Un Blues

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Del material conque están hechos los sueños

2 sept 2019

Anatomía de un suicidio político.......................... Daniel Verdú

Matteo Salvini erró el momento y los modos para hacer caer el Gobierno italiano, pero había ya una operación en marcha para apartar del poder al líder de la Liga.

Matteo Salvini el pasado viernes en Padua. En vídeo, declaraciones del líder de la Liga el pasado 22 de agosto. Foto: AFP | Vídeo: Reuters
Matteo Salvini se puso el bañador el 5 de agosto y se plantó en el Papeete Beach, un chiringuito con gogós, música house y cocktails en la costa adriática.
 El ministro del Interior se quitó la camiseta, pidió un mojito y se animó a pinchar el himno de Italia mientras unas chicas se contoneaban en el podio. 
Sus spin doctors le habían dicho que tenía casi un 38% de apoyo en los sondeos y una influencia en redes descomunal. Se hizo centenares de selfies, repartió abrazos.
 Pero hacía días que le perseguía un mal presentimiento. “Estaba atormentado. Il Capitano no hablaba con nadie de los suyos, ni con Lorenzo Fontana [ministro de Asuntos Europeos, también en bañador], ni con Massimo Casanova [miembro de la Liga y propietario del beach club]… 
Se pasó el día mirando el teléfono. Cada año va a la playa y hace algo así… Pero esta vez tenía un humor lúgubre”, explica una persona que estuvo con él y lo conoce desde hace 20 años. 
Ese día tomó una decisión que propició algo parecido a un histórico suicidio político.

La anatomía del colapso de Salvini, el mayor ciclón electoral que ha conocido la Italia reciente y un político que todavía conserva el apoyo de la calle, es demasiado compleja para atribuirse solo a un error de cálculo, a un accidente.

 El líder de la Liga temía desde hacía meses terminar en la cuneta tras un pacto entre su entonces socio de Gobierno, el Movimiento 5 Estrellas (M5S), y el Partido Democrático (PD). Tras las elecciones europeas, donde la Liga arrasó en Italia, el Gobierno se fracturó en tres bloques: el Ejecutivo de Salvini; el de Luigi Di Maio y otro formado por el primer ministro, Giuseppe Conte, el titular de Exteriores, Enzo Moavero Milianesi, el de Economía, Giovanni Tria, y el propio presidente de la República, Sergio Mattarella.

 Desde ese tercer polo, más institucional y cercano a la UE, explica un diputado del PD próximo a las negociaciones, comenzó a tejerse de forma transversal la denominada Operación Ursula [por los partidos que apoyaron a la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen]. Desconfiado por naturaleza, esta vez percibió indicios reales. 

La teoría dice que romper un Gobierno en Italia se paga en las urnas. Salvini quería el poder, pero sin ese sambenito. Llegado el verano, cada vez más acorralado, pensó que era el momento oportuno. 

“Era evidente que se movía algo. Hubo un movimiento europeo para construir un cordón sanitario y aislarlo.

 La Operación Ursula estaba ya en marcha y, en ese proceso, Conte fue una pieza fundamental desde dentro de las instituciones. Además, la filtración de la negociación de uno de sus asesores en Moscú [Gianluca Savoini se vio con unos supuestos enviados del Kremlin para tratar la compra de gas a cambio de una presunta comisión para la Liga] tuvo un origen extraño”, señala el politólogo Giovanni Orsina.

 La oscura explosión de la trama rusa, justo después del gran resultado en las europeas, le persuadió de que los servicios secretos de algún país cercano pretendían cerrarle el paso.

Salvini, en una playa de Taormina.
Salvini, en una playa de Taormina.
Los asesores del líder de la Liga, como el subsecretario del Gobierno, Giancarlo Giorgetti, le pedían desde hacía semanas que rompiese con el M5S.
 En pleno verano, cuando dejó de consultar con ellos y se encerró en sí mismo, empezaron a desesperarse, señala un diputado de la Liga. 
Pocas personas, más allá de su jefe de redes, Luca Morisi, tuvieron acceso a su estado de ánimo hasta que el 8 de agosto, tres días después de la fiesta del Papeete, lanzó la bomba y pidió “plenos poderes” a los italianos para anunciar la caída del Ejecutivo. 
“La fecha no fue casual.
 Pensó que durante las vacaciones sería mucho más difícil que las instituciones reaccionasen y que el PD y el M5S llegasen a un acuerdo”, señala este parlamentario.

La jugada era arriesgada y quiso asegurarse primero de que no habría pacto entre PD y M5S.
 Llamó a Nicola Zingaretti, secretario general de los socialdemócratas que le tranquilizó pensando que unos comicios también podrían reforzar su liderazgo en el PD.
 La idea era forzar la reapertura de las Cámaras, obligar a regresar a todos sus parlamentarios y acelerar una moción de censura. Mattarella solo podría convocar elecciones lo antes posible para evitar un desastre. 
Pero notó enseguida que el suelo se movía. 
Matteo Renzi, histórico enemigo de los grillinos y todavía poseedor del control de la mayoría de parlamentarios socialdemócratas, comenzó a hacer declaraciones y dio una serie de entrevistas, entre ellas a EL PAÍS, donde reclamó lo inimaginable semanas atrás: un Gobierno de unidad con el M5S. 
La trampa estaba lista.
Beppe Grillo, fundador del M5S, y Renzi se pusieron de acuerdo tras años de insultos y el ex primer ministro convenció al secretario general de su partido de las bondades de un armisticio que apoyarían desde el presidente de la República hasta la Santa Sede, profundamente escandalizada con la deriva de odio contra la inmigración y la ostentación pornográfica de símbolos religiosos. El líder de la Liga había trabajado sin descanso la política nacional durante los últimos cuatro años.
 Pero su acción exterior, encargada personalmente al ex grillino Marco Zanni, había sido un desastre.
 Especialmente a la hora de aclarar su posición en la Alianza Atlántica. Y por ese flanco llegó la última estocada.
El 17 de junio, Salvini había volado a Washington para entrevistarse con Mike Pompeo, secretario de Estado de EEUU. La foto de la reunión, como tantas antes, iba a lucir perfectamente en Facebook. 
Pero sobre la mesa de Pompeo había varias carpetas importantes que requerían una respuesta como la relación de Italia con la Rusia de Putin, China (Conte acababa de firmar un extraño acuerdo para la Ruta de la Seda) y la inmigración. 
El encuentro no fue bien, según se filtró posteriormente, y EE UU confirmó sus dudas sobre Salvini.
 “Si eres Italia puedes estar con EE UU y contra Europa; también con Europa y contra EE UU… pero no puedes aliarte con Rusia y estar contra todos. 
Salvini abrió un desencuentro con Europa sin tener las espaldas cubiertas por EE UU. Y eso es no comprender los mecanismos de la alta política y crear un problema estructural”, señala Orsina.
El problema cristalizó el pasado fin de semana, justo cuando Salvini intentaba convencer a la desesperada a Luigi Di Maio para dar marcha atrás ofreciéndole ser primer ministro. Conte, reunido con los otros seis líderes mundiales en el G7 que se celebraba en Biarritz, cerró esa puerta y anunció que la aventura con la Liga quedaba liquidada. 
Luego, el presidente de EE UU, Donald Trump, animado por el francés, Emmanuel Macron, según señalaron algunos medios estadounidenses, se manifestó abiertamente a favor de la continuidad de Conte —aunque le llamase “Giuseppi”— e, indirectamente, del pacto que estaba cocinándose en Roma.
 La autopsia diría luego que ese fue el último aliento del Capitano.


 

1 sept 2019

La peor parte........................................... Fernando Savater

‘Babelia’ ofrece un adelanto del último libro de Fernando Savater, un canto a la vida a través de la pérdida de la persona amada.

fernando savater sara torres Ampliar foto
Sara Torres y Fernando Savater, en junio de 2014 en Finisterre. 
Vivir sin alegría ha sido una experiencia nueva para mí, una ruptura con mi yo anterior. 
Estaba acostumbrado a despertar siempre como cuando era niño, con un latente “¡vaya, otra vez!” gorjeando dentro.
 Y con el litúrgico “¿qué pasará?” con el que acababa cada episodio de cualquiera de los tebeos que tanto me gustaban y que leía puntualmente cada sábado por la noche.
 Yo sabía que cabía esperar mil peripecias divertidas, pero que nada irreparable le ocurriría al protagonista, o sea, a mí.
 Aunque me quejaba, lloraba y maldecía como todo el mundo, jamás me lo creí; la vida me parecía estupenda, a veces algo horrible, sin duda, pero no menos estupenda, como una buena película de terror tipo Alien o La semilla del diablo.
 Incluso en mis peores momentos, en la tortura del cólico nefrítico, en el hastío de un cóctel formal o una conferencia académica (son las peores experiencias que a bote pronto puedo recordar), sonaba como fondo de mi ánimo el basso ostinato de la alegría, aunque ni siquiera yo pudiese darme cuenta.
 Ha sido al dejar de oír ese íntimo hilo musical cuando, tras la inicial extrañeza, me he dado cuenta de lo que había perdido. “Reconocí a la alegría por el ruido que hizo al marcharse”, dijo Jacques Prévert (el poeta preferido de Pelo Cohete cuando la conocí), y podría hacer mía esa constatación.
No se ha tratado de mudar mi estado de ánimo a otro menos agradable, sino de quedarme sin mi combustible existencial, sin lo que me permitía aguantar, inventar, querer, luchar.
 Hasta entonces nunca hice nada sin alegría, como de sí mismo dijo Montaigne. 
Ahora tengo que acostumbrarme a ir tirando, tirando de mí mismo, de residuos del pasado.
 Puedo jurar con la mano en el corazón que no he vuelto a ser feliz de verdad, íntimamente, como antes lo era cada día, ni un solo momento desde que supe de la enfermedad de Pelo Cohete.
 No sé cuánto durará esta sequía atroz, porque creo que es imposible vivir así.
 Para mí, imposible. Cuando me preguntan qué tal me encuentro, siento ganas de contestar lo mismo que aquel torero del XIX al que los de su cuadrilla le hicieron esa pregunta mientras le llevaban a la enfermería tras una cornada mortal:“¡Z’acabó er carbón!”.


Pero el más notable descubrimiento que he hecho a costa de mi desdicha es la intransigencia general que rodea al doliente.
 Por supuesto, en el momento de la pérdida y en las jornadas inmediatamente sucesivas no nos falta compasión y muestras de simpatía de cuya sinceridad no cabe dudar.
Pero tales manifestaciones afectuosas tienen fecha de caducidad, como las felicitaciones de Año Nuevo. 
Uno no puede estar 365 días deseando felicidad al prójimo; es cosa que sólo tiene sentido a finales de diciembre y comienzos de enero. Después se vuelve ridículo, más tarde apesta y puede parecer un desarreglo mental.
 Si allá por marzo, cuando saludamos a alguien, le murmurásemos amablemente “felices Pascuas” y esperásemos lo mismo de él, nos tomaría por chalados.
 Del mismo modo, quien nos da sus condolencias en el momento adecuado, al producirse la pérdida o un tiempo prudencial después, espera haber dejado así zanjado el engorroso asunto.
 Quizá vuelva algo más adelante a decirnos “¿qué tal estás?” con gesto compasivo, pero desde luego sin mayores efusiones por su parte ni desearlas por la nuestra. 
El triste asunto ha sido lamentado cuanto corresponde y ya no hay nada que añadir.
 Los más filosóficos añaden “¿qué quieres?, la vida tiene que continuar”, y esperan con cierta impaciencia que estemos de acuerdo. 
Como si nuestro remoloneo obstaculizase también su marcha inexorable.
 Por mucho que hayamos sufrido, no pretenderemos a fuerza de dolor bloquear el paso inclemente de la vida.
 Si desbordamos en lamentos extemporáneos, retrocederán un paso, consultando mentalmente el calendario y hasta el reloj. “Vaya, todavía sigues así”. “Te veo mal”, ésa es la más común reconvención, en realidad quiere decir: “Lo estás haciendo mal, no sabes cómo se juega a esto, te das demasiada importancia, pareces creer que lo que te ha pasado es algo único, trascendental, cuando en realidad se trata de la cosa más corriente del mundo, la que todos han padecido o están a punto de padecer.
 A mí no me vengas con monsergas, no querrás que nos pasemos los demás el resto de la vida dale que te pego con tu congoja”.  Otros amigos del tópico —los que más consiguen irritarme— me informan para tranquilizarme del analgésico que acabará con mi pena: “El tiempo todo lo cura”.
 Sí, por ejemplo, la vejez, ¿verdad? ¡Menuda gilipollez! Para empezar, salvo que aludiendo al tiempo se quieran referir a la muerte (medicina que nada sana, pero todo lo extingue: ¡para acabar con las jaquecas, lo mejor es la guillotina!), el paso del tiempo cura tan escasamente como el espacio, según advirtió JeanFrançois Revel.
 Los días y los años enquistan el dolor, lo esclerotizan, convierten la tumba en pirámide, pero no fertilizan el desierto que la rodea.
 En algunos casos logran embotar la sensibilidad —lo cual para muchos parece ser suficiente—, pero no cierran la llaga, si es que realmente la hubo; sólo nos familiarizan con el pus.
 Además, para quien de verdad ha amado y ha perdido la persona amada, el amortiguamiento del dolor es la perspectiva más cruel, la más dolorosa de todas.
 Como dijo un especialista en la cuestión, Cesare Pavese,“il dolore più atroce è sapere che il dolore passerà”. 
Y con el dolor se irá empequeñeciendo también el amor mismo, que no puede ser ya sino la constancia sangrante de la ausencia. Desde Platón sabemos que Eros es una combinación de abundancia y escasez, un constante echar de menos que no cambiaríamos por ninguna otra forma de plenitud.
 El amor siempre es zozobra y contradicción, una forma de sufrir que nos autentifica más que cualquier placer.
 Ese punto de sufrimiento es lo que le caracteriza frente a la mera complacencia hedonista o al acomodo utilitario a la pareja de conveniencia.
 La prueba quizá no basta, pero nunca falta: si no duele, no es amor. Y si duele mucho al principio para luego irse diluyendo hasta dejar sólo un leve escozor fácilmente superable, es amor… propio.
O sea, narcisismo, la única forma de enamoramiento cuyo objeto, por maltrecho que sea, siempre permanecerá a nuestro alcance. Pero el amor propio es un amor ventajista, aunque sin duda éticamente útil para orientar nuestra conservación humana, lo que no es poco, ni suficiente. 
Nada sabe de la perdición, del abandono delicioso y atroz a lo que no somos como si lo fuéramos, del arrebato que no dura un instante —como el resto de los arrebatos—, sino que se estira y se estira sobresaltado e imposible desafiando al tiempo, a la dualidad de sujeto y objeto, avasallando al mismísimo amor propio que sin duda estuvo en su origen y que rechina rebelde, pero subyugado bajo su torbellino. 
Ese amor no quiere amortiguarse tras la pérdida irreversible de la persona amada, sino que se descubre más puro, más desafiante, más irrefutable, al convertirse en guardián de la ausencia.
 También infinitamente, desesperadamente doloroso.
 Pero el amante no querría a ningún precio que una especie de Alzheimer sentimental le privase de ese sufrimiento que es como el piloto encendido de su pasión que sigue en marcha, lo mismo que nadie accedería a ser decapitado para curarse una jaqueca. 
Un amor que no desazona y perturba cuando está vivo, que no aniquila cuando pierde irrevocablemente lo que ama, puede ser afición o rutina, pero no auténtico amor.

 

El libro que rompe la Casa de Alba y libera a Cayetano

El hijo de la duquesa de Alba lanza el próximo miércoles 'De Cayetana a Cayetano', una publicación “sincera” sobre sus hermanos y los traumas y disputas que han marcado sus vidas.

duquesa de alba
Cayetano Martinez de Irujo durante un evento en Madrid en junio de 2018. Getty Images

 

Desde hace varios meses la Casa de Alba anda revuelta.
 "Nunca me dijo que me quería, pero yo sabía que me quería", afirmó Carlos Fitz-James Stuart, actual duque de Alba, en televisión en julio de 2018 sobre su madre, la omnipresente Cayetana de Alba.
 Después habló la pequeña del clan, Eugenia Martínez de Irujo: "Aguirre fue pésimo para nosotros. 
 Era muy culto, pero cero humano", afirmó en noviembre sobre el segundo marido de su madre. 
Palabras que ratificó su hermano Cayetano que ya entonces debía estar viviendo su propio proceso sanador mientras escribía en secreto De Cayetana a Cayetano, un libro que verá la luz el próximo miércoles y del que a pesar de estar blindado por contrato por la editorial que lo publica —La esfera de los libros— se van conociendo retazos que hacen pensar en un cisma dentro de la Casa de Alba.

“Mi madre hizo muchas cosas bien, pero ser madre… Cuando murió mi padre, Fernando y yo nos quedamos en medio de ninguna parte”. 
“No nos dejaron despedirnos de mi padre. Fernando y yo rezamos durante días en la capilla de casa por su salud y él ya había muerto”. 
“Durante dos años estuve en la Cienciología. Fue difícil salir. Aquello me costó dos millones de pesetas. Yo probaba todo lo que podía ayudar”. 
“No puedo valorar a las mujeres por el miedo a lo que me pasó con las nannies
Me pegaban palizas con una vara de bambú”. “La cocaína me perturbó por completo y solo quería seducir a mujeres”. 
La modelo", como Cayetano se refiere a Mar Flores, con quien tuvo una relación, “fue la horma de mi zapato en el peor de los sentidos. Yo, que pensaba que todas las mujeres estaban a mi disposición, saboreé mi propia medicina: era una mujer maquiavélica y fría, de doble personalidad”.

Cayetano Martinez de Irujo y su novia, Barbara Mirjan, en un evento en Madrid el pasado 30 de julio.
Cayetano Martinez de Irujo y su novia, Barbara Mirjan, en un evento en Madrid el pasado 30 de julio. GtresOnline
Estas son solo algunas de las frases que ha ido desgranando Cayetano Martínez de Irujo en las semanas previas a la publicación del libro en el que ha trabajado durante un año con la ayuda de una periodista, de la que aún no se conoce el nombre, y que ha significado su manera de hacer frente a los traumas que él mismo afirma haber arrastrado durante sus 56 años de vida.
Una vida unida por nacimiento a la Casa de Alba, el título nobiliario español con más raigambre, que no se libra de la particular catarsis personal que ha decidido realizar Cayetano, uno de los seis hermanos que constituyen la familia junto a Carlos Fitz-James Stuart (70 años), Alfonso (68 años), Jacobo (64), Fernando (59) y Eugenia (50 años).
 Él asegura que solo ha hecho frente a la historia de su vida y que no tiene nada en contra de ninguno de ellos, aunque está más próximo a Fernando y a Eugenia.
 También afirma que se decidió a escribirlo cuando tenía todo digerido, sin resquemores, pero que ha querido hacerlo con total sinceridad.
 Y que solo busca dejar constancia de lo que ha hecho por La Casa —término que utiliza para referirse al conglomerado familiar—, para evitar que le borren del mapa.
Cayetano Martínez de Irujo con su madre, la duquesa de Alba, en Sevilla en 2013.
Cayetano Martínez de Irujo con su madre, la duquesa de Alba, en Sevilla en 2013. GtresOnline
Su intención será buena pero algunas de las frases que ha pronunciado no auguran los aplausos de la familia: “La transición de la Casa de Alba al siglo XXI la he hecho yo por encargo de mi madre y me ha molestado que me hayan apartado y no me lo hayan agradecido”. 
 “A día de hoy mis tres hermanos mayores no me quieren”. “El 1 de enero de 2015, un mes después de morir mi madre, mi hermano Carlos me quitó de todo: todas las atribuciones que tenía dentro del palacio y dentro de la estructura, me dejó sin sueldo, me dejó en la calle. No tenía ningún ingreso”.


Con su madre se sentó a hablar un día a los 37 años y le soltó todo lo que llevaba dentro. Desde entonces fueron cómplices, pero tras años de terapias Cayetano Martínez de Irujo necesitaba limpiar su vida, “sentirme libre, sin vergüenza, sin complejos, sin el peso exterior de una estructura”.
 Le ha costado mucho conseguirlo, pero ahora se siente buena persona y afirma saber quién es.
 Otra cosa es lo que opine el resto de sus hermanos, con quienes han compartido riquezas y heridas en unos palacios que ahora parecen más fríos que nunca.
 
 

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Diana de Gales, en mayo de 1997. CORDON PRESS