existen paralelismos que no se pueden obviar entre Cohen y Dylan, y que sirven para situar al recién galardonado. En la cultura popular, ambos representan al cantautor cum-laude, al músico que sobrepasa la frontera de lo estrictamente musical para acampar con su obra en la literatura. Aunque mayor que Dylan, Cohen, de 77 años, empezó más tarde en el negocio que el cantante de Minnesota. Para cuando publicó su primer disco, Songs of Leonard Cohen, en 1967, Dylan había hecho la revolución en el pop-rock. Andaba alejado del ruido y el mundo, componiendo baladas de country y folk en Nashville, a su bola, como siempre.
Cohen, por su parte, siempre fiel a su papel y lápiz, dejaba los escenarios de folk para pisar por primera vez un estudio de grabación. Iba de la mano del gran John Hammond, un cazatalentos sin igual en la música norteamericana, que años antes había hecho lo mismo con Dylan.
 Ambos debutaban en Columbia Records, una de las grandes compañías discográficas de EE UU.





Fue un bautizo musical sobresaliente.
Pocos álbumes de debut han sido tan excepcionales como Songs of Leonard Cohen, una obra maestra que ofrecía ya todas las claves que ilustran al nuevo Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
 Aunque se reconocía escritor antes que cantante –había publicado poemas y libros-, Cohen estructuró un disco maravilloso, inolvidable, de arreglos sencillos y una magnética profundidad lírica.
 El cantante canadiense se erigía como un retratista del alma, planeando con ambición por un mundo dominado por el amor y el deseo.
 Bajo una resonancia similar al Code of Silence de Simon & Garfunkel, publicado poco antes, Songs of Leonard Cohen se caracterizaba por su gran impacto emocional y psíquico.
 Aquellos susurros eran la desnudez de la vida en formato disco. Delicadeza como seña de identidad para la música de autor que ha representado siempre Cohen.





Con este premio, el valor de la música de autor como expresión artística vuelve adquirir relevancia, aunque habrán tenido en cuenta sus libros de poesía y novelas.
Aún sin ser tan prolífico como Dylan u otros compañeros del gremio, Cohen es guardián de una labor creadora exquisita, donde se cosechan tesoros compositivos.
Desde sus comienzos, el músico canadiense ha mostrado un asombroso talento y arrojo para cruzar música y literatura, una envidiable capacidad para crear poemas musicados o canciones con certeza poética.
Hace años se supo que quedó enamorado de Federico García Lorca y fue parte del homenaje de Enrique Morente en el magnífico Omega.





De una pureza impura, canciones como Suzanne, Hallelujah, The Stranger, Chelsea Hotel No. 2, I’m your man, Sisters of Mercy o Avalanche alcanzan un clímax místico difícil de encontrar en el trepidante y campechano mundo del rock y el pop.
Nadie duda de la fuerza innata de su música pese a no necesitar de contundentes ropajes sonoros ni fuegos pirotécnicos.
 Con esa voz grave, que parece surgir del fondo de una caverna, la sensibilidad ha sido siempre el motor de su obra, y el rasgo fascinante de su cancionero.
 Como un caballero de la triste figura, con su sombrero y su flaqueza estilística, Cohen ha aportado sex-appeal al noble arte de componer canciones y cantarlas. Su monotonía vocal, muchas veces criticada y entendida como una especie de ser un anticantante, es vista por sus seguidores como un consuelo. Acuden a Cohen para curar las heridas o tener un hogar entre las ruinas de la vida. Como el farolero en la noche oscura, Cohen, íntimo y humano, ilumina el camino para los sinuosos trazos sentimentales del alma.






Los premios Príncipe de Asturias vuelven a reconocer el valor de la composición musical. Su trascendencia mucho más allá del hilo musical y el mero entretenimiento irrelevante y soez al que nos tienen abocados las radiofórmulas y el negocio dominado por los ejecutivos y especuladores del sonido.
Allí donde no suena la música monótona del anticantante Leonard Cohen. Allí donde sus letras son literatura.
Antes fue Dylan. Hoy es Cohen. Gana la música. Ganamos todos. Por una vez, aleluya, y enhorabuena al guardián Cohen.

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