Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

25 abr 2020

España Juristas defienden que Pablo Iglesias pueda criticar las sentencias

El Consejo del Poder Judicial expresó su “absoluto y rotundo rechazo” a las palabras del vicepresidente del Gobierno.

Pablo Iglesias, durante la sesión de control al Ejecutivo el pasado martes en el Senado.
Pablo Iglesias, durante la sesión de control al Ejecutivo el pasado martes en el Senado.EFE
Un grupo de juristas ha hecho público un manifiesto en el que defiende el derecho del vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, a criticar las resoluciones judiciales después de que el Consejo General del Poder Judicial expresara su “profundo malestar” por un tuit del líder de Unidas Podemos en el que rechazaba la condena por atentado y lesiones leves contra su compañera de partido en Madrid Isabel Serra. 
El manifiesto, firmado por una treintena de profesionales y académicos, entre los que se encuentran el exjuez Baltasar Garzón y el magistrado emérito del Supremo, José Antonio Martín Pallín, califica de “muy grave” la “amonestación” del órgano de gobierno de los jueces a Iglesias, y defiende que el vicepresidente se limitó a ejercer su libertad de expresión.

Tras conocer la condena a 19 meses de prisión que impuso el miércoles el Tribunal Superior de Justicia de Madrid a Isabel Serra por agredir a policías durante el intento de paralización de un desahucio en 2014, Pablo Iglesias escribió el siguiente mensaje en Twitter: “Las sentencias se acatan (y en este caso se recurren) pero me invade una enorme sensación de injusticia. 
En España mucha gente siente que corruptos muy poderosos quedan impunes gracias a sus privilegios y contactos, mientras se condena a quien protestó por un desahucio vergonzoso”.
 Otros compañeros de partido criticaron el fallo en términos todavía más duros.
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, durante una rueda de prensa en la Moncloa este jueves. En vídeo, sus declaraciones en esa comparecencia sobre la condena de Isabel Serra. EFE / VÍDEO: EFE
Interferencia inadmisible
Para el grupo de juristas firmantes del manifiesto, la reacción del Poder Judicial, que tuvo un voto en contra del vocal progresista Rafael Mozo, supone “una interferencia inadmisible en un Estado de Derecho” y “confunde la independencia judicial con la presión corporativa contra una opinión libre”.

La Comisión Permanente del Consejo del Poder Judicial, presidida por Carlos Lesmes, en una nota emitida el jueves, expresó su “absoluto y rotundo rechazo” a las palabras de Iglesias y criticó el “tono absolutamente inapropiado” del tuit del vicepresidente.

 

23 abr 2020

El análisis genético sugiere que el coronavirus ya circulaba por España a mediados de febrero

Un estudio de los 28 primeros genomas del virus descarta la existencia de un ‘paciente cero’ español.

Unos 2.500 aficionados valencianistas acudieron al partido de fútbol Atalanta-Valencia, el 19 de febrero en Milán.
Unos 2.500 aficionados valencianistas acudieron al partido de fútbol Atalanta-Valencia, el 19 de febrero en Milán.PAOLO SALMOIRAGO / EFE

 Manuel Ansede

 Cuatro páginas de periódico tienen el mismo número de letras que el código genético del nuevo coronavirus: 30.000. 

En ese breve texto hay suficiente información como para poner de rodillas a la humanidad entera y obligar a miles de millones de personas a esconderse en sus casas. 

Una vez que infecta una célula humana, por ejemplo de la garganta, el virus es capaz de hacer hasta 100.000 copias de sí mismo en apenas 24 horas.

 En cada copia pueden surgir pequeños errores —de una letra por otra— que los nuevos virus van heredando igual que los monjes medievales repetían las erratas al copiar un libro manuscrito. 

Y estudiando esas erratas víricas se puede reconstruir la historia de la pandemia.

Un equipo de científicos del Instituto de Salud Carlos III, en Madrid, ha analizado ahora los 28 primeros genomas del virus leídos en España.
 El rastro de las erratas no conduce a un único paciente cero, sino que confirma “multitud de entradas” de personas infectadas desde otros países durante el mes de febrero, según explica el bioinformático Francisco Díez, primer firmante del estudio.
 El 23 de febrero, el coordinador de Emergencias del Ministerio de Sanidad, Fernando Simón, afirmó: “En España ni hay virus ni se está transmitiendo la enfermedad ni tenemos ningún caso actualmente”.
 Pero parece que para entonces el virus ya campaba a sus anchas.
El equipo de Díez ha estudiado los casi 1.600 genomas completos del virus leídos por la comunidad científica internacional hasta finales de marzo.
 El análisis muestra que los 28 genomas españoles pertenecen a las tres grandes familias del virus identificadas en el resto de mundo y bautizadas S, G y V, con poca diversidad entre ellas.
 “Todos los virus son muy parecidos, en principio, con pocas mutaciones de diferencia, lo que es una buena noticia, con todas las cautelas”, explica Díez, que ahora trabaja en el Hospital Clínic de Barcelona. 
Las vacunas experimentales que se están investigando hoy están concebidas para la secuencia genética actual del virus.
 Una alta tasa de mutación podría arruinar la eficacia de las primeras vacunas, que llegarán como pronto dentro de un año.
El nuevo análisis, publicado sin revisión externa en un repositorio abierto, sugiere que el ancestro común de los 1.600 virus estudiados se encontraba en la ciudad china de Wuhan alrededor del 24 de noviembre. 
Trece de los genomas españoles pertenecen a la familia S, y 11 de ellos están vinculados a un caso anterior detectado el 1 de febrero en Shanghái. Los tres primeros S identificados en España son de muestras tomadas los días 26 y 27 de febrero en Valencia. 
Una semana antes, 2.500 aficionados valencianistas habían viajado a Milán para ver el partido de fútbol Atalanta-Valencia, calificado como “una bomba biológica” por el alcalde de Bérgamo, Giorgio Gori. 
Sin embargo, el análisis genético sugiere que los coronavirus de la familia S ya circulaban por España incluso antes, alrededor del 14 de febrero.
 Otra agrupación de media docena de casos de Madrid apunta a que la familia G ya circulaba por la capital en torno al 18 de febrero. 

El estudio permite comprobar la diseminación invisible y explosiva del virus. 
El caso de Shanghái del 1 de febrero está aparentemente emparentado con otras dos muestras tomadas en Francia el 25 y 26 de febrero, otra de Madrid del 2 de marzo, otra de Chile del 3 de marzo, otra de EE UU del 4 de marzo, otra de Georgia del 8 de marzo y otra de Brasil del 16 de marzo.
 Las probables rutas de transmisión se van complicando hasta formar una madeja en el mapamundi. Díez cree que esta rama concreta del virus saltó desde España a otros seis países.

El estudio permite comprobar la diseminación invisible y explosiva del virus. El caso de Shanghái del 1 de febrero está aparentemente emparentado con otras dos muestras tomadas en Francia el 25 y 26 de febrero, otra de Madrid del 2 de marzo, otra de Chile del 3 de marzo, otra de EE UU del 4 de marzo, otra de Georgia del 8 de marzo y otra de Brasil del 16 de marzo.

 Las probables rutas de transmisión se van complicando hasta formar una madeja en el mapamundi.

 Díez cree que esta rama concreta del virus saltó desde España a otros seis países. 

“En España no ha habido un paciente cero. No hay un paciente cero cuando una epidemia está ya tan diseminada”, recalca el virólogo José Alcamí, supervisor del trabajo junto a su colega Inmaculada Casas
El equipo del genetista Fernando González Candelas, de la fundación valenciana Fisabio, secuenció los tres primeros genomas españoles del virus el 17 de marzo.
 Su grupo ya ha leído más de un centenar. 
“Por la información que tenemos hoy, creemos que hubo al menos 15 entradas diferentes en España. 
Es algo parecido a lo que ha sucedido en otros países, como EE UU e Islandia, donde también se han identificado múltiples entradas del virus”, señala González. “El paciente cero no existe”, zanja.
González subraya las limitaciones de estos estudios genéticos, basados en los genomas completos del virus publicados por la comunidad científica en el repositorio abierto Gisaid.
 Ya hay unos 11.000 genomas completos de medio mundo, 150 de ellos de España, pero faltan piezas esenciales. “De Italia no hay secuencias relevantes para poder sacar conclusiones”, lamenta González.
 Al faltar estos genomas, quedan invisibilizadas posibles rutas de transmisión desde Italia al resto del mundo. 
Además, la fotografía siempre es incompleta: hay 2,4 millones de casos confirmados en el planeta, según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud.

22 abr 2020

De la compra de Chanel nº 5 en la II Guerra Mundial al auge de los vaqueros

De la compra de Chanel nº 5 en la II Guerra Mundial al auge de los vaqueros: cómo las grandes crisis moldean los cambios en la moda.

«El que en la moda solo ve moda es un necio», solía decir Balzac. 

No son los creadores, sino los hitos históricos los que transforman nuestra forma de vestir y definen la estética que se apodera de nuestros armarios.

De la compra de Chanel nº 5 en la II Guerra Mundial al auge de los vaqueros: cómo las grandes crisis moldean los cambios en la moda
Un grupo de jóvenes 'hippies' en 1970. Foto: Cordon

Considero que la razón por la que los diseñadores de moda, unos profesionales poco analíticos, consiguen a veces predecir el futuro mejor que los vaticinadores profesionales es una de las cuestiones más incomprensibles de la historia, y para el historiador de la cultura, una de las más importantes».

 La tesis que escribiera el historiador marxista Eric Hobsbawm en su obra Historia del siglo XX (1994) parece mantener su vigencia un cuarto de siglo después.

 Muy poco antes de que más de medio planeta se viera confinado en su casa a causa de una pandemia, en las pasarelas se exhibían mascarillas (Marine Serre), se escenificaba el apocalipsis (Balenciaga) o incluso se diseñaban colecciones en torno al concepto de biopoder (Gucci), que acuñó el filósofo Michel Foucault en el hoy muy pertinente Vigilar y castigar (1975).

moda crisis

Los desfiles nacieron como reclamo popular para preservar la industria. Aquí, una pasarela en una base naval de Liverpool en 1925. Foto: Getty
Pero no hace falta apelar a la hipotética capacidad profética de los diseñadores para afirmar rotundamente que la moda es un fiel reflejo de las dinámicas y los cambios sociales.
 Aunque para muchos intelectuales el asunto de la indumentaria siga siendo una cuestión banal, lo cierto es que esta es una opinión que filósofos, sociólogos y otros estudiosos de la cultura llevan defendiendo desde hace siglos.
 «El que en la moda solo ve moda es un necio», solía decir Balzac. 
 El problema, quizá, es que la indumentaria es un elemento tan inmediato (quien más, quien menos, se viste a diario) que cuesta darle la profundidad histórica y social que merece.

 Muy pocos se preguntan, por ejemplo, por qué la moda masculina cambia tan poco frente a la femenina.

 Al margen de la cultura patriarcal, que refuerza este hecho, la realidad es que los varones dejaron de adornarse después de una gran crisis: la Revolución Francesa y el consecuente auge de la burguesía. 

 «Es indudable que la reducción drástica del elemento decorativo en los trajes masculinos, la mayor uniformidad en el vestido, se ha acompañado por una mayor simpatía entre las clases; no tanto porque el uso del mismo estilo general de ropas produce en sí mismo una sensación de comunidad porque elimina ciertos factores socialmente desintegradores que pueden producirse por la diferencia en la vestimenta», escribía el psicoanalista Carl Flügel en su Psicología del vestido (1935). Esta ‘gran renuncia’ a la moda, como él mismo la llamaba, tiene que ver con el nacimiento de una nueva sociedad, sustentada en los valores del capitalismo: esfuerzo, austeridad e igualdad de oportunidades.

 La ostentación no estaba hecha para aquellos que querían prosperar en este nuevo mundo, aunque sí para sus mujeres, que no pertenecían al flamante mercado laboral. 

Eran ellas las que daban a entender la riqueza de sus maridos a golpe de aparatosos miriñaques y asfixiantes corsés: el ocio, sinónimo de prosperidad, era entonces definido como ausencia de movimiento.

Si ellos siguen llevando un traje de tres piezas, ellas han dejado atrás el corsé gracias, de nuevo, a otra gran crisis: la Primera Guerra Mundial. 

«La necesidad de mano de obra y el racionamiento hicieron que las faldas se acortaran y las prendas fueran mucho más funcionales.

 Las mujeres que trabajaban en minas o en fábricas de armas empezaron incluso a llevar pantalones», cuenta la historiadora Nina Edwards, autora del ensayo Dressed for war (2014). 

Pero, al contrario de lo que puede pensarse, la crisis bélica no es únicamente sinónimo de austeridad. «La depilación empezó a ser una práctica común. 

También la bisutería: los soldados hacían joyas a sus mujeres con munición, piedras y cristales», apunta Edwards. 


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La actriz Jane Russell, pionera en llevar tejanos, en una imagen de 1950, y la modelo Suzy Parker con el New Look de Dior en 1952. Foto: Getty
Esta es también la época en la que la cosmética (antes asociada a las mujeres ‘libertinas’, como explicó en 1863 Charles Baudelaire en su Elogio del maquillaje) se estandarizan: emergen los grandes emporios, de Elizabeth Arden a Helena Rubinstein, cuya publicidad agresiva instaba a las mujeres a ocultar el estrés provocado por la catástrofe:
  «Aunque tu vida profesional o social no lo requiera, tu patriotismo sí te pide que tu rostro irradie optimismo», narraba una de las campañas de esta última. 
Ya en los años veinte, el resultado estético de la contienda cristalizó en el hedonismo de las llamadas flappers: mujeres profusamente decoradas que lucían los tres símbolos de la nueva era (pelo corto, vestido a la rodilla y maquillaje ostentoso) y actuaban con una libertad acorde a unos tiempos tan inciertos como revolucionarios. 
Cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, fue una de estas flappers la que supo ver el nuevo futuro que se avecinaba en materia de consumo de moda: Coco Chanel.
 
Mientras la ocupación nazi de París instaba al cierre de comercios y a la paralización de las actividades no esenciales, Coco Chanel peleó por dejar su tienda abierta (no sabemos si legalmente o no). 
Día tras día, las colas de soldados en su puerta crecían. Compraban el perfume nº5 para sus mujeres. 
 Otra vez se repetía la misma lógica: pequeños lujos asequibles para ‘combatir’ el desastre.
 De la fragancia de autor al fomento del pintalabios rojo por parte de Winston Churchill,«para levantar la moral de la población» (sic), esta dinámica de opuestos llegó a su culmen cuando Christian Dior decidió dar carpetazo en 1947 a las penurias de la contienda con el New Look, una estética lujosa y ampulosa que devolvió a las mujeres la silueta de antaño y que fue utilizada como arma política tras el armisticio: si Reino Unido lo prohibió por requerir para su confección metros tela en tiempos de crisis, 
Francia lo apoyó viendo en él una herramienta para recuperar el trono de la moda mundial.
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Dos mujeres en bicicleta en 1925. La necesidad de mano de obra femenina en la I Guerra Mundial propició cierta liberación en las mujeres tras la contienda. Foto: Cordon
Sin embargo, la historia nos enseña que los grandes cambios en materia de indumentaria no son fruto de los diseñadores, sino del desencanto colectivo. La tarea de los buenos creativos es saber leer correctamente su presente para anticiparse al futuro. La grandeza de Dior fue la de darle a la sociedad algo opuesto a lo que estaba viviendo, y la de Yves Saint Laurent haber sabido ver y traducir las repercusiones estéticas y sociales de Mayo del 68 (aunque no pisara una manifestación)Asimismo, la fama de la que gozaron Rabanne, Courrèges y Cardin en los sesenta se debe a que «supieron ver que la tecnología, la indumentaria de protección y la incertidumbre frente al futuro estaban en la cabeza de la gente», argumenta Jane Pavitt, autora del ensayo Fear and fahsion in the Cold War (2008).  
Ante la Guerra Fría, su carrera armamentística, su amenaza nuclear y su propaganda espacial, el mundo respondió poniéndose medias de nailon, vestidos de charol y otros ‘artefactos’ sintéticos, atreviéndose con el biquini que llevaban las heroínas de la ciencia ficción y apostando por una estética unisex y uniformada, anteponiéndose a un futuro distópico en el que la comodidad, la homogeneidad y la fusión de géneros nos convertirían en piezas de un mismo puzle.
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Modelos con las prendas futuristas de Pierre Cardin en 1968. Foto: Getty
 Debajo de las pasarelas y las revistas latía un cambio aún mayor: el de los cientos de miles de jóvenes desencantados con un mundo en crisis y un sistema de gobierno que prefería molestar al de al lado que preocuparse por ellos.
 Por eso muchos empezaron a llevar vaqueros, instados por la prohibición que impedía llevarlo fuera de las fábricas o las minas.
 Por eso, también, otros decidieron apropiarse de elementos ajenos a la moda, como las parkas o las botas militares, las chupas de los aviadores o los monos de trabajo hasta uniformarse. 
 Literalmente. «La ideología alternativa y el descontento con lo establecido se significan a través de un estricto código de vestimenta, muy jerarquizado, que les permite reconocerse entre ellos y oponerse al resto». 
Así definía el sociólogo Dick Hebdige el auge de las subculturas durante los sesenta y setenta en su mítico ensayo Subcultures. The meaning of style (1983). Mods, punks, teddy bears y más tarde grunges, club kids o raperos que equipararon la ética a la estética, pese a que luego la moda los haya inoculado subiéndolos a la pasarela y colgándolos del perchero de una tienda low cost. 
 Como ya apuntaba Hebdige: «Cuando acaban siendo definidos como una amenaza para los valores y los intereses sociales, los mass media los neutralizan presentándolos en su forma más estereotípica y estilizada».

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Una mujer en zapatillas de deporte en 1980, momento en el que este calzado comienza a popularizarse fuera del entorno deportivo. Foto: Getty
Pese a ello, la sociedad sigue su curso.
 Y la moda lo refleja. A veces de forma consciente (ahí está el auge del feísmo, encabezado por Comme des Garcons en los ochenta y Margiela en los noventa, reaccionando contra la banalidad de un época opulenta que no pensaba en el futuro) o inconsciente (popularizando las zapatillas de deporte después de que toda América las llevara para ir al trabajo durante una huelga de transporte en 1980 o liberando a las mujeres de los tacones tras la muy necesaria libertad de movimientos que supuso el 11-S). 
 Hoy, inmersos en otro cambio de paradigma, solo hay un hecho claro: el confinamiento, la distancia social y la crisis económica que se avecina cambiarán nuestro modo de relacionarnos con la ropa.
 Para la investigadora de tendencias Li Edelkoort, «esto es una página en blanco.
 Nos hemos acostumbrado a no consumir y nos hemos dado cuenta de que hay que cambiar el modelo».
 Sin embargo, la lógica de la historia habla de ostentación como respuesta a la catástrofe. 
 Estos días la ropa ha dejado de cumplir su principal función: comunicar mensajes implícitos a un observador externo. Partiendo de ahí, cualquier cosa es posible.

Unas Divagaciones

En los años de Sartre y de Camus yo me quedo con Albert Camus La Peste y el extranjero.
Con Sartre no . lo leí naturalmente porque tocaba hacerlo para conoces mejor el Mayo Franés y debajo de los ladrillos había una playa. No entendí por qué adoraban a Simone de Bouboir ni a Sartre no me gustaron nunca porque mentian. Sartre me parecia terriblemene feo y no podia ccon esa arrogancia con que trataba a hombres y mujeres Los dos crearon una relación confusa con sus amantes.
Vivian en casas separadas como sinónimo del amor libre . Mentira todo mentira Simone le seguia como un perrito fiel que va tras su amo. Y escribia bien pero nos engañaba. Llegó a acostarse con las amantes de Sartre para luego burlarse de ellas con el corazón sangriento y como todos los cuentos no fueron ffelices Sartre se fue con una mujer que Simone describe muy bienen su obra La Invitada y ella tb voló con otro pero cuando Sartre murió ella se acostó en la cama con él hasta que le hicieran el funeral.
Y con esto termino porque los lei a los dos y me mintieron ademas de ser feos fisicamente y arrogantes queriendo dar lecciones de libertad.