Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

29 feb 2020

Más allá de la gloria................................ Manuel Vicent

Joan Manuel Serrat, que ha sido investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Zaragoza, representa esa catalanidad transversal que se alimenta del latido de su tierra.


 

 

 

ESP AME BRA CAT ENG Newsletter Suscríbete Conéctate EL PAÍS Babelia Refundar el capitalismo (otra vez)

Una década larga después de que los políticos avanzasen la idea, son los economistas, filósofos y sociólogos los que pretenden suprimir los excesos y abusos del mercado para que éste sobreviva.

Ilustración de Pep Boatella.
Ilustración de Pep Boatella.
Pocos días después de la quiebra de Lehman Brothers, el gigantesco banco de inversión norteamericano, en septiembre de 2008, un acobardado presidente francés, el conservador Nicolas Sarkozy, hizo unas declaraciones célebres que retumbaron en el mundo entero: 
La autorregulación para resolver todos los problemas se acabó: le laissez-faire c’est fini. Hay que refundar el capitalismo (…) porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe”.
Se superó aquel momento crítico en el que todo parecía posible, incluida la quiebra del sistema. 
El sector financiero, a trancas y barrancas, salió de la crisis mediante paladas y paladas de ayudas públicas (en forma de dinero, avales, garantías, compras de activos malos, liquidez casi infinita a precios muy bajos, etcétera), y aquellos verbos que se conjugaron voluntariosamente una y otra vez —refundar el capitalismo, reformar el capitalismo, regular el capitalismo, embridar el capitalismo, etcétera— se olvidaron.
 De la Gran Recesión se pasó a una época de “estancamiento secular” (Larry Summers), que es la que estamos viviendo.
 De la primera, la mayor parte de los ciudadanos salió más pobre, más desigual, mucho más precaria, menos protegida y con dos características políticas que explican en buena parte lo que se está afianzando ante nuestros ojos: más desconfiados (en los Gobiernos, los partidos, los Parlamentos, las empresas, los bancos, las agencias de calificación de riesgos…) y menos demócratas.
 El resultado ha sido la explosión de los populismos de extrema derecha y la descomposición del sistema binario de partidos políticos que salió de la segunda posguerra mundial, y una concepción instrumental —no finalista— de la democracia: apoyaré la democracia mientras resuelva mis problemas; si no, me es indiferente.

Después de ese paréntesis de casi una década, cuando ya empieza a existir la distancia temporal suficiente para analizar los efectos de la Gran Recesión como una secuencia de acontecimientos que han llevado a una gigantesca redistribución negativa de la renta y la riqueza a la inversa en el seno de los países (el llamado efecto Mateo:

 “Al que más tiene, más se le dará, y al que menos tiene se le quitará para dárselo al que más tiene”), son los académicos y no los políticos los que multiplican las teorías sobre las características del capitalismo del primer cuarto del siglo XXI y protagonizan un gran debate extremo entre ellos: si el capitalismo está tocado de muerte porque no funciona;

 o, por el contrario, si una vez más en la historia está mutando de naturaleza y esa transformación lo llevará a ser de nuevo el sistema político-económico más fuerte y único.

 Hay dos coincidencias en la mayor parte de los libros publicados: el capitalismo se ha propagado a todos los escenarios geográficos del planeta y direcciones (no tiene alternativas), y anida en cualquier actividad y mercado, incluida la política. 

El capitalismo es ahora el único sistema socioeconómico del planeta (antes se llamaba a esto imperialismo) y apenas quedan rastros del comunismo como una posibilidad sustitutiva, como ocurrió en la primera mitad del siglo XX. A esta característica central se le añade el reequilibrio del poder económico entre EE UU y Europa por un lado y Asia por otro debido al auge experimentado por los principales países de esta última región. El dominio planetario ejercido por el capitalismo se ha logrado a través de sus diferentes variantes. 

Algunos autores distinguen entre el capitalismo meritocrático liberal, que ha venido desarrollándose gradualmente en Occidente a lo largo de los últimos 200 años, y el capitalismo político o autoritario ejemplificado por China, pero que también existe en otros países de Asia (Singapur, Vietnam…) y algunos de Europa y África (Rusia y los caucásicos, Asia Central, Etiopía, Argelia, Ruanda…).

 En los últimos tiempos se ha hecho popular otra tipología, que ha tenido su momento de gloria en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos en el mes de enero de este año. El Manifiesto de Davos 2020 desarrolla básicamente tres tipos de capitalismo: el de accionistas, para el cual el principal objetivo de las empresas es la maximización del beneficio; el capitalismo de Estado, que confía en el sector público para manejar la dirección de la economía, y el stakeholder capitalism, o capitalismo de las partes interesadas, en el que las empresas son las administradoras de la sociedad, y para ello deben cumplir una serie de condiciones como pagar un porcentaje justo de impuestos, tolerancia cero frente a la corrupción, respeto a los derechos humanos en su cadena de suministros globales o defensa de la competencia en igualdad de condiciones, también cuando operan dentro de la “economía de plataformas”.

Hasta ahora, el capitalismo de accionistas ha sido ampliamente hegemónico. Recibió un apoyo teórico muy fuerte a principios de los años sesenta, cuando el principal ideólogo de la Escuela de Chicago, el premio Nobel Milton Friedman, escribió su libro Capitalismo y libertad, en el que sentenció: “La principal responsabilidad de las empresas es generar beneficios”. Friedman sacralizó esta regla del juego a través de diversos ar­tículos que trataron de corregir algunas veleidades nacidas en EE UU acerca de la extensión de los objetivos empresariales a la llamada “responsabilidad social corporativa”.

 En el capitalismo de accionistas, el predominio es del corto plazo y de la cotización en Bolsa, lo que en última instancia llevó a la “financiarización” de la economía. 

Esta filosofía dominante ha durado prácticamente hasta la actualidad.

 Hace poco tiempo, la British Academy hizo público un informe sobre la empresa del siglo XXI, fruto de la iniciativa colectiva de una treintena de científicos sociales bajo la batuta del profesor de Oxford Colin Mayer, que hablaba de “redefinir las empresas del siglo XXI y construir confianza entre las empresas y la sociedad”.

 Y la norteamericana Business Roundtable, una asociación creada a principios de la década de los años setenta del siglo pasado en la que se sientan los principales directivos de 180 grandes empresas de todos los sectores, publicó un comunicado en el que revocaba, de facto, el solitario criterio de la maximización de los beneficios en la toma de decisiones empresariales, sustituyéndolo por otro más inclusivo que además tuviera en cuenta el bienestar de todos los grupos de interés:

 “La atención a los trabajadores, a sus clientes, proveedores y a las comunidades en las que están presentes”. 

Pronto, las principales biblias periodísticas del capitalismo, Financial Times, The Economist, The Wall Street Journal, comenzaron a analizar este cambio que no se debe a la benevolencia y la compasión de los ejecutivos de las grandes compañías, sino al temor a la demonización del capitalismo actual y de las empresas, por sus excesos: financiarización desmedida, globalización mal gestionada, poder creciente de los mercados, multiplicación de las desigualdades. 

El capitalismo ha ido demasiado lejos y no da respuesta a problemas como estas últimas o la emergencia climática

Pocos días después de la quiebra de Lehman Brothers, el gigantesco banco de inversión norteamericano, en septiembre de 2008, un acobardado presidente francés, el conservador Nicolas Sarkozy, hizo unas declaraciones célebres que retumbaron en el mundo entero: “La autorregulación para resolver todos los problemas se acabó: le laissez-faire c’est fini. Hay que refundar el capitalismo (…) porque hemos pasado a dos dedos de la catástrofe”.
Se superó aquel momento crítico en el que todo parecía posible, incluida la quiebra del sistema. El sector financiero, a trancas y barrancas, salió de la crisis mediante paladas y paladas de ayudas públicas (en forma de dinero, avales, garantías, compras de activos malos, liquidez casi infinita a precios muy bajos, etcétera), y aquellos verbos que se conjugaron voluntariosamente una y otra vez —refundar el capitalismo, reformar el capitalismo, regular el capitalismo, embridar el capitalismo, etcétera— se olvidaron.
 De la Gran Recesión se pasó a una época de “estancamiento secular” (Larry Summers), que es la que estamos viviendo.
 De la primera, la mayor parte de los ciudadanos salió más pobre, más desigual, mucho más precaria, menos protegida y con dos características políticas que explican en buena parte lo que se está afianzando ante nuestros ojos: más desconfiados (en los Gobiernos, los partidos, los Parlamentos, las empresas, los bancos, las agencias de calificación de riesgos…) y menos demócratas. 
El resultado ha sido la explosión de los populismos de extrema derecha y la descomposición del sistema binario de partidos políticos que salió de la segunda posguerra mundial, y una concepción instrumental —no finalista— de la democracia: apoyaré la democracia mientras resuelva mis problemas; si no, me es indiferente.

El principal debate es sobre si el capitalismo está tomado de muerte o es más fuerte que nunca
Después de ese paréntesis de casi una década, cuando ya empieza a existir la distancia temporal suficiente para analizar los efectos de la Gran Recesión como una secuencia de acontecimientos que han llevado a una gigantesca redistribución negativa de la renta y la riqueza a la inversa en el seno de los países (el llamado efecto Mateo: “Al que más tiene, más se le dará, y al que menos tiene se le quitará para dárselo al que más tiene”), son los académicos y no los políticos los que multiplican las teorías sobre las características del capitalismo del primer cuarto del siglo XXI y protagonizan un gran debate extremo entre ellos: si el capitalismo está tocado de muerte porque no funciona; o, por el contrario, si una vez más en la historia está mutando de naturaleza y esa transformación lo llevará a ser de nuevo el sistema político-económico más fuerte y único. Hay dos coincidencias en la mayor parte de los libros publicados: el capitalismo se ha propagado a todos los escenarios geográficos del planeta y direcciones (no tiene alternativas), y anida en cualquier actividad y mercado, incluida la política.

En los últimos tiempos se ha hecho popular otra tipología, que ha tenido su momento de gloria en el Foro Económico Mundial celebrado en Davos en el mes de enero de este año. El Manifiesto de Davos 2020 desarrolla básicamente tres tipos de capitalismo: el de accionistas, para el cual el principal objetivo de las empresas es la maximización del beneficio; el capitalismo de Estado, que confía en el sector público para manejar la dirección de la economía, y el stakeholder capitalism, o capitalismo de las partes interesadas, en el que las empresas son las administradoras de la sociedad, y para ello deben cumplir una serie de condiciones como pagar un porcentaje justo de impuestos, tolerancia cero frente a la corrupción, respeto a los derechos humanos en su cadena de suministros globales o defensa de la competencia en igualdad de condiciones, también cuando operan dentro de la “economía de plataformas”.
Se evoluciona hacia una economía y una democracia del 1%, por el 1% y para el 1%
Hasta ahora, el capitalismo de accionistas ha sido ampliamente hegemónico. Recibió un apoyo teórico muy fuerte a principios de los años sesenta, cuando el principal ideólogo de la Escuela de Chicago, el premio Nobel Milton Friedman, escribió su libro Capitalismo y libertad, en el que sentenció: “La principal responsabilidad de las empresas es generar beneficios”. Friedman sacralizó esta regla del juego a través de diversos ar­tículos que trataron de corregir algunas veleidades nacidas en EE UU acerca de la extensión de los objetivos empresariales a la llamada “responsabilidad social corporativa”. En el capitalismo de accionistas, el predominio es del corto plazo y de la cotización en Bolsa, lo que en última instancia llevó a la “financiarización” de la economía.
Esta filosofía dominante ha durado prácticamente hasta la actualidad. Hace poco tiempo, la British Academy hizo público un informe sobre la empresa del siglo XXI, fruto de la iniciativa colectiva de una treintena de científicos sociales bajo la batuta del profesor de Oxford Colin Mayer, que hablaba de “redefinir las empresas del siglo XXI y construir confianza entre las empresas y la sociedad”. Y la norteamericana Business Roundtable, una asociación creada a principios de la década de los años setenta del siglo pasado en la que se sientan los principales directivos de 180 grandes empresas de todos los sectores, publicó un comunicado en el que revocaba, de facto, el solitario criterio de la maximización de los beneficios en la toma de decisiones empresariales, sustituyéndolo por otro más inclusivo que además tuviera en cuenta el bienestar de todos los grupos de interés: “La atención a los trabajadores, a sus clientes, proveedores y a las comunidades en las que están presentes”. Pronto, las principales biblias periodísticas del capitalismo, Financial Times, The Economist, The Wall Street Journal, comenzaron a analizar este cambio que no se debe a la benevolencia y la compasión de los ejecutivos de las grandes compañías, sino al temor a la demonización del capitalismo actual y de las empresas, por sus excesos: financiarización desmedida, globalización mal gestionada, poder creciente de los mercados, multiplicación de las desigualdades. El capitalismo ha ido demasiado lejos y no da respuesta a problemas como estas últimas o la emergencia climática. Recientemente, un sondeo elaborado por Gallup y publicado en The Economist revelaba que casi la mitad de los jóvenes estadounidenses prefieren algún tipo de “socialismo” al capitalismo rampante. Quizá ello explique lo que está sucediendo alrededor de Bernie Sanders en las primarias del Partido Demócrata.
Dos transeúntes pasan frente a la Bolsa de Nueva York en 2008, año de comienzo de la Gran Recesión.  ampliar foto
Dos transeúntes pasan frente a la Bolsa de Nueva York en 2008, año de comienzo de la Gran Recesión. 

 

26 feb 2020

Un grupo nortamericano interesado en comprar el Málaga convertirá a George Clooney en su imagen

Antonio Aguilera, presidente de la Asociación de Pequeños Accionistas del club de fútbol, asegura que la operación está en marcha para salvar la situación económica.

El actor George Clooney.
El actor George Clooney. GTRES

 

A George Clooney le gusta el carácter mediterráneo. 
Tiene una casa en el lago Como, al norte de Italia, y se acerca a España con cierta frecuencia. 
Lo que no está tan claro es su afición al fútbol, aunque estos días la noticia de que el actor norteamericano quiere comprar al Málaga CF ha corrido como la pólvora por todo el planeta. 
El equipo, en Segunda División, en plena administración judicial y numerosos frentes abiertos, podría ser una buena inversión y la afición está necesitada de una esperanza que desde el palco de La Rosaleda llevan años sin darle. 
Pero quien supuestamente lo había anunciado, Antonio Aguilera, presidente de la Asociación de Pequeños Accionistas (APA) ha dicho que sus palabras se malinterpetaron. 
“Jamás dije que Clooney fuera a comprar al club”, ha asegurado a EL PAÍS.

El máximo responsable de esta organización dijo en Málaga aquí y ahora (programa de la televisión municipal malagueña, Canal Málaga) que había un grupo de inversores “muy importantes” procedentes del cine y la televisión “que están grabando series para Amazon y de un potencial económico grandísimo” y tienen interés en adquirir el club. 
“Están negociando ya”, subrayó Aguilera. 
“Y si este grupo consiguiera comprar el Málaga, muy prontito íbamos a ver por aquí un actor muy famoso de Hollywood”, reveló ante las cámaras. 
Ante la pregunta de la presentadora, Elena Mir, de si se refería a Antonio Banderas, Aguilera respondió: 
“No, es uno al que le gusta mucho el cafelito”, en una clara referencia a los anuncios de Nespresso de Clooney, padre de mellizos desde verano de 2017 junto a su mujer, Amal Clooney.
Ahí está la clave de todo el revuelo generado.
 “Yo jamás he dicho que Clooney fuera a comprar nada y, de hecho, no lo va a hacer”, dice Antonio Aguilera, molesto por la tergiversación de su comentario.
 “Es cierto que hay un grupo muy interesado en el Málaga desde hace más de dos años”, subraya el presidente de la APA, que aclara que Clooney, como mucho, haría de imagen del equipo para promocionarlo y realizando gestos simbólicos “como el saque de honor”.
 “Yo conté eso en la televisión por animar a la afición, que nos hace falta”, añade Aguilera que para demostrar el potencial económico de los posibles compradores norteamericanos desvela que Amazon podría pagar hasta 7 millones de euros por un contrato publicitario con el club para la temporada que viene.
Según Aguilera, Al Thani pide cien millones por el club que el compró por 36.
 La operación de compraventa, en todo caso, tendría que ser analizada por el administrador judicial del club, el abogado y economista José María Muñoz, que ha sido nombrado por la jueza María Ángeles Ruiz González, quien también tendría que dar el visto bueno.
 La magistrada apartó la semana pasada al presidente del club, el jeque Abdullah Al Thani y a sus hijos Nasser, Nayef y Rakan, que ocupan puestos del consejo de administración tras una querella interpuesta por los pequeños accionistas. Muñoz dirigirá a la entidad durante los próximos seis meses, renovables en periodos similares. 
Y entre su trabajo está el de dar estabilidad a la entidad, que no atraviesa su mejor momento y de cuyos recursos económicos, según sospecha la jueza, se han estado beneficiando de manera privada los Al Thani.
El Málaga CF, que está inmerso en una buena racha deportiva distanciándose del descenso y acercándose a los puestos de playoff a LaLiga, tiene también otros temas aún por resolver.
 Entre ellos, el despido de su entrenador, Víctor Sánchez del Amo, tras la publicación de un vídeo íntimo del técnico que ya se ha saldado con al menos seis detenidos
 Después de que las imágenes se hiciesen públicas el club le destituyó y ahora Sánchez del Amo reclama a la entidad de Martiricos 600.000 euros de finiquito. Clooney, por ahora, aún está muy lejos del Málaga y de Málaga.

Clint Eastwood abandona a Trump y respalda a Bloomberg

El director de cine se muestra cansado de la actitud del presidente de EE UU quien, en su opinión, debería comportarse "de una manera más gentil".

Clint Eastwood, en Los Ángeles (EE UU), el pasado 3 de enero.
Clint Eastwood, en Los Ángeles (EE UU), el pasado 3 de enero. Gtresonline